Sábado, 10 de mayo de 2008 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Una pregunta que alguien interesado puede hacerse como paso previo a ulteriores penumbras, es qué lugar ocupa la oscuridad respecto de otras sombras. Para responder este interrogante, primero convendremos en que el movimiento de vaivén en la orilla del río, arrastra consigo una opacidad prístina.
El conocimiento de la noche, como cualquier otro conocimiento, es una facultad genéticamente determinada, un componente del cerebro oscuro y rampante. Aunque una creencia popular afirme que la posesión de la noche oscura es un don privativo de unos pocos, lo cierto es que las teorías de innatismo y de adquisición se complementan. Todos poseemos, desde el nacimiento, un equipamiento biológico que nos conecta con la oscuridad y un equipamiento esquivo que nos pueda llevar a evitarla. Sin dudas, son muchos más los que han desarrollado el componente esquivo, y andan por la vida manchando con su luz el aterciopelado lienzo de penumbras.
Estamos usando aquí la palabra noche como saber propio del oscuro. Un saber que puede modularse como una circulación de fulgores inauditos.
El hecho de que habite en las negruras y nunca evite los temblores, no implica que el oscuro desconozca la raya que divide en dos el universo. Sin embargo, los habitantes de la noche oscura, están más allá de meras escisiones. Ellos hacen confluir la fortuna química con la mordedura idílica. La fiebre sexual con el soplo pacífico.
La mayoría de las metáforas sobre las que se funda la noche y que no voy a mencionar, carecen de un carácter especulativo, arbitrario y personal. Por ello cabe esbozar algunas diferencias. La noche oscura socava la idea de oscuridad hasta sublevar las sombras y estallarlas.
Entonces, ¿por qué indagar sobre la noche oscura? Pues, porque una se siente sencillamente fascinada por sus ojos de bestia amenazante. Porque la noche oscura (a diferencia de la noche natural) no es un accidente horario, no es un lapso con inicio y fin crepusculares, sino un estado de conciencia que, contra todos los prejuicios, cobija a una especie vivaracha y carnal.
Otro motivo para examinarla es su naturaleza de círculo vicioso y su enmarañada oscilación de espejo a espejismo. Ahora que lo pienso, mi objetivo principal podría ser indagar en el por qué del embeleso.
Para alcanzar la noche oscura primero debemos encontrar, en el tesoro del lenguaje devenido pensamiento, la noche innata que, desde el origen, todos traemos. Así, la propia noche alcanzará estados desarrollados por los estímulos de otros verbos sobre nuestros verbos, de otros miedos sobre nuestros miedos, de otras lenguas sobre nuestras lenguas.
No espero que esto se entienda bien, porque la noche es un espejo de la mente en un sentido profundo y derribado, pero mientras el día exige, agobia y establece, la noche concede, la noche calma, la noche gime como una monstruosidad erótica. Y su lasitud promueve solitarias bestialidades amorosas. Su cuerpo temporal se abre a los temblores terribles. Su boca de dragona lanza bocanadas de resplandores indecisos, su pubis de caverna oscila desde el estrecho índigo hasta los mares de Ossián. Sismos únicos quiebran toda idea de noche repetida y maquinal.
Los habitantes de la noche oscura, son, efectivamente, anchos como un brazo del mar y gruesos como los labios de Dios. Estos datos, sirven simplemente, para protegernos de los seres que viven bajo el dominio del insidioso sol y nos agreden con su violenta claridad..
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