CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Es muy difícil escribir maniatada y a ojos vendados, en el nudo del trajín de los agentes de la CIA que rastrillan casas y yuyos de Loma Perdida tras datos de la valija de Antonini Wilson; no exhibieron credenciales pero se presentaron literalmente: "Somos de la CIA, piba" cuando me tomaron de atrás calzándome la capucha, "estás en nuestro poder, confesá", (el mejor momento de mi vida: secuestrada), amenaza que formularon en el castellano más claro y con esa tonada santiagueña tan común en nuestra zona que les imprime una mimetización perfecta, "primero, te revisaremos corporalmente, a ver qué ocultás" y palparon a encuentro cercano y sin perdón, mis cordones montañosos y relieves, mis cavidades y agujerillos, repliegues y hondonadas, deteniéndose en cada accidente del cuerpo para sorprender el alojamiento de microchips, mapas o cápsulas con códigos secretos, "en el punto G, nada, comandante", reportaban; "soy inocente" aducía por mi parte cerciorándome del funcionamiento de mi desodorante axilar, "llamen a Sarkozy", indicaba; los agentes ejecutaron sus inspecciones con dedos y otros instrumentos corporales a los que les conocía usos más íntimos y reproductivos, pero, según me jadeó uno mientras me examinaba a fondo, recurrían a esos colgajos delanteros por ser sus puntas el único lugar seguro donde plantarse sensores, vaya alarde de sofisticación tecnológica, cámaras digitales en el escroto, "¿me van a retener por mucho tiempo?" inquiría yo, anhelante de que mi estado de rehén se prolongara meses, al menos un año, luego, en el clímax del suspenso, liberación, entrevistas, venta de derechos de autor, giras, Hola Susana, CNN, Telesur, "¿me están filmando?" averiguaba, "tienen que filmarme, con capucha y atada", "callate, piba, concentrate en lo tuyo, y ponete boca abajo", "¿van a terminar pronto? es mi deber mandar mails a mi familia, a mis conocidos, a la FM Suceso 2000..." Procedieron a amordazarme para que no entorpeciera su trabajo, que se iba extendiendo a lo largo de las horas, aunque me dieron una tregua cuando "en lo revisado hasta el momento, la agente chavista está limpia, comandante; mañana seguiremos por sus habitaciones interiores", me encantaba ser una agente chavista yo que hasta el secuestro no tenía asignada otra misión fuera de la de repasar tediosos apuntes de geografía para aprobar la previa de cuarto o te internamos en la casa de la abuela, en el campo, por el resto de las vacaciones, "¿ya me habilitan con mis mails, señores?", "hacé lo que quieras, piba, dejanos dormir". Lancé mis SOS, explayándome sobre la situación de extremo peligro que vivía, pero luego borré todo y me limité únicamente a ponerla al tanto a Kari con estrictas recomendaciones de chito la boca, no fuera que me arruinaran mi odisea antes de que ésta alcanzara su cima de condimentos; más tarde mis captores de la CIA se cebaron mates amargos y me convidaron, se conectaron con el Pentágono a través de Yahoo, "che, no entra el servidor", "no ves que lo tipiaste mal, bestia, es yahoo no yajú", ahumaron la casa al asar costillas de vaca, revisaron mi mochila para descubrir alguna carta de Chávez a Cristina, y destaparon una Quilmes tras otra. Cuando sus ronquidos se hicieron insostenibles, me quité la venda para moverme a gusto, y descubrí que la identidad de mis secuestradores, esos falsarios, no correspondía a la de agentes de la CIA sino a la de los peores aburridos de 5º, el Lito Gómez, un primo de él al que veía dar vueltas en moto por la avenida los domingos a la tarde, Carlitos Acuña y otros pesados. Aterrizaje en el duro piso de la desilusión. Me consolé con que sus revisaciones se hubieran limitado a mis habitaciones externas, que a las de adentro no iban a pasar ni se les ocurra, ahora que estaba al tanto de los palurdos con los que me enfrentaba, gente que se encogía a la vista de la bombacha más roñosa. Luego de un instante de vacilación y profundas meditaciones, me volví a colocar la venda, recompuse las ataduras y gimoteé cuando percibí movimientos. Antes que geografía, internado campesino y vacas, mejor secuestro. Mis padres me concederán una amnistía al menos parcial, y me conformo con que me convoquen los microfónos de las radios locales cuando mi cautiverio fenezca. "Tengo algo que confesar" enuncio en términos enérgicos al oírlos desperezarse, "anoten". Oigo carraspeadas. "Che ¿qué hacemos?", "escribí lo que diga Teresita", "mejor graben" ordeno; empiezo a largar nombres, direcciones, operativos, en cataratas que se despeñan de mi espíritu creativo, hasta que llega la hora de la cena. Planto e indico "a comer, gentlemen. Para mí, milanesas de la rotisería El Gourmet, eso sí, que salgan sin orégano". Enseguida: "rapidito, a redactar el comunicado de prensa explicando las motivaciones de este operativo, si no ¿qué credibilidad cosecharán? ya bastante deteriorados andan como Agencia". Un pesado rasgar de birome sobre papel, tachones; comentarios en voz baja. Silencio. Reitero instrucciones. Más silencio. Espío: La CIA ha desocupado el territorio. Procedo según las circunstancias de la hora: Bramo un auxilio a gritos, los que atraerán a don Arias, vecino pegado a esta quinta. Me alboroto con gracia la cabellera. Ajusto la cuerda a mis muñecas. Acentúo mis ojeras con algo de sombra para párpados. Estoy lista para lo que se avecina. Mi grande, único, excepcional momento.
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