CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
"Yo he venido de la tierra de Babilonia para lanzar un llamado al mundo".
Manes, filósofo.
Uno: Los del campo tienen la culpa de todo. El gobierno tiene la culpa de todo. Los camioneros tienen la culpa de todo. Y así todo. Argentina potencia, Argentina maravillosa condenada con la creación de los argentinos, Chaco puede, Chaco es inviable, derechos y humanos, todos los climas y los paisajes. Somos los mejores. O los peores del mundo, nos caemos del mapa, no nos conoce nadie, no le importamos a nadie. Y así, si querés, puedo seguir todo el día enumerando. Vos me dirás.
Dos: Y vuelvo con el mismo cuento. Porque como el río de ayer que no es el mismo en el que me baño hoy, el agua es la del mismo eterno retorno. Luego de unos pocas decenas de años desde el nacimiento de Cristo comenzaron a aparecer los filósofos gnósticos religiosos. Y te lo vuelvo a contar, perdóname que me reitere otro domingo. Filósofos. Vamos mal, pensaste, en plena clase, quinta hora de jueves para más datos. Estudiar filosofía en la escuela secundaria fue siempre un despropósito, me seguís diciendo mientras hacemos memoria de aquellos intentos del pobre profe de quinto año que intentaba que alguien se ocupara de los griegos, Kant o Descartes. El tipo dale que dale con conocimiento, metafísica y moral mientras nosotros contábamos la cantidad de bonos vendidos para la pollada. ¿Cómo qué pollada?. Barilooooooo...Bariloche. Por eso te digo, me dijiste otra vez, a quién le importa la filosofía gnóstica religiosa de principios de milenio recontrapasado con la necesidad hormonal a estallido vivo de un adolescente de dieciocho. En fin. El tipo persistía con la ironía socrática, las golondrinas de Aristóteles, el mundo de las ideas en donde reside ese concepto de amor que nunca vas a encontrar y los primero gnósticos religiosos. Dejame que haga un paréntesis para que te demuestre que ese hombre anciano, sabio, hoy me doy cuenta, al final, algo sembró en nosotros. Yo fui testigo cuando te firmé como testigo de tu divorcio y vos me decías que nunca imaginaste que el amor fuera una quimera tan breve, con todo lo que habían dicho podían soñar juntos, con todas las primeras noches de pasión y compartir. Era lo ideal, me dijiste, mientras la abogada te decía que te iban a citar para la primera audiencia. Era platónico, te dije, recordando las enseñanzas del viejo filósofo que trataba de explicar que Platón creía en un mundo de las cosas, este banco, esta computadora, este pedazo de pastafrola y el mundo de las ideas. En este último vivían las nociones no tangibles del banco, la computadora, de todo. Era como un mundo en donde habitaba la pastrafroleidad de la pastafrola y no este membrillo dulce que empalaga. Sirvió la filosofía, ¿no?
No. La filosofía, no sirve para nada, insistís otra vez. Hacia el principio de los años 200 nació en Persia el pensador Manes. Manú, Maní o Mano para otros, según las traducciones. Persia es Irán, