CONTRATAPA
› Por Miguel Angel Mori *
Es una tarde como para extenderse bajo el sol. Estoy en una esquina de lo que fue el viejo mercado de Abasto de Rosario y recuerdo cuando con el Hora lo acompañábamos a mi papá a arreglar su auto de aquí a dos cuadras. Recuerdo los camiones, los cajones y los hombres forzudos de camisa arremangada; recuerdo la verdura dispersa por el suelo y la fruta reventada, las casas viejas y los galpones deglutiendo todo y las risas, los gritos y las mofas.
Por allí pasábamos con el Ford 38, un auto que siempre estaba descompuesto, polvoriento de andar los caminos de tierra, nunca un trapo, un plumero, con los respaldares del asiento de atrás impregnados de una fina capa de polvillo. Así por años. Y mi papá que nos instaba a limpiarlo, y nosotros vagos, vaguísimos, y él también.
Ibamos a lo de Buono y Ravarino, un taller que estaba, como dije, por aquí cerca, cerca de esta tarde que se desploma de sol y de siesta. Y no había vez que él no nos recordara que éste Buono era el hermano de aquel otro que integrara el famoso dúo BuonoStriano, un dúo de cómicos que nunca alcancé a conocer. Y él nos lo contaba con tanto respeto y admiración que nosotros no teníamos nada que objetar. ¡El hermano de un artista! Como decir Chaplin o Laurel y Hardy. BuonoStriano, qué bien sonaba.
Y allí íbamos con mi hermano Hora en el asiento de atrás, haciéndonos señas sobre el estado calamitoso del coche. Un auto que en ruta nunca subía de los sesenta, y en la ciudad, de treinta, a lo sumo, de cuarenta. Y no quiero contarles cuando nos pasaba un taxi "merceditas" y sin poder contener la risa provocábamos la reacción de mi papá que, tocado en su amor propio, aceleraba en un desconcierto de bielas y humo negro sin lograr alcanzar al otro que se le escabullía como mojarra entre las manos. "Pff" concluía "Yo ando despacio porque quiero"
Y después doblábamos por Sarmiento y llegábamos a lo que es hoy la plaza Pasco, pasábamos el Abasto y nos perdíamos hasta el taller de Buono y Ravarino. Un taller con el clásico portón de hierro macizo que solo un Hércules se atrevería a abrir. Y el adoquinado grueso con manchas de aceite por aquí y por allá hasta el fondo donde se levantaba un galpón inmenso de chapas oxidadas. Un lugar sucio, mugriento de todas las grasas y transpiraciones, atendido por el señor Buono, un viejo encorvado con nariz de gancho que resumía toda la mugre y el cebo del entorno con su ropa de trabajo azul percudida por tantos años de trabajo y su cara tiznada y sus manos.
Entonces, cuando mi papá, todo gordo inmenso, maniobraba atolondrado y lograba embocar la entrada del taller y estacionar el auto, se bajaba agitado y encaraba para las oficinas donde lo esperaba el tal Buono con cara de enojo. No era para menos, los arreglos se sucedían y las facturas se atrasaban, y por más que mi papá le hablara del tiempo o improvisara alguna ocurrencia o chiste no lograba achicar la cuenta ni alegrarle el rostro. Y después de unos minutos tensos del debe y del haber por fin le hablaba del motivo de su visita: otra vez el auto se le había vuelto a descomponer. Entonces, Buono iba a darle una rápida mirada al ford, se lo hacía poner en marcha, escuchaba el motor, sacaba un pañuelo sucio y arrugado del bolsillo de atrás de su pantalón, se soplaba los mocos y concluía: es el chicler de baja.
De allí regresábamos a la oficina y en el trayecto el mecánico volvía a mencionar el atraso de la cuenta a lo que mi papá respondía sacando dos cheques de terceros de su billetera de cuero logrando así distender el clima.
Así siempre, hasta que un día mi papá quiso darle un corte definitivo al asunto. Por un lado buscaba ganarse la confianza del tallerista alejándolo de su permanente disgusto, y por el otro, quería deslumbrarnos.
Entonces, le preguntó al mecánico por su hermano Buono, el integrante del famoso dúo. "¿Qué hermano?" fue la respuesta del tallerista ante nuestras miradas atónitas. "Su hermano" insistió mi papá. "Yo no tengo hermanos" le volvió a repetir con un gesto entre de sorpresa y de fastidio.
Sí, esta plaza, donde ahora anidan los pájaros conoció otras madrugadas: el olor al ajo porro y a la espinaca, a la manzana, a la naranja y a la frutilla, los hombres forzudos, los gritos y las mofas.
De aquí a dos cuadras estaba el taller de Buono, el hermano de aquel otro que integrara el famoso dúo BuonoStriano.
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