CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
No desearás a la mujer del patrón, ni su pulposa trenza, ni sus golosinas de anverso y reverso,
no la espiarás, reclinada en la butaca, mientras le da vueltas a su anillo matrimonial y sus inquietos muslos hablan lo que no debés oír,
no le imputarás las tropelías que acaba de cometer su dueño y tu dueño, ayer,
(tres muertos)
ni ojo por ojo diente por diente lengua por lengua lengua
a ella, la de frutales labios,
no la amenazarás desplazando en tangente, sobre su testa, el patíbulo que su consorte fabrica ante la multitud de operarios, soga de palabras que desenrolla del micrófono y terminarán ahorcándolo,
no la piropearás
¿qué hace la mujer del amo en la asamblea donde se ventila lo que sucedió ayer? cuando empiece realmente a ventilarse, que no, todavía, pero ya enseguida,
(muertes)
ni tomarla entre tres y vejarla como represalia, justicia por mano propia (otra no hay), en castigo porque el patrón, horas atrás, encadenaba su fábrica, propiedad donde aprisiona lo que cae dentro de su perímetro/telaraña y le pertenece,
vos,
Acuña, Morbidoni, Donn,
no codiciarás la mujer del prójimo, ni su asno ni su molino,
no le contestarás hoscamente a la patrona que te saluda de lejos, pondrás estricta urbanidad al responderle,
no anhelarás su escote ni tu palma hurgando en su escote ni tu lengua pegándole etiquetas dentro
¿qué hacen en la asamblea ella y su falda sin luto por Acuña, Morbidoni, Donn, cercados, asfixiándose en la fábrica de llaves puestas y humareda?
no martirizarás a la mujer del amo, ni te desquitarás, ni le cortarás la mano, que no fue ella la de los cerrojos y cepos, ni ató candados que aprisionaron pertenencias,
Morbidoni, Donn, Acuña,
no dejarás que te avasalle la hembra que calienta las costillas del amo y sirve a sus testículos en la cama y en la mesa,
"Estoy con ustedes" dice ella y se desliza a la butaca lateral; te tiende un camino empedrado de malas intenciones, "estoy con ustedes"; se espabila el escote, las axilas,
"Eso qué significa, señora"
"Que no seguiré a mi marido hasta el asesinato"
"Y hasta un paso antes ¿no es lo mismo?"
"No lo sé", se enrosca la mujer y titubea bajo el micrófono de fauces abiertas, "Créame, soy sincera". Susurra: "Sus compañeros van a terminar negociando esos cadáveres".
"¿Y usted?"
"No", rechaza.
Hay un balanceo para contar las manos que se levantan, cómo gesticulan las bocas de los oradores, los puños alzados, "No transaremos, señora", la desafiás, y ella: "Ya verá; verá que pactan una tregua, un armisticio". Se apiñan los que votan, gritan, corrillos, agolpamientos, seis horas de insultos e intervenciones, palabras altisonantes y manifiestos, compromisos a cumplirse en el plazo de seis semanas para punir los muertos por asfixia en la fábrica cerrada. Donn, Acuña, Morbidoni lo reclaman. Justicia, seis semanas. Las pocas manos en minoría, contadas por sus dedos que se mantienen altos y en contra, intransigen; entre ésas, la tuya. "Estoy con usted", ratifica la mujer del amo. Y su escote y su trenza robusta, sus golosinas de dorso y reverso, sus muslos parlanchines, locuaces, su mano sobre tu hombro.
Te importa un carajo. Al menos en esta asamblea a esta hora de esta noche. La dejás colgada de sus palabras y te unís a los disconformes; "Vayamos al Bar Baro", "Qué cagada", "No lo demos por terminado" catándose, sorprendidos de cada cuál, "¿Pero vos sos...?", "Sí, el mismo... ¿te acordás cuando discutimos?", "no nos cascamos pero me quedé con ganas de machucarte...", van a conocerse, quién es cada uno, individualizarse; la esposa del dueño se les acerca, desnuda bajo la rueda de la atención de los curiosos; empieza a abrir la boca, se le cae la frase al suelo, la recoge y embucha, larga un "buenas noches", da media vuelta. Camina por el corredor que la multitud le abre, un abanico a su izquierda, otro a su derecha a medida que ella avanza; trata de salirse y armar una diagonal, mezclarse en el montón, pero la gente se aparta y le libera un pasadizo franco. Sigue, oscilante, hasta que por fin se pierde, sale.
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