CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
El olor a libro viejo del cuaderno de tapas azules, la caligrafía despareja que cubre sus hojas cuadriculadas, la tinta negra, las tachaduras, las frases garabateadas entre líneas, traen a mi memoria al amigo Nicanor Pérez. Leo los textos escritos quién sabe cuándo, una miscelánea que quizás anticipaba estos tiempos de ausencia, de incertidumbre. Nicanor intercala páginas ya corregidas con ideas sueltas y breves poemas inconclusos y argumentos para relatos que según sus indicaciones debería redactar mister Wingren y listas de libros que alguien tendría que volver a editar y algunas infaltables citas. Y ya que he nombrado al huidizo detective, diré que él también ha escrito en el cuaderno azul, con una letra mucho más prolija, nítida. Ambos parecen ser complementarios y opuestos: Nicanor representa el riesgo, las improvisaciones, la erudición libre de pedantería, la curiosidad sin freno, las preguntas, las dudas; mister Wingren, por su parte, es obsesivo y minucioso, prefiere las certezas, las explicaciones, se ajusta a un plan férreo y se encierra en sus razonamientos muchas veces insensatos. Sin embargo, nada hace pensar que no trabajen juntos en una extraña armonía.
Fue en una edición de la Historia del cine de Lo Duca (Eudeba, 1975) donde leí que esa gran actriz de una única y formidable película, Renée Falconetti, había muerto en la ciudad de Rosario. Según Lo Duca, en ésa que fue su única película, La pasión de Juana de Arco, realizada en 1928 por Carl Dreyer, el director quizá logró por primera vez aniquilar la "carne" de una artista y mortificarla hasta el límite más extremo posible. "El resultado fue perturbador continúa diciendo Lo Duca. Se ha dicho que no se trata de una película porque sus imágenes aparecen elaboradas en demasía; es casi la única que conserva su belleza intacta y en la que la geometría de los detalles no detiene el libre curso de la acción". Fue, como ya escribí, el único film en el que actuó La Falconetti, pero tanto su actuación excepcional como el trabajo del director la hicieron pasar definitivamente a la historia del cine. Jean Tulard, en su "Dictionnaire du cinéma", también habla de esa serie de primeros planos formidables que logró Dreyer. Consigna la fecha de su nacimiento, 1901, y la de su muerte, 1946. No habla, sin embargo, del lugar de su muerte: Rosario.
Cuando leí por vez primera el mencionado libro de Lo Duca comencé a trabajar en una investigación a mi manera, es decir, a golpes de improvisación, preguntando y revisando algunos archivos periodísticos en donde no hallé nada. Pero siempre me decía que alguna vez iba a encontrar algo. Y eso fue lo que ocurrió hace poco tiempo. Armando Raúl Santillán me hizo conocer un libro dedicado al español Luis León de los Santos, en donde se detallan los cerca de 350 cuadros de pintura argentina que donó al Museo Provincial de Bellas Artes "Rosa Galisteo de Rodríguez" de la ciudad de Santa Fe. Luis León de los Santos había nacido en el barrio gótico de Barcelona en 1897 y llegó a la Argentina con su madre en 1905. En 1955 mandó construir una casa oratorio en San José del Rincón y se quedó a vivir allí. Fue hacia 1940 que, siendo director del museo Horacio CailletBois, hizo su primera donación de 24 cuadros, y desde ese momento la siguió incrementando hasta llegar a las 328 piezas (cuadros, esculturas y grabados), más 24 que incluyó por disposición testamentaria. Es posible que por esos años, es decir entre 1940 y 1955, el coleccionista viniera con alguna frecuencia a Rosario. Fue entonces cuando, según me contó Santillán, que La Falconetti llegó a nuestra ciudad portadora de una carta confidencial para de los Santos. Suponemos que eso debe haber sido en 1946, que es cuando la artista encontró la muerte por estos pagos. Tal vez el carácter confidencial de la carta que traía hizo que la muerte de La Falconetti no esté consignada en los diarios de aquel año, o será acaso que mi crónica torpeza impidió que descubriera esa noticia.
Hay otras muchas preguntas que pueden hacerse. No tengo respuestas. Algunas aproximaciones es probable que sí. ¿Por qué estaba La Falconetti en nuestro país en esos años? ¿Es posible que, como muchos otros artistas franceses, escapara de la ocupación nazi en su país? ¿Qué era esa correspondencia tan confidencial que trajo a Rosario? Lo ignoro, y también por qué fue ella la encargada de transportarla. Creo que para un joven investigador (¿acaso mi buen amigo mister Wingren?) el tema debería tener bastante interés y se podría hacer un buen trabajo. Yo ya no soy joven y menos aún investigador, si es que alguna vez lo he sido.
