CARTELERA
› Por Ariel Zappa
A Luis Alberto Zappa y Luis Alberto Spinetta.
A cada uno lo suyo. Lo mío.
I
Dicen los que saben que para diciembre de este año los mayas han augurado el fin del mundo. ¿Chocaran los planetas como chocan los trenes? ¿Como los autos en las autopistas, los puentes y las avenidas? Los vagones herrumbrados, abarrotados, llenos de gente, atravesados unos sobre otros como nunca lo hicimos nosotros. Tanto temor a morir en el intento. Ni siquiera chocaron de frente. Por el contrario, vamos hacia el mismo lado y chocamos contra la pared, contra nuestros egos, las barreras, un cartel, nuestro desencanto. Choco a diario con tu mirada y no salgo en ningún noticiero. Mientras, esos vagones llenos de gente estrellándose contra la ignominia. Y mi suerte con la tuya, tan esquiva...
Alguien debió conservar y cuidar con amor este jardín de gente, eso es lo que nunca será...
II
El pibe que limpia el vidrio de mi auto en el tiempo que dura la luz roja, desempeña su tarea sin atajos ni ataduras. Y en ese abrir y cerrar de ojos en que bajo el vidrio, me da vergüenza preguntarle si ya terminó. Si lo que veo por delante está en el vidrio o en mis ojos. Si esa mancha como de aceite, esquiva e infinita, es mía o fue hecha por él. Y me arrebata las monedas sin decir nada. Porque no hay nada que decir. Aunque mantenga estoica mi duda hasta el primer bocinazo o hasta la próxima luz roja. Y, él, sienta por terminada su tarea. Y, yo, dé por abierta mi herida.
Que nadie, nadie, despierte al niño, déjenlo que siga soñando felicidad, destruyendo trapos de lustrar, alejándose de la maldad.
III
Imagino a Vinicius en su bañera, fumando y bebiendo. Invitando a sus amigos o amigas a quitarse la ropa y sumergirse al agua con él. Mirando a esa rubia pasar todos los días por el bar. Quedar con el aliento helado junto a su socio del desierto Tom Jobim, al dedicarle esos versos, esa pintura sonora. Diciendo que la guerra entre los pueblos no es más que un malentendido entre sus pobladores. Y, por último, aconsejando (me odio adjudicándole este término... que le voy a hacer?) que hiciera una canción sobre el amor sin nombrarlo. Y, Chico Buarque, como buen lugarteniente de la causa, compuso O qué será. Y, ya nadie, desde ese preciso instante, pudo nombrar al amor sin deshojarlo.
Explicarlo sin entumecerlo. Correr detrás de él, pintándolo en paredes y no hacer más que deshilacharse. Se ha vuelto moda morir desangelado.
Si se escucha el eco, si el viento dice adiós, será que la canción llegó hasta el sol...
IV
¿Cuánto tiempo pasa hasta que te olvidas de mí? ¿Qué palabras de las que pronuncia tu esposo te hacen acordar a mí? ¿Alguna vez tuviste miedo de confundir su nombre con el mío? ¿Tuviste miedo alguna vez? ¿Lo besaste alguna vez pensando en mí? (Si por casualidad, le hiciste alguna vez el amor invocando mi aroma, por favor, no me lo hagas saber nunca) ¿Te fuiste de vacaciones con mis ojos como anhelo? ¿Cuántos segundos dura un suspiro tuyo cuando estás con él? ¿Qué fumás cuando no estoy con vos: el tiempo, mi lengua, tus preguntas, las uñas hiriendo el acolchado, las fotos que me regalaste? O algún poema de Juan Gelman que dice: "sinceramente no sé/no vine a preguntar cosas difíciles/los habitantes del amor/están roncos de tanto pensar".
Tan sólo estando así contigo yo veo mi elemento veo en el silencio, veo en el silencio, amor...
V
Tuve muchas guitarras. Tantas como el tamaño de mi corazón. A todas les enseñé a volar y fueron a parar a las manos de mis hijos y a los hijos de mis amigos. La madera sirve para encender el fuego. Como puente para conjurar abismos, exorcizar los fantasmas que asustan de lejos o para escapar de los laberintos: por arriba. La guitarra que no fue parió a las otras. Y sus hijos han hecho nido en otros nidos. Las cuerdas sirven para atar la sangre de los amigos y de ese modo, resulte difícil saber cuál es de uno y cuál de otro. Nunca falta un estúpido que pregunte a quién pertenece tanta belleza.
Ya lo estoy queriendo ya me estoy volviendo canción barro tal vez... y es que esta es mi corteza donde el hacha golpeará donde el río secará para callar
VI
Hay en un patio que ya no es mi patio, de una casa que ya no es mi casa desde hace tiempo, un banquito de madera y yute. También hay un abuelo que ya no es mi abuelo, que juega a sacármelo cada vez que yo me quiero sentar. Al niño que ya no es un niño, que le decía abrojito, por la forma en que se le prendía a las piernas cada vez que ese abuelo, que ya no es abuelo, amagaba a salir hacia la calle.
Hay un suspiro largo que no parece mío, mucho más calmo que los suspiros que ahogo en esta camisa. Y un augurio de ventana al cielo en mi calle que, en apariencia, no provocará daños colaterales. Y si miro por ese camino que supo ser mío, tenga la certeza de amanecer en otro pueblo, más parecido a mi casa que ya no es, a mi abuelo, mi patio y ese niño que ya no son.
Salva tu piel, la ciudad te llevó el verano. Ponte color, que al morir los hombres son blancos, más blancos que al volar sin volver, sin volver, que al volar sin volver...
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux