Domingo, 17 de septiembre de 2006 | Hoy
Padre de un chico de cuatro años enfermo de tuberculosis y discapacitado, Hugo Centurión es un dirigente barrial de villa Los Andes que mantiene abierto una cocina comunitaria que a duras penas funciona los fines de semana. El dolor de ver a los pibes que se intoxican con poxiran.
Hugo Centurión tiene 24 años, es padre de un chico de 4 años discapacitado y enfermo de tuberculosis. Es dirigente barrial de la Corriente Clasista y Combativa, y quien puso en palabras la miseria cotidiana en la que conviven casi dos mil almas en lo que alguna vez fue el Club Los Andes, de donde tomara el nombre esta barriada. "Cuando llegué a Rosario trabaje de albañil, cortando pasto y hasta de cuidacoches en la Terminal, donde me tuve que aguantar las puteadas de la gente cuando le pedía una moneda", recuerda. No es fácil de describir la miseria cotidiana, pero Hugo igual lo intenta.
"Lo que nos queda es el orgullo de que, mal que mal, sobrevivís, y lo que no tenés es una vivienda digna para criar a tus hijos sanamente sin que se te enfermen. Lo que nos falta es todo porque no tenés trabajo, no tenés una educación. Lo único que tengo para sobrellevar es un plan social de 150 pesos, con el que tengo que mantener dos chicos, uno discapacitado y sin ayuda alguna". Hugo intenta cambiar su realidad militando políticamente. "Todo empezó con un corte en la avenida de Circunvalación y avenida Godoy por ayuda alimentaria. Asi empecé y después nos propusimos abrir un comedor y las necesidades básicas de la gente como salud, educación y vivienda digna".
Sin embargo, al momento del balance, Hugo confiesa sin dudar que la alegría más grande la tuvo cuando pudo salvar una vida. "Estábamos en el comedor, cuando un kiosquero apuñaló a un joven en el pecho. El pibe cayó a dos metros nuestro, y me gritaba que lo ayude. Asi que le tapé la herida con la mano y llamamos a la ambulancia que demoró una hora, y no quería entrar hasta que llegó la policía, con la que discutimos fuerte porque nos trató de choros y sinvergüenzas a todos. Al final el médico entró y el pibe se salvó. Esa es la única alegría que tuvimos con los vecinos con los que venimos trabajando en estos cuatro años".
Del otro lado de la balanza, Hugo confiesa que la tristeza más grande es ver a los pibes de diez años con la bolsita de poxiran. "La policía lo único que hace es venir a manguearle 30 pesos por semana a los pequeños comercios del barrio para darles seguridad. Al que no le pagaba le decía que le iban a mandar a bromatología y los que les venden las bolsitas de pegamento a los pibes los dejan trabajar tranquilos", aseguró.
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