Viernes, 7 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Gloria Lenardón
Tener un par de ojos con el cual ver el mundo que está a mano puede resultar un beneficio o no según se mire. Lo múltiple, lo diverso, lo heterogéneo, es decir, la gran mezcolanza, se ofrece a la mirada como una selva a atravesar. En esa oscuridad enmarañada, cómo librarse de lo peor de la maraña, cómo encontrar la vía en lo complejo, la puertita por donde la razón y los sentimientos puedan entrar para orientar así los ojos extraviados.
Fijar la atención, los ojos, para ver, concede a lo mirado sustancia, categoría de visible, eso está ahí, lo veo. "No me ven", decía Francisca, de cuatro años, a su padre, desconcertada, en medio de la calle de la ciudad, con su vestido flamante. Acostumbrada a la mirada familiar que la materializaba amorosamente en la casa, la sorpresa del cambio afuera no ser vista la hacía sentir inexistente, la desvanecía en la corriente de la calle, Francisca le daba a la mirada, o a su falta, toda la consideración. Como trofeo de guerra, los norteamericanos mostraron al mundo a Saddam Husayn frente a las cámaras abriendo la boca para que controlaran su dentadura _ tal cual se hacía con los esclavos en las antiguas subastas, en un acto de certificación de identidad que hicieron bajo la mirada universal. Quizá la imagen mas insufrible de Husayn tomada por los norteamericanos siempre imbatibles en fotografiar sus modos de invasión.
Delicados, sutiles o groseros y contundentes, los objetos, los sucesos, abarcados por una mirada sufren toda su aprehensión. Hay miradas que convalidan o que desautorizan, que aceptan o que rechazan, que dedican la atención que lo expuesto demanda.
Francisca se expuso con su vestido nuevo buscando reconocimiento "La recompensa por aquello a lo que se dirige la mirada y que espera perceptibilidad". Entre uno y otro extremo, entre lo mirado y la mirada, entre lo que quiere ser percibido y lo que busca percibir, puede fallar el canal, el hilo que enlaza lo observable con el observador, aunque en ambos esté la intención de captar. En el punto en el que se unen ambos puede haber colisión, golpe, magulladura, chispas, las chispas de dos cables que se juntan trayendo la energía de los polos diferentes; la chispa que salta cuando los extremos se rebelan, pero también puede suceder que el origen distinto no se aclare y menos todavía el rumbo que siguen, lo que se intercala, el desvio no se revelen, el estrabismo del ojo que hace como que mira una cosa y mira otra, quedando en un extremo un cabo suelto, algo que flota en soledad.
Silvio Astier dijo rabioso: "Un dandy a quien rocé con la canasta me lanzó una mirada furiosa, y la canasta pintada de rojo rábano, impúdicamente grande, me colmaba de ridículo". Pero Astier no ignoraba el pesar a que lo conducía su canasta. Puestos ahí en situación, los personajes, las personas como personajes, en un marco sin aclarar, con un barniz apenas del color del papel que juegan en la escena, es posible que advertidos de su función, con pleno conocimiento de ella, es posible que contestaran: preferiría no hacerlo.
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