CARTELERA
› Por Miriam Cairo
Minifalda
No acabaríamos nunca si nos dejáramos llevar por todos los ensueños.
Abrís tus pensamientos, desnudo. Entra la mujer con minifalda negra, fuera de reglamento. Después de un tropiezo y confusión dejás que la mujer avance y retroceda en tus propios deseos. Tras abrir levemente la boca la mujer se precipita y se dirige hacia un sitio de asientos vacíos donde encuentra un lirio rojo. La perdés de vista entre elásticas y blancas texturas. Varios minutos después, la volvés a encontrar con un cigarro en la boca y los éxtasis por toda vestimenta. Predica sobre cosas que no existen delante de la estación SaintLazare, desnudamente.
Pies y manos
Se sabe muy bien que para habitar el ensueño hay que estar desnudo. Sucede esto: el cubo mágico cambia los colores mientras escribimos un poema interminable. Me mostrás uno por uno los dedos de tus manos. Te muestro uno por uno los dedos de mis pies. Los sueños son sueños pero actúan. Incluso en el momento menos propicio. Los ensueños son redes de pescar perfeccionadas que atrapan entre la multitud a los peces soñantes. Y uno, que estaba en medio de una conversación muy importante, desaparece. Una, que viaja detrás del conductor, se evapora. Y dado que en el terreno de los sueños las distancias se esfuman como por ensalmo, desde la red estirás la mano y abrís el Portal de Mercaderes. Saco un pie y llego hasta El Zócalo. Gigantes y hermosos, cubiertos de oníricas escamas, compramos con monedas invisibles un lirio de oro.
Novia
Curiosamente, a los ensueños se los puede perseguir sin fin. Somos unos cuantos desplazándonos en medio del tumulto. Hacia nosotros viene, en medio de la gente, una novia de la noche anterior que sólo conserva el velo. El tatuaje debajo del ombligo nos mira fijamente y despliega su lenguaje de dragón. Un pájaro se precipita sobre nuestros pensamientos. Aunque es inmenso, el dragón diminuto, habla con voz de niña. El tiempo brota y los átomos se reúnen en la plata Tahrir atestada de revueltas y ensueños. La novia se detiene delante de la estación Sadat, se arranca el velo, ahora, y a lo largo de los siglos por venir. El dragón se pone de pie debajo del ombligo y nos incendia.
Fuente
Hemos entrado en el dominio de los ensueños. Hombre y mujer no pueden unirse tan fuertemente más que en las imágenes poéticas. Las raíces de sus sueños se entremezclan como todo lo que es lejano y desnudo. La cinta del vestido de la mujer se mueve como un océano. El hombre atraviesa a pleno sol la plaza de Cibeles y merodea por el cuerpo de la mujer hasta llegar a una zona que es memoria, fragmento y azucena. Se humedece el mar donde copulan los peces. Junto a la fuente, el hombre recoge el lirio real como si fuera el lirio imaginario. La mujer, transportada por un carro de piedra y cosmos, se deja soñar, a la vez que sueña, desnudamente.
Fotografías
En los ensueños todo es matiz. El suave escándalo de las fotografías de la desnudez te rescata de los días apagados. Los sueños deambulan desnudos por la Plaza Mayor, por las escaleras del edificio, suben al taxi, se sientan junto al conductor que los ignora, bajan haciendo gestos de leyendas. Por costumbre, o por sabiduría de su sangre, los ensueños andan con igual tranquilidad en los espacios de luz y en los espacios de sombra. De todos los sueños que me desnudaron estoy segura de que estos, constituidos de tierna paciencia, fundados en la textura del lirio, son los primeros que me llevan al principio de la lluvia.
Beso
Todas las imágenes imaginan demasiado. Ella dice que va a ducharse de nuevo antes de volver a la China. El intenta besarla y ella se resiste porque no están en la rue Royale, ni en la luna, ni en el fondo del río. Luego, por las mismas razones, se entrega a un beso más largo que la memoria, más largo que la noche y que los cuerpos. Un beso del que ya nunca va a despertar. Besándose entran en un resplandor de Hopper y vuelan hasta un color de Chagall. Besándose caen en el lirio de O' Keeffe y ruedan como amantes de Rodin. Ese beso bacanal, que va desde los labios hasta Pekín, desde los dedos hasta la aurora, desde el ombligo hasta el sol, desde los pies hasta la sombra, es un beso de origen y destino. Aunque los que nunca han besado no creerán jamás en el vaticinio de los peces.
Sustancia
Para un alfarero la piedra es la materia de su poesía. En cambio nosotros, nosotros somos sustancia de sueños. ¿Quién nos ha visto? ¿Quién ha dado con nuestra materia? Como ocurre con tantos seres del mundo, nuestros nombres son más conocidos que nuestro ser. Nuestras huellas, más visibles que los pies. ¿Quién distingue entre vos y otro? ¿Entre otra y yo? Algunos dicen que vos has emigrado al norte y que yo he partido hacia el sur. Dicen que no habitamos el mismo espacio, ni el mismo tiempo. Pero a nosotros no puede sorprendernos que nunca nos hayan visto, porque tal poder de ocultamiento lo hemos practicado aún ante nuestros propios ojos.
Lirio
Es tarde para dejar de soñar. El sueño ocurre en cualquier parte. En la terminal de ómnibus, en la muralla China, en el bar, en el museo, en la puerta del diario, en la Bastilla. Ocurre antes de que los poetas nos atravesaran la garganta, incluso antes de los sofismas de la soledad y su lenguaje. Dentro de seis meses o tal vez mañana seguiremos siendo una mujer, un hombre, una humanidad, una historia narrada y su ulterior transparencia. Es tarde para no escuchar la delgada voz del viento. Es tarde para no recoger el lirio, para no volver de esto, enriquecidos.
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