CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
"Mirá, nos condecoran", Ramos estrella un folio abollado en el centro de la línea de montaje de donde Carrasco lo manotea antes de que se lo trague la sinfín: un preaviso de despido que le cursa la empresa en la que "todos caben en su corazón", según la última campaña publicitaria, Carrasco ojea alrededor y González y Demaría llevan pliegos similares, brazaletes de luto metidos a medias en los bolsillos superiores de los overalles; Oviedo, entre los pomos de pegamento que circulan por la cinta, hace planear un avioncito ya se sabe hecho con qué, y Lucas lo ha plegado como un abanico y se da aire. A todos los echa la empresa que "construye cariño", en cambio, Mariátegui prefiere colgárselo como un babero mientras se chupa el dedo y manda desde su garita un gesto de degüello a retribuir. "Cómo contraatacamos" se calienta Carrasco controlando los tubitos de adhesivo; se aguantan en su rutina hasta que por fin, liberados, improvisan en el bar una febril asamblea y cuentan bajas, "recortes de personal". Apuran el chopp como cicuta, "una huelga serviría para calmarles los nervios a los patrones; la perderíamos en tres días y se apuntarían los derechos laborales intactos y amados por la empresa", otra ronda de cerveza, indica Carrasco, González necesita el trago, endeudado hasta la coronilla. En una especie de lección repasan tácticas pasadas "¿y si tomamos la fábrica? en el 89 nos dio resultado", "Como si tuviéramos soldados para semejante guerra", ajusta Lucas y hace lluvia de papel picado ya se sabe con qué; la mano viene dividiendo a justos de pecadores. Ellos, la minoritaria vieja guardia, afuera. Por lo tanto, toma de la planta, no. ¿Y si montamos una carpa?, totalmente inútil, la prensa te da bola dos días y se borra. "Está el boicot". "¿Quién se privaría de usar la bolita que pega hasta un matrimonio mal avenido?" ¿Un escrache? ¿Ah, sí? ¿y los otros, los que nos esquivan como leprosos y no quieren contagiarse, miralos allá, ¿de qué serían capaces para que no los echen? ¿de lincharnos? Carrasco se seca la espuma que le humedece el bigote; sentencia: "sabotaje". Camino peligroso, pero la puta que siempre ha funcionado. Oviedo no lo ve: "¿van a ser tan pelotudos como para dejar una fisura?". "Un agujero no", corrige Carrasco, "pero tienen su secreto", y saca algo que viene llevando como una póliza de seguro colectiva, algo que rascó de un basurero especial porque se lo indicó Lezcano, un tubo de plomo, vacío, que alisa con la mano, "¿qué es eso?", "un kilito de mierda", sentencia muy bajo, "le meten esto a cada tanque que va a fraccionarse y cuando en tu hogar usaste la mitad de tu tubito de adhesivo, oh sorpresa, se te aparece seco, hecho piedra, ¿lo dejé mal cerrado? ¿los chicos metieron mano? la mitad justa arruinada y tenés que salir a comprarte otro tubito", "un secante de efecto retardado", "exacto", "Pero qué hijos de su madre; se las saben todas", "y las ventas se duplican". Demaría interrumpe: "con la plata de la indemnización, yo me compro un autito", ése era Demaría cuando se iba por la tangente, "hacé otra cosa con la plata, gil, no la quemés que no vuelve", se impacienta Carrasco, "qué mierda sabés vos qué es quemar la plata, que mierda", Demaría se golpea la palma derecha con el puño izquierdo, "está bien, tomatelo con calma", "En Stock lo tenemos justo a Leiva, él va a poder hacer el cambiazo de sustancias", "¿Y cómo descubrió Lezcano lo de ese ingrediente secreto?
La mesa se pasa el tubo del secante, lo estudia, ¿te acordás que cursó un tiempo en la Tecnológica? Y de desconfiado, sospechaba de este socotroco que le hacían llevar con tanto sigilo y tanta vigilancia, hasta con custodia; desconfiado genético, nuestro Lezcano se llevó una muestra al laboratorio... "Un auto, un fiatín" insiste enojado Demaría, "Me compro". "Qué gil", menea la cabeza Oviedo "Qué dijiste", "nada, nada dijo".
