Miércoles, 26 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Miriam Cairo
Revelación
Cuando una culona oprime el mentón, los senos y el ano, el vello de su cuerpo sufre una erección. Esos delgados pelos rasgan la invisible lámina de aire que los cubre y emiten un sonido apenas perceptible por el propio oído. Esta sola experiencia justificaría la existencia del universo. Ignoramos el sentido de la vida, ignoramos el sentido de la muerte, pero hay algo en la rigidez del vello que concuerda con la erección de los hombres. Invitamos a los lectores a poner más atención en esta reveladora costumbre antes que en los hábitos más insignes de los monstruos locales.
Armonía
Una culona es la criatura más armoniosa de la zoología humana. El descubrimiento de esta especie requirió siglos. Algunos museos exhiben sus cuerpos desnudos, honrados por el trazo estremecido de Schiele. Si bien todos creemos que forman parte de una casta de divinidades menores, recordemos que las culonas no son cabras aladas que habitan los mares de la luna.
Estos seres vivos integran una especie alarmante de la humanidad. De todas las fábulas sobre su origen, la más conocida es la más asombrosa: la primera culona fue la imagen deliberada que una mujer tuvo de sí misma y no un accidente religioso.
Oropéndola
Cuando una culona levanta los muslos, un animal de tres pies, aunque uno de ellos de dimensiones menores y con cabeza de pájaro rapado, se paraliza (se para y se alisa), se vuelve palo carnoso, escupidor de mantecas. El garañón, al doblar el cuerpo sobre esa masa de sueños, se deshace en hilos blancos que ungen, por dentro y por fuera, el nido de oropéndola.
Umbral
Para algunos lectores, una culona es la magnificación, y hay quienes han pensado (yo misma, incluso) que las culonas son una especie fabulosa, un género fabuloso, la encarnación de la ternura sexual y del lúbrico encantamiento.
Dios creó la tierra, creó los cielos, creó las aguas y creó el sol. Creó el hombre, creó la mujer pero no pudo crear una culona. La culona tuvo que hacerse a sí misma. Soplarse a sí misma. Inventarse un paraíso, expulsarse del paraíso y habitar por fin, su propio mundo de majestuoso erotismo.
Desfloraciones
Aunque la repetición no sea una conducta que las caracterice, estas magníficas criaturas tienen ciertos comportamientos típicos. Cuando una culona está enamorada de un hombre, mueve el pie de un lado a otro trazando círculos infernales en el suelo. Luego apoya las plantas sobre la luna (o sobre el parqué) y se le estiran los dedos mientras echa la cabeza hacia atrás. Entonces cierra los ojos y sobre su retina, imágenes espontáneas inician un desfile afortunadamente nocturno. Comienza así una ondulación que vuelve insaciable sus caderas. Su mano purísima frota las humedades virginalmente desfloradas repitiendo siempre el mismo nombre. Funda su amor en un rito que ya nadie podría acusar de imaginario.
Heroica
Cierta vez, una culona alta y esbelta, con sus bellas piernas ceñidas en medias de seda, vuelta apenas hacia mí, se encontraba de pie sobre su tristeza y no cayó. No hizo más que permanecer de pie sosteniendo todo el talle de su cuerpo y de su alma. El suelo, como un hombre sin brazos, sin corazón, sin coraje, permaneció por completo tendido bajo sus plantas, imposibilitado de ser otra cosa más que final de un abismo.
Aullidos
Hasta ahora hemos concebido a las culonas como la realización de un anhelo pero algo tienen de humanas, algo tienen de lobo. Se cree que en su origen, mujer y lobo fueron uno y los dioses recelosos de tan temible suavidad, los dividieron en dos. En ese momento, todas las mariposas que estaban en el aire se hicieron negras para evidenciar el duelo. En un libro de brutales antecedentes se afirma que la culona fue hecha de un colmillo lobuno, pero nosotros ni siquiera pensamos que una mujer o una culona puedan ser una mitad. Lo que sí es cierto es que las culonas, en noches de luna, en atardeceres de tempestad, en mañanas arrancadas de las agendas, no pueden contener sus candorosos aullidos de perdición.
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