Viernes, 2 de mayo de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Alguien podrá pensar, en una libre y no demasiado complicada asociación de ideas, que el título de esta nota corresponde a una obra de Eric Satie. Pero no lo es, es la línea final, el "envío", de "Giacomo Joyce", una obra poco conocida que en la edición de los dos libros de poemas de James Joyce, "Música de cámara" y "Poemas a penique cada uno", se agrega a dichas obras como un tercer texto poético de una delicada y contagiosa sugerencia erótica. Pero no está mal recordar al músico que misteriosamente desaparecía en las sombras hasta llegar a su casa, lugar en el que cuando murió (nadie, creo, la había podido conocer antes) se encontraron varios pianos, múltiples decenas de paraguas, partituras de su música que nunca podrá ser comprendida cabalmente pese a todos los intentos. La lectura del texto del "Giacomo Joyce" bien puede ser acompañada por la audición de algunas obras de Satie que el oyente elegirá. Digamos que Satie, la lectura del trabajo inicial de Borges sobre el "Ulises" (que después incluyó en "Inquisiciones"), el ensayo de Harold Bloom sobre Joyce en su libro sobre el "canon occidental", el indispensable libro de Richard Ellmann sobre "cuatro dublineses", son parte de las piezas del rompecabezas que deberemos utilizar para tratar de llegar, inesperadamente, al corazón, que lo tiene, del "Finnegan's Wake", obra final de Joyce que requiere de alguien que la ame para estar en ella como en una aproximación amorosa, no en una comprensión que podemos dejar a otro tipo de gente, que podrá o no llegar hasta el "Finnegan's", cosa que nos debería tener sin cuidado. Quisiera, en este juego de las libres asociaciones, justamente proponer un juego. Podría comenzar con el intento de leer en su idioma original el "Finnegan's Wake" y luego intentar una lectura de un sonido tan bello y oblicuo como el del clarinete de Pee Wee Russell, el compendio y versión al español de Víctor Pozanco. Esas lecturas difíciles, que posiblemente nunca deban terminarse, pueden complementarse con parte de las cartas de Joyce. En cuanto a los trabajos críticos (hay muchos, por cierto), el lector puede lograr una comprensión a mi parecer más lúcida en el "James Joyce por él mismo", de Jean Paris.
El comienzo del "Finnegan's Wake" se ubica en 1923, un año después de finalizado el "Ulises". Paulatinamente se irán publicando fragmentos con el título de "Work in Progress". De 1928 data la publicación de "Anna Livia Plurabelle", una de las partes más conocidas del libro. El "Finnegan's" aparece finalmente en 1939, en Londres y Nueva York; Joyce morirá en 1941 en Zurich. Las últimas líneas que escribió fueron las de una postal, en italiano, a su hermano, fechada el 4 de enero de ese año. Los dolores que experimentaba eran tan fuertes que lo internan y lo operan el día 11. Dos días después, el 13 de enero de 1941, Joyce muere de una úlcera perforada. Tuvo tiempo de leer algunos comentarios sobre su última obra. En una carta copia de la que apareció en el "Daily Herald" de Londres el 5 de agosto de 1939: "Finnegan's Wake", de J.J. (F. and F. 25/). Peculiar combinación irlandesa de verborrea, de entre la que surge aquí y allá una belleza inesperada. C'est tout". Para ese crítico inglés, la belleza en Joyce resultaba inesperada, lo que me parece un comentario de mala fe. La belleza en Joyce es algo que debe esperarse a la vuelta de página, pues en sus obras está la presencia de una poesía a la cual no es fácil llegar: hay que insistir para que nos invada. Por ejemplo, desde la página 112 a la 132 de la edición en español de Lumen, uno puede impregnarse de una poesía de muy ardua comprensión pero que una vez entregado a ella es difícil de olvidar. Y hablo de una traducción y puedo hacerlo porque mi función no es la crítica y además porque creo que en Joyce, y en esa obra en particular, la versión a otro idioma nos ofrece la perspectiva (ahora sí inesperada) de otro poema que es el mismo que el original pero sin duda diferente. No me interesa (con las excepciones del caso, que no necesariamente debo mencionar) la pedantería unida a la tilinguería de algunos críticos (que al mismo tiempo me dan pena) que no ahondan en una poesía traducida, como si ese fuera el límite que nunca puede traspasar el que escribe y, en este caso, traduce.
¿Por qué estoy intentando una nueva lectura de Joyce? Lo ignoro. Sé que me produce sensaciones que podrían producirme relecturas de Faulkner, Conrad o Kafka, y tal vez se trate nada más que de una cuestión de placer antes que de literatura. Esto me lleva a otra aproximación: al capítulo que Harold Bloom dedica a Joyce, ya que Bloom puede leerse con la misma voracidad placentera con la que leemos a Joyce. Y otra consecuencia: leer a Joyce me lleva a Borges. Una razón probablemente sin fundamento de arriba abajo, como diría William Saroyan. Pienso en Joyce, irlandés hasta el hondo corazón de cada una de sus palabras, ya las escribiera en francés, en alemán o en italiano, ya se encontrara en Trieste o Padua. Joyce, que se define en lo irlandés, siempre tiene a Dublín en sus manos y resulta irónico (o algo por el estilo) que esté enterrado en Zurich. Borges, que según él mismo nunca salió de su biblioteca o de la de su padre, argentino hasta la muerte, está enterrado en Ginebra. No sé explicar bien la importancia que tiene (pero sé que la tiene) el sitio donde se encuentra enterrado un ser humano o el lugar donde alguien puede esparcir sus cenizas.
Richard Ellmann supo comprender bien a Joyce. Es en "Cuatro dublineses" (libro dedicado a Oscar Wilde, W.B. Yeats, James Joyce y Samuel Beckett), donde nos recuerda que Joyce pensaba que su "Finnegan's" era como otro viaje a un territorio prohibido. Nos habla también de una significativa carta: "Buena parte de la existencia humana transcurre en un estado que no es comunicable mediante el lenguaje directo, una gramática preestablecida y una trama lineal". Lo que implica una definición de su propia obra. Tal vez la lectura de Joyce podría comenzarse por uno de sus poemas para iluminar su concepto de la literatura: "La lluvia de Rahoon cae suavemente, suavemente cae, / donde mi oscuro amante yace. / Triste es su voz que me llama, tristemente llama, / cuando gris asciende la luna. / Amor, escucha tú / cuán suave, cuán triste su voz llama siempre, / siempre sin respuesta y la oscura lluvia cayendo / entonces como ahora. / Oscuros también nuestros corazones, oh amor yacerán fríos / como su triste corazón ha descansado, / bajo las ortigas grises de luna, la negra tierra / y la lluvia que murmura".
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