Jueves, 3 de abril de 2008 | Hoy
Por Víctor Zenobi
A Patricia Cuesta
Un mito trata de responder a algo que no tiene respuesta posible, o que nos parece que no tiene respuesta posible. El mito de Edipo, por ejemplo pone en contacto algo que no parece estar destinado a contactarse pero que estaba contactado de antemano... Es como la envoltura de un enigma mayor que el crimen de un padre, o de un progenitor que no es lo mismo, ya que el tema relaciona la tríada del origen y las preguntas que suscita: ¿Cómo ha sido posible nuestra aparición, cómo es que de dos nace uno... hombre o mujer? Por supuesto, el hecho de nuestra aparición y nuestra desaparición traza una alternancia gravitante en nuestros destinos. Por la sexualidad venimos al mundo y por la muerte nos despedimos. No en vano la tragedia retomó esos temas. Sexualidad y muerte, regocijo y dolor, la literatura y la poesía íntimamente recorrieron esa senda. Tomemos por ejemplo, el mito de Orfeo. Orfeo pierde a Euridice en su noche de bodas, la pierde por culpa de un áspid, lejana reminiscencia de un paraíso perdido, la pierde sin poseerla y vaga desconsolado hasta que con la ayuda de su sistro, implora a los Dioses del averno, (averno significa el lugar sin canto de los pájaros) para que lo dejen retornar con Euridice nuevamente a la vida. El poder de su música los convence y Orfeo regresa, con una condición. No puede mirar a Euridice, que camina a sus espaldas, hasta arribar al mundo de los vivos. Sólo que a último momento, su impaciencia lo pierde. Orfeo se da vuelta y Euridice se disuelve en las tinieblas.
Podríamos dilatarnos excesivamente en este mito: por el poder del canto, del arte, la muerte cede su tiniebla; el arte es desmesura, la impaciencia es el extremo inagotable de Orfeo, acosado por la presencia del enigma, todo lo que se quiera y lo que no se quiera... Lo cierto es que Orfeo, acaso como cualquiera, quiere ver a Euridice como nadie la ha visto...La quiere en lo imposible. Como se sabe, Orfeo comienza una larga tradición imaginaria, puesto que posibilita ir y venir de la muerte, la idea de la resurrección: Platón lo utilizó en su teoría de las ideas, Rilke lo saludó en sus célebres sonetos: "Adelántate a toda despedida, cual si estuviera tras de ti, como el invierno que ahora mismo muere... Sé siempre muerto en Eurídice...quien canta más , asciende..." y de modo más explícito "el que va y viene". De estos descensos poéticos nuestra literatura registra una gran variedad. Los más célebres, los más célebres que yo recuerde, son el de Odiseo, el de Eneas y el de Er, el armenio que visita el Estigia, el río del olvido, donde Orfeo, antes las Moiras, elige reencarnarse en un cisne. Por supuesto, también el de Dante, en la Divina Comedia, cuyo canto quinto siempre me ha insinuado una variante del destino de Orfeo. "Non impedir lo suo fatale andare, vuolsi così colà dove si puote, ciò che si vuole e piu non dimandare" ("No le interrumpas su fatal camino, lo quiere así donde se puede y ha podido, aquello que se quiere. No preguntes nada"). Bueno, lo cierto es que allí Dante, que ha emprendido ese viaje infernal impulsado por el amor de una mujer perdida, de Beatriz Portinari, ve las almas de Semiramis, de Dido, de Cleopatra, de Helena, y escucha el relato de Francesca de Rímini, que casada con Giovanni se enamora de su cuñado Paolo, y por este amor adúltero, son condenados. "Amor, ch`a nullo amato amar perdona, mi prese del costui piacer si forte, che, come vedi, ancor non m`abandona" ("Amor, que a nadie amado, amar perdona. Me ató a sus brazos con placer tan fuerte, que como ves, ni aún muerta me abandona"). Paolo llora tras de ella, en las sombras más profundas y parece privado de hablar. Dante sumamente turbado admira ese destino, Dante está lleno de preguntas. Preguntas acerca de ese amor que ha sido capaz de descender a las sombras para compartir una eternidad terrible...Él, que no ha logrado el amor de Beatriz. Como se ve, más allá de las disecciones interpretativas de nuestra época, el amor y la muerte siguen siendo los más fuertes impulsos. De hecho, la siguiente historia, también intensa, me ha parecido siempre una variación de la de Dante, o mejor aún, una consecuencia en la vida y la obra de Dante Gabriel Rossetti, cuyo conocimiento debo a la lectura y comentario de uno de mis maestros. Lo resumo así: Rossetti nació en Londres, porque su padre Gabriele Giuseppe Rossetti, era un poeta italiano exiliado, que como muchos, se dedicaba al estudio de la Divina Comedia. Desde luego, el padre le inculcó al hijo una pasión similar o parecida, de la cual deduzco nació, en parte, sólo en parte, el famoso poema "The Blessed Damozel" ("La doncella bendita").
