Martes, 12 de febrero de 2008 | Hoy
Por Miguel Roig *
Vas en el tren y alguien, una persona cualquiera, sentada en el asiento opuesto, frente a frente, te mira. Te das cuenta porque su reflejo en el vidrio de la ventanilla, hacia donde está orientada tu mirada, la delata. ¿Qué lee en tu rostro esa persona que lo observa?
En la película Night Moves de Arthur Penn, Gene Hackman interpreta a un detective privado que comparte su vida con la propietaria de una galería de arte. El personaje de Hackman es invitado una noche por su mujer y un amigo de ambos a ver una película de la nouvelle vague. No, contesta Hackman, me quedo en casa a ver un partido porque ver una película de Eric Rohmer es como mirar crecer un árbol.
Arthur Penn, entonces, cambia el ritmo de este curioso thriller y el detective que encarna Hackman se encuentra solo y aburrido: nada pasa; movido por su propio impulso, el personaje debería levantar la vista, encarar la cámara y decirle al director: ¿la trama sigue o me voy? En ese impasse es donde nosotros comenzamos a ver al personaje. Finalmente, el detective sale a la calle, pone en marcha el coche y decide ir a buscar a su mujer y al amigo a la salida del cine. Según se acerca a la puerta de la sala con el coche ve que ambos salen abrazados, besándose. Hackman, atormentado por el engaño, regresa a casa.
Penn, a su manera, en un claro homenaje a Rohmer, nos enseña qué no vemos cuando no miramos crecer una planta.
En Madrid, la Fundación Mapfre, acaba de adquirir una de las copias de la obra Las hermanas Brown de Nicholas Nixon.
Las hermanas Brown es una serie de fotografías de cuatro mujeres, hermanas tal como indica el título de la obra, compuesta por treinta y cuatro piezas y que Nixon ha ido registrando año a año, desde 1975, dejando constancia del paso del tiempo en el rostro de esas mujeres.
Al mirar la secuencia ves que, efectivamente, para notar contrastes evidentes hay que dar saltos bruscos de un lustro a otro o incluso dejar mediar una década para constatar como el aliento de los días ha ido erosionando la luz de la piel de cada una de las hermanas o ha empañado delicadamente el resplandor de sus ojos.
Están las cuatro, a lo largo de toda la serie, guardando siempre el mismo sitio en la composición: no hay rotación ni cambios. Pero es curioso ver, por ejemplo, como en los primeros años los cuerpos de las cuatro mujeres tiende a singularizarse evitando el roce: son cuatro figuras que establecen su identidad o, a lo sumo, se agrupan de a dos. Más tarde, esos cuerpos se buscan, se tocan, se abrazan. También resulta extraño ver que el envejecimiento no sigue una secuencia lógica: una de las mujeres, por ejemplo, de un año a otro sufre una transformación acentuada, como cuando en verano, una mañana el frío desbarata todos tus planes y el cuerpo se destempla aunque sabe que el calor regresará. En este caso no es un simple hiato: al día siguiente el otoño se ha instalado en la vida para siempre. De todas maneras, dos cosas acaparan la atención por encima de todo. Los gestos mínimos que rotan en un mismo rostro según pasan los años: sonrisa leve, rigidez absoluta, indiferencia, curiosidad o el ansia deliberada o inconsciente de protagonismo. La otra es el enigma de saber si en la siguiente entrega de la obra, el próximo año, las cuatro seguirán allí.
La ausencia, en algún momento, pasará a formar parte del relato.
En estos mismos días, en la Casa de América de Madrid, se presenta la obra de otro fotógrafo, Gustavo Germano. La exposición se llama ausencias, así, en minúsculas y, además, en el original el cuerpo de la i está ausente; sólo es visible el punto. Son catorce obras compuestas por una foto familiar tomada, en la mayoría de los casos, en la década del sesenta y su correlato, otra fotografía, realizada por Germano, en la que hay personas ausentes. Se trata de una reproducción del primer registro en la que el paso del tiempo constata un espacio vacío: el que han dejado los que no están.
Los desaparecidos (subtítulo)
Hay dos hermanas apoyadas en una cómoda. Es un día de 1970 y son adolescentes. Están vestidas con ropa cuidada, impecable; el cabello peinado prolijamente brilla ante el destello del flash. Sonríen. El perfil del rostro de una de ellas, la sobreviviente, se refleja en el espejo que está colgado detrás de ambas. La sonrisa que nos devuelve el espejo es aún más luminosa y sonora que la que enseña el rostro que busca a la cámara. Es como si el espejo nos revelará un acorde interior de esa chica, el presagio alegre de una vida por vivir. En la obra de Germano, realizada en 2006, treinta y seis años después y que acompaña a esa fotografía tomada por un hermano mayor de las chicas, la mujer no sonríe: el rostro se apoya ante la cámara con un rasgo de gravedad tranquila. Pero detrás, aparece el perfil de esa misma cara otra vez y, aunque parezca increíble, se atisba el esbozo de una sonrisa en el reflejo. Ese gesto que nos devuelve hoy el espejo ya no es un presagio, es la certeza de una vida que, si bien ha sido construida con dolor, también lo ha sido con la dignidad y el valor de haber llegado hasta aquí, habiendo convivido con la ausencia y enfrentado su causa sin desfallecer.
Lo que acabo de escribir está sostenido por datos que aporta el libro de la muestra, un regalo que Lilian Neuman puso en mis manos. Por los textos sabemos la historia de las dos hermanas, del autor de la foto original, realizada un domingo por la tarde antes de que las chicas salieran y del niño de la mujer ausente que crió la otra hermana, la que ha sobrevivido. Pero no se necesitan los textos: el fuera de cuadro se presenta explícito en esta obra y en las ausencias de todas las demás.
Para reconstruir esta historia, "la vida por delante que no ha tenido lugar", tal como la define Lilian Neuman en su artículo sobre la exposición en el periódico La Vanguardia, para reconstruirla, para poder leerla, es necesario mirar crecer el árbol del desagarro que provocó cada día de ausencia. Impresiona ver como se vislumbran esos días que median entre las fotografías originales y las correspondientes obras de Gustavo Germano. La lectura del abismo que separa los dos momentos.
Vas en el tren y alguien, una persona cualquiera, sentada en el asiento opuesto, frente a frente, te mira. ¿Qué lee en tu rostro esa persona que lo observa? ¿Imágenes que ha colectado el silo de la memoria a través de tus ojos? ¿Alguna ausencia que hace evidente una amputación sólo visible a su sensibilidad?
Si ha visto crecer una planta, sin duda lo podrá ver.
www.zabriskiegallery.com/Nixon/TBS/nixonimages.htm#25
www.gustavogermano.com/
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