Sábado, 10 de enero de 2009 | Hoy
CARTELERA › EXPERIMENTO CON PúBLICO CóMPLICE
Por Edgardo Perez Castillo
Es cierto que, tal como apuntara el actor en la entrevista publicada en estas páginas el pasado jueves, la participación del público resulta influyente en El experimento de Dios, la obra que Bernar Caldevilla viene presentando en el Teatro Nacional Rosario. Porque, desde el vamos, el actor español se permite un juego de ida y vuelta con la platea, haciendo y deshaciendo a su antojo sin sobrepasar los límites del respeto. Y, en ese proceso, se expone a situaciones que lo obligan a virar el rumbo o a dejarse llevar por la espontaneidad de una audiencia que suele ser diversa.
Porque más allá de guiños y códigos compartidos con espectadores jóvenes (en definitiva, congéneres del actor y autor), Caldevilla deja asentado desde el vamos que el doble sentido será el que, mayoritariamente, regirá un espectáculo cargado de connotaciones sexuales. Al fin y al cabo, de éso se trata la vida misma: ser procreado, nacer, descubrirse, desarrollarse, conquistar y seguir poblando al mundo.
Con un humor que recorre diversos sub-géneros, el artista español parte del desafío al que debe someterse un hombre ya desde su condición de espermatozoide (donde apela a la caja negra como recurso efectivo). Ya fuera del útero, el niño deberá entonces encontrar a sus padres, lo que dispara los primeros cruces con la audiencia. Desde ese mismo momento, Caldevilla se somete al carácter siempre impredecible del espectador.
Fáciles de ser captados como coequipers, los jocosos y predispuestos asumen entonces roles clave en la obra.
Sin sobreexponer a sus secuaces de ocasión, el actor no deja de lado a aquellos que optan por resguardarse más allá de la tercera fila, y abre el juego con preguntas que nunca tendrán una única respuesta. En esos momentos demuestra la suficiencia y el carisma para salir bien parado.
Dirigida por Daniel Cicaré, la puesta se prolonga por algo más de hora y media, lapso en el que el actor redondea una serie de personajes que, en ocasiones, parecen hallarse en período de testeo. Sin dudas, es el propio Caldevilla el que se convierte en el Dios del título, tomando las riendas de sus creaciones, dejándose llevar por las intervenciones externas hasta recuperar el rumbo, apelando a la risa como maná, como alimento mágico.
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