Digo en parte, porque la vida se parece a lo que uno escribe, como una palabra a lo que alude... Pues bien, Rossetti además de escribir, pintaba y no ligeramente ya que sus cuadros están expuestos en museos y famosas galerías. En sus años de pintura conoció a una muchacha de carácter enfermizo llamada Siddal, que fue modelo de sus cuadros, y se casó con ella. Rossetti era un hombre apasionado y voluptuoso, según inferimos de sus sonetos. Como suele ocurrir, tuvo otras modelos y una de ellas se convirtió en su amante. Una noche en que Rossetti volvía de visitarla, encontró a su mujer muerta, por una dosis excesiva de cloral. Rossetti dio por sentado que Siddal sabía de su amante y que se había suicidado.
En el entierro de su mujer, Rosseti, atormentado por la culpa, dejó en el ataúd los manuscritos de su obra poética, que tiempo después fue recuperada, felizmente para nosotros, no precisamente para Rossetti, que años más tarde se suicidó ingiriendo cloral como había ocurrido con su mujer. Tal vez pensó que si se marchaba del mismo modo, se uniría nuevamente a ella, ya que a los suicidas les está negado el paraíso. Pero, bueno, solo es una presunción, sea como sea, lo que nos interesa es que intensamente "The Blessed Damozel" narra la vivencia de una mujer en el cielo, la doncella bendita que mira hacia abajo, hacia la tierra: "...her eyes were deeper than the depth" ("sus ojos eran más profundos que la profundidad"), buscando a su amante a quien ella espera. "I wish that he were come to me..." ("Yo desearía que él viniera a mí...)". En el poema también está el amante que ha pecado (tal vez una proyección del mismo Rossetti que no espera ser perdonado) y que escucha finalmente, desde la tierra, su llanto porque ella comprende, y esta es la cualidad trágica del poema, que él nunca llegará porque ha sido o será condenado. La vida de ella en el cielo no está exenta de un cierto tormento como si habitara en el infierno.
La última variación de este tema, la última de esta nota, ya que seguramente hay y habrá muchas más, se la debemos a Oscar Wilde, que ya había atravesado el infierno de la cárcel del Reading y se halla en "Una reunión en París", entre sus pocos amigos. Wilde dice: "El arte, generalmente menospreciado, solo en el cielo acaso y en el infierno, alcance la estimación que merece". Uno de sus interlocutores, creo que Harris, lo interroga: "En el cielo, seguro, pero ¿por qué en el infierno?". Wilde le responde con una historia: "En el infierno, estaba una mujer sentada sonriendo. Parecía escuchar atentamente algo, como si una voz desde lo alto la extasiara. ¿Quién es esa mujer? Preguntó un recién llegado a quien asombró la belleza extraña de su rostro. Es la única que eleva su mirada hacia el cielo. ¿Qué misterio guarda ella en este sombrío recinto? Otro hombre, con una corona de hojas marchitas en su mano, le dice: "En la tierra, esa mujer fue una cantante que poseía una voz maravillosa. Al ser condenada, Dios se apoderó de su voz que era demasiado bella para morir y la arrojó hacia las estrellas. Ahora, ella escucha su voz, la reconoce y recordando que un día fue suya, participa de la misma alegría que Dios experimenta. No le preguntes nada, porque ella cree que está en el cielo. Apenas terminó de hablar, otro condenado dijo: Esa no es la historia y apenas comenzó a contarla, el hombre de la corona marchita se alejó. La historia es esta: Hubo en la tierra un poeta a quien esa mujer inspiró una canción tal que su nombre quedó para siempre unido a las estrofas inmortales. Y ella, ahora, escucha las eternas alabanzas del poeta. ¿Y el poeta, no mereció su amor?, preguntó el recién llegado. El poeta es el que acaba de contarte la historia de su voz, respondió el otro; todos los días pasa a su lado y ella, ni siquiera lo reconoce. A él no parece importarle, ya que sigue urdiendo la mentira acerca de ella, que difundió en la tierra. Pero... un hombre que proporciona felicidad en el infierno, exclamó el recién llegado, ¿cómo puede esconder la mentira en sus palabras?
Hay en estas variaciones del tema de un mito, una cierta reserva acerca de la muerte, de su misterio indescifrable, hay también la idea de un descenso, una caída, que solo se soporta por amor; el anhelo de un vínculo humano que trasciende las fronteras de la noche y por la cual la noche se torna una intimidad acogedora. No lo ignoro, está más en el poder del canto, en el extraño fervor que la poesía nos revela, transfigurando los momentos graves de la vida, que en los más firmes logros de las empresas humanas. Por eso no es inadecuado ni demasiado impertinente que culmine mi "raconto" con el sueño de una noche ya lejana: soñé con el retorno de una mujer ancestral de mi pasado. Su presencia era nítida, más real que cuando era real, en cambio yo me sentía tenue en la tiniebla, muy lejos de mí mismo. Ella permanecía en silencio, pero en su mirada advertía el peso de un reproche, que no podía desestimar... Ella se desvaneció en el sueño como mucho antes, cuando se hizo dueña de su fin. Yo me desperté. Sumamente turbado, por algo que se revelaba treinta y tantos años más tarde, escribí unas líneas: Cuando supe que no sabría más de ella, esa noche fue noche para siempre.
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