CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
En el primer sentido que se presiente el cambio es en el del olfato. Las humaredas de hojas secas si bien no son seña apresurada del otoño, constituyen la antesala que todo está por empezar. El vago olor a césped soleado dejó de constituirse en nostalgia de la sombra en los parques para recordarnos la gramilla de las canchas. Alguien haciendo un asado nos evoca el humo de los chori. En las vidrieras hay guardapolvos y como en un equívoco, ya se liquida el verano para apresurar la tiza, las mochilas, el frío imprevisto, el despertador, la escuela. Junto a los maniquies, la infaltable pelota. A esa emulsión apresurada a aula y delantal vienen pegada a la de la tribuna, ambas indefinibles, únicas. Es febrero, empiezan las maestras particulares y el fútbol. Lo que para muchos es un dato fatigoso es para nosotros el resonar de clarines de guerra. Y musitan que todo está perdido, que el opio de los pueblos, que el pan y circo y otras sandeces. Pero nuestra maquinaria se pone en movimiento: Poco nos importan ya las venturosas molicies de la siesta y el no pensar en nada. Por el contrario cavilamos todo el tiempo sobre el Planeta Fútbol. Avergonzados por esa dádiva miserable que fueron los torneos de verano anhelamos ya entrar en el verdadero campo de lidia: El combate, el stress, el sedentarismo palpitando los resultados, las pesadillas, los sueños de victoria, el temor y la alegría del atardecer dominguero, a esa hora en que huelgan las palabras y mandan los resultados. Miramos los refuerzos ajenos con envidia, magnificamos los propios, rezamos por la ausencia de lesiones en nuestra divisa y rogamos una mentalidad ganadora, una eficiencia que nos tranquilice, deseamos la caída ajena, la derrota de nuestros rivales directos.Calculadora en mano, promedios en libretitas, sortilegios de creyentes, ancestrales magias para conjurar la dicha propia y el mal ajeno. ¿Que la AFA es una cueva de Alí Babá? Qué nos importa. ¿Que cada vez hay más muertos en las canchas? Mientras no seamos nosotros. ¿Que la cana no hace nada? ¿Que no hay leyes para frenar la sangre? ¿Que nuestra mujer anda rondando otras braguetas? ¿Que debemos cuotas atrasadas del auto? ¿Que el médico nos instigó a dejar algunos vicios? Nada importa tanto. Somos como el retrato de los tres simios. No oimos, no hablamos, no escuchamos. Sólo rogamos. La cuestión inminente, cófrades míos, masones de esta logia semisalvaje, descreída y creída a la vez, estúpida y lúcida en partes iguales, fervorosa y depresiva, yin y yang de trapos y radio, es aguantar con los dedos crispados en el control remoto o la perilla de la radio, aprisionar las mandíbulas y concentrar la energía en esa bolita de cuerina blanca maltratada y hermosa, evitando con cualquier arte o sortilegio que entre menos en nuestro arco que en el de enfrente. Ya no se tratará de ver, distendidos la contienda como si tomáramos el solcito de los ganadores: Hay que ahuyentar el horror, amigos. La Parca del Promedio está allí con esa hoz tremenda agazapada. Es la que trae estas sudestadas, este olor a hojas quemadas, nuestra transpiración que hiede a estremecimiento y nuestro corazón más palpitante, como frente al amor, la escuela, la guerra, las causas heroicas. Ha empezado el torneo y por mí se puede caer el mundo. Seguirán la pobreza, el hambre, la corrupción, el fangal inmundo y la criminalidad. Patti estará dentro, Febres en su sepulcro y el ex presidente mufa con su mandíbula yerta por la depresión, Cavallo con su ano en remojo dando conferencias, los soldados rubios del Universo masacrando morochos. Pero, por favor, mundo espantoso, hedor de las tinieblas en la tierra, pantano podrido: Sólo pedimos sortear con fortuna un campeonato, no la insensibilidad ni el olvido. Necesitamos de poderío mental para abstraernos de toda lucha que no sea esta: Una causa superior, la de mi divisa me lo pide. ¿Si sucede una revolución o algo así, no podría esperar a que termine el torneo para alinearnos en ella? Ahora bien, si algo pavoroso aconteciera, si algún mal hado interfiriese en la llegada, nunca, pero nunca de los jamases pronunciaré aquellas palabras tristísimas del que se supo Salvador y culminó mendigando "Padre, porque me has abandonado". Cristo pidió el cielo, nosotros, los de equipos rosarinos apenas pedimos seis meses de paz y de triunfos. Nada, casi nada en comparación con el que rogara eternidad y le fuera concedida hasta con publicidad gratis en todas las estampitas sin pagar el canon del merchandising. Seguramente tenía un arreglo con el otro Grondona, el de Arriba.
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