Recordando a Barthes y...
tratando de imitar a Roland Barthes, lo que resulta imposible, aunque lo hago ya que en ese intento fracasado de imitación lo recuerdo: sus libros, su muerte, como toda muerte tan absurda y dolorosa. Su muerte como la retrata Italo Calvino, con una honda tristeza. He leído bastante de este autor y todavía siento con frecuencia la necesidad de releerlo. ¿Lo he comprendido? Supongo que apenas, pero siempre sus textos me producen placer. Uno de sus libros, construido en fragmentos, como muchos otros, es Barthes por Barthes (1975), publicado cinco años antes de su muerte en un accidente calificado como "idiota", en una calle. ¿Se podría hablar de la banalidad de ciertas muertes? La de Camus, también en un accidente, en la ruta; la de Gaudí; la de Morelli en "Rayuela", aún cuando no sé a ciencia cierta si Morelli murió o no; la de Rilke, por el pinchazo de una rosa (alguien dirá que una muerte un tanto cursi). En ese libro, en el fragmento dedicado al "gustar o no gustar", dice Barthes: "Me gusta, no me gusta: esto no tiene importancia para nadie; aparentemente no tiene sentido. Y sin embargo esto quiere decir: mi cuerpo no es igual al tuyo. Así, en esta espuma anárquica de los gustos y las repugnancias, suerte de picadillo distraído, se esboza poco a poco la figura de un enigma corporal que compele a la complicidad o a la irritación".
Me gusta el ajo, Ravel, Bartok, Webern, el queso camambert, el borgoña, Borges, Julia Roberts, los azules, los grises, Miró, Juan Gris, la polenta con manteca y queso, Mary Astor, Tom y Jerry, las ciruelas rojas a punto de pudrirse, el té, la rúcula, Gene Tierney, Truffaut, Woody Allen, Coltrane, la comida china (mejor decir: la comida que me dicen que es comida china), la calabaza, el chocolate a punto de derretirse, La historia del soldado, el King Oliver del final, Bix Beiderbecke, el café con crema, las fotografías documentales, el cine negro, las novelas ídem, Porchia, Cortázar, Vallejo, Lezama Lima, el mentol, los Tres Chiflados, la lluvia, el otoño, Jacques Brel, la banana, los helados de crema blanca, Leonardo Sciascia, Pontalis, los fideos con manteca, el arroz, Hammett, Pedro Páramo, Wallace Stevens, El sobreviviente de Varsovia, Julianne Moore, Chandler, Ellington, Salinger, Paul Klee, Graham Greene, el cine en general por el cine en sí mismo, Marcel Duchamp, los bares que no cambian de mozos o mozas cada tanto, el olor de los libros, los mapas, las corbatas, los perramus, Brigitte Bardot, la radicheta, las ciudades que no conozco y he visto sólo por fotografías o en el cine: Praga, Alejandría, Londres, Chicago, Génova, besar, besar y besar y no necesariamente llegar a más, las memorias, los diarios de gran formato, El Eternauta, Perkins, Inodoro Pereyra y Mendieta, el aceite de oliva, Wim Wenders, Bergman, Fellini, Antonioni, John Huston, Hemingway, Faulkner, los ojos de las mujeres en el orgasmo, la lengua de las mujeres moviéndose de un lado a otro como queriendo escapar y así poder recorrerme con libertad absoluta, el absurdo, las paradojas, los apócrifos, los discos longplay, La rama dorada, los poemas de Pavese, los de Eluard, los de Montale, los de Pound, los de Eliot, el no poder saber jamás si lo que corresponde es un punto, una coma o un punto y coma, los paréntesis, los habanos dulzones, La tumba sin sosiego, los gatos, los cachilos, los cascarudos, el no poner nunca la palabra fin. Pero es inevitable.
¿Qué es lo que no me gusta? La violencia, la soberbia, la envidia, los tomates, los alcauciles, los moluscos, la cerveza, los pepinos (no solamente no me gusta comerlos sino que además, puestos en la heladera, contaminan todo lo que hay en ella, hasta las botellas cerradas de agua); algo reciente que no me gusta es el diario de 1700 páginas de Bioy Casares sobre Borges: una obra deleznable, el mejor ejemplo de la traición del autor a quien consideraba su mejor amigo; la pedantería literaria, tan abundante; el mate (no el mate cocido, que sí me gusta); las bebidas alcohólicas dulces (aunque me complace el licor de huevo); cualquier cosa que se aproxime al nazismo, al fascismo, al franquismo, esas formas de la maldad que no terminan de desaparecer, al contrario, siempre hay nuevos discípulos dispuestos a las cosas más abyectas; las víboras, las arañas (acaso con la excepción de una de esas patonas que me acompañaba a escuchar música a la madrugada); el macartismo (algunos escriben macarthysmo) en sus formas vernáculas, que son poco conocidas y que muchas veces pasan desapercibidas. No me gusta viajar, pero alguna vez he viajado. No me gustan aquellos que dicen que están más allá del bien y del mal o que ya se encuentran de vuelta de todo. No me gusta lo que escribo, pero sigo escribiendo. Un vicio no demasiado dañino para mí (a veces), pero malsano (casi siempre) para los lectores.
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