Organizan quién se ocupará de cambiar el relleno por un barniz cualquiera, quién se lo entregará a Lezcano, en qué momento, cuántos kilos por día, se organizan, "¿Y yo qué hago? Motorizarme", arremete el gordo, desafiante, pisando el acelerador con el hocico sin estar borracho, "Acabás de decírnoslo", Mariátegui irrumpe: "Pero no vamos a recuperar el empleo, hagamos lo que hagamos". Y la empresa tan campante". "Les vamos a meter un agujero así" graficó Carrasco. "¿Tenés idea, Carrasco, de cuándo me compré la primera bicicleta? A los 13 años" siguió batiendo Demaría, "Y ¿para qué? para ir al laburo", "Está bien, Demaría". "Pero ¿los podemos joder?" levantó la mano uno que pidió la palabra como si la asamblea fuera formal y tuvo que atajarse los manisazos con que lo bombardearon, "Sí, los podemos re joder", "Y ahora tengo cincuenta años y sigo pedaleando" porfió Demaría, los demás coreaban "Lo vamo a reventar" "¿Vos creés que desde que nacés estás condenado a pedalear una bicicleta de mierda?" insistió repasando con su gordo índice el borde de la jarra vacía, "¿Y cómo los vamos a reventar?", "con los números, les vamos a arruinar los malditos números, los balances", "¿Y por qué a los cincuenta pirulos todavía bufo contra viento en mi dos ruedas a pulmón eh?", No seas fatalista, "Otra cerveza para todos", hizo seña Carrasco, primero se le derrumbarían los números y cuando la empresa quedara medio enterrada, la última palada de tierra: le enseñarían el truquito a la prensa, siempre lista para el escándalo del día. "Por qué me decís que lo que hago es reventar la plata si me compro un auto", levantaba y levantaba espuma, "Calmate, Demaría", "Tomate la cerveza que se te calienta" pidió Carrasco, "Mi hija tiene razón. Dice que nací para pedalear. Y que para ella va a ser lo mismo"; se levanta, señalándolos uno a uno con el índice. Si a Demaría se le saltaban las lágrimas, todo el proyecto se iba al carajo. "A mi viejo le dieron un toco de guita cuando lo echaron. Un toco. Arregló el primer negocio de su vida, un Fiat 600. El martes se lo entregaban. Julio de 1989. El lunes la plata se le hizo agua entre los dedos", "agua", y se tira cerveza. Alguien murmura lo que acciona los gritos de Demaría: "Híperinflación las pelotas", "Sorruille las pelotas" y se soba los genitales, "Choreo. Eso. ¿Quién se robó el auto de mi viejo, eh? ¿quién?", vuelan los maníes con su puñetazo. "Muchachos, esto se nos pudre, yo me voy", un par de overales se levantan. "Paren, paren. Está bien", se afirma Demaría: "Hagamos lo que tenemos que hacer y cuenten conmigo", se raja una puteada, saca panza y sale.
Murmuran: "El asunto va a andar", "Mientras no despidan a Lezcano", "Así lo echen. Hay compañeros de recambio", Carrasco se embucha el chopp, caliente ya, hasta el final. La gente alza sus camperas, pone billetes sobre la mesa. Algunos remolonean, pensando en servirse una más. Desocupados. De vuelta. Haciendo un ángulo con la manga y tapándose la boca Oviedo se adelanta, le susurra algo en la oreja a Carrasco: "¿Y vos, en qué andás? ¿en qué venís a la fábrica" Pero antes de oír la respuesta se acuerda de las veces que se han cruzado mientras les colocaban candados a sus bicis, en el vasto espacio del estacionamiento que la fábrica destina para comodidad de sus empleados. "Ese Demaría mete ideas" dice Carrasco. Apunta como si fuera a disparar contra la mosca posada sobre la jarra vacía. Pero no es un soldado ni lleva arma. Saca monedas, cuenta, mientras la mosca levanta vuelo, aterriza en su bigote y chupa los hilillos de grasa que ha dejado el queso de la picada entre sus pelos.
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