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Miércoles, 19 de diciembre de 2007

CONTRATAPA

Mi mundo particular

 Por Federico Tinivella

I-

La arena vuela sobre el encordado de tu pie. Hace remolinos de puntos calientes, más allá hay un perro cavando en el desierto.

En la olla que el mar figura, que es más frío que los labios de la muerte, se sacuden en la distancia unos barcos de color. Acá en la orilla, los pies se hunden de a poco tragados por caracoles en ruinas, que forman una lámina de luz sobre el agua espumada, que llega y se va cual corso de verano, de los pueblos de provincia. Agitábamos la espuma sobre rostros desconocidos, el pomito sangraba en el negro su cicatriz blanca.

Debajo de la sombrilla está mi mundo particular, colgados los lentes, las llaves y un disfraz de niño. La palita se hunde aún más, cavan como el perro en el desierto y nos vamos haciendo más chicos. Nos hundimos en los caracoles derramados. Desde abajo puede verse el desfilar de cuerpos sin nombre que forman parte de otra película. Una vez en lo profundo solo se escucha el latir de nuestros huesos, la baba salada se mezcla con la transpiración.

Una ola enferma lo tapa todo, hace del pozo otro océano. Subacuático el disfraz de niño

mojado. Nadan contra la corriente el salmón, pariendo recupera un tiempo ido.

II-

En la entrepierna del desaire metí la mano y los dientes duros como miradas de turista quisieron derretirla, convertir sus ojos en alimento. Entendí entonces que debía rescatar

el milagro de perderse en rincones santos, para pintar así ojos en las manos, que puedan parir arroyos, ya no lágrimas.

III-

En los pliegues de la orilla de tu hombro congelado se disparan unos ecos de perfiles que soñabas. Unas paredes que hacían de pantalla.

Desvestirse del todo, de esa espuma que llevabas. Una incisión. Un corte, de luz, como un palo en una zanja.

IV-

Salías a maltratar los botines en la canchita. Un campo congelado. Detrás del alambre perforaban el destiempo los ladridos de unos padres. Vos te parabas ahí y la pelota te golpeaba como un puño. Las medias, la camiseta del disfraz. "O pasa la pelota o pasa el jugador", vociferaba el técnico en el entretiempo, un empresario que olía a bosta de caballo.

¿Por qué no nos dejaban acariciar las redes del sueño, hacerle un gol a la almohada,

no retraerse en un show de medias de sal y ácidas silbatinas?

V-

Llego a la desembocadura de un lado tardío del secreto. Un vientre desfila en los dientes de lo oscuro. Caen unas cajas pesadas sobre pastos quemados. Ahora la boca atrapada en el cuadro de arena.

Encender un fósforo, un disparo en el baldío de las manos.

VI-

El mar es una cajita de música en un descampado. El mar es un globo en el aire, inflado de fiebre. Los límites en el mar van desde los caracoles hasta la orilla, desde las sirenas hasta las tormentas y desde esos ojos hasta una lata de atún. Me pongo un caracol en la oreja, estoy en la peatonal Córdoba, hago como si hablara por teléfono, me comunico con un señor que está en la esquina, tiene una pequeña radio en la cara y un pañuelo en la cabeza y habla conmigo sin mirarme. En el mar dejé los pañales. Cada vez que vuelvo me los pongo de nuevo, me hago milanesa y no paro de llorar. El mar tiene olor a mariposas, a campo azul, a tristeza de niña con trenzas. Salir corriendo y partir una ola al medio. Un pescadito en una bolsa es como un recuerdo de Mar del Plata. Voy a escribir en la arena todos esos nombres que son el mar.

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