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Martes, 28 de agosto de 2007

CONTRATAPA

HUMANIDADES Y ARTE

 Por Miriam Cairo *

MARAÑAS

Una tarde de otoño escribí la fábula de una niña que besaba sus propias manos. Esa niña era hostil al catecismo y las matemáticas. En su fábula, la realidad no la trataba de malas maneras y era visible la belleza del mundo.

Construía su vida en un vecindario donde los compañeros de su edad no la apedreaban y en sueños, daba una fisonomía encantadora al porvenir.

Esa niña, hostil a las pedradas y al catecismo jugaba a sostener las riendas de su humanidad ante los ojos severos del destino.

Hermosa y libre fue la fábula de la niña que pensó un agujero en el cielo desde el que cayeran los astros. En las dulces marañas de su sueño, era fácil sonreír, porque ella encontraba descabellados argumentos a favor de los ahorcados.

La niña era hostil a toda amenaza divina aunque estuviera escrita con letras de oro. Sobre todo se oponía a que hablaran de ella como un cordero y la obligaran a despreciar su carne rozagante.

La niña de mi fábula no tenía un nombre sino todos los nombres y a la hora de dormir, usaba su propia mano como almohada.

QUEHACERES

Desde el bar, la mirona ve pasar gente resbalando por el asfalto, la ve temiendo a la lluvia. Ha intentado muchas veces corregir ese defecto de espectador y de testigo. Ha hecho esfuerzos por ponerse en marcha, pero siempre queda atrapada en la intensa actividad de ver a través de los vidrios.

CULONAS VERSUS MODOSAS

Todo lo que la culona de piernas abiertas respira la llena de voluptuosidades. La claridad de sus fines se vuelve superior a los medios. Un ápice de disimulo, la rebajaría a la trivialidad de las modosas. Toda culona de piernas abiertas da a luz el deseo que fecunda.

Se puede clasificar a las culonas siguiendo los criterios más caprichosos: según sus valvas, sus rumores, sus lirios, sus enaguas. Pero hay algo en común en todas ellas, una certeza interior que las modosas jamás se atreverían a presentir: el goce abarca más espacios que una pequeña ranura entre las piernas.

Lo que separa a las culonas de las modosas es un abismo incomunicable: unas tienen el sentimiento del placer y las otras, del cumplimiento. Sin embargo, las dos especies copulan.

Nada puede cambiar a las culonas. Sus dones son naturales. Dueñas de una apasionada fulguración de obscenidades, a veces se desatan mentalmente, a veces suplican exhibiciones, a veces sucumben ante el detalle de un lunar, un codo, un dedo, una rodilla.

Mientras para las culonas, el sexo siempre se vuelve algo distinto, las modosas se condenan a rumiar su propia monotonía. Hierven la dieta de lo inconveniente. Adelgazan el interés del cuerpo propio y ajeno.

Para triunfar sobre esta falta de apetito, las culonas afirman que no hay más que un solo método: desplegar la propia feminidad.

BIENAVENTURANZAS

La olvidadiza de sí misma no recuerda como se espera el colectivo ni qué hacer consigo misma mientras llega. Se conecta con el mundo para mantener vivo el espanto. Bienaventurados los que esperan porque pronto serán llevados.

En la esquina, la olvidadiza proyecta su ilusión en medio de los peatones. Obra de un dios atormentado le parecen los automovilistas, con su breve demencia de velocidad que se frena en cada esquina.

La olvidadiza mete por fin la cabeza, las manos, las piernas, adentro del colectivo. Afortunadamente no hay caminos celestes sino semáforos y señales de tránsito. Los colectivos llevan las almas a sus casas. No las hacen elegir entre el cielo y el infierno, para ello están los taxis, la K y el remise compartido. En el medio hay algo que ella no puede recordar.

PRIMICIAS

Es medianoche y la extraña muchacha, vestida al estilo de un tiempo que ya vendrá, espera a alguien en la azotea del edificio. Las esposas furiosas cambian la combinación de las cerraduras como si estuvieran rodeadas de sublevaciones. Rechinantes aullidos de sirenas están prontos a socorrer degüellos, histerias, maldiciones. Los difuntos abandonan sus tumbas. Los esposos trabajan, trabajan, trabajan, sin preocuparse del tiempo que transcurre. En el bar, un hombre que busca una mesa elige el camino más largo y camina con gran vivacidad. La luna reina en la pura sombra sosegada. De la tierra nace una flor llamada con las mismas letras de quien la nombra. Las escritoras se sacan los guantes de lana y escriben. Algunas de estas noticias son aterradoras, pero no serán valerosamente reportadas por todos los diarios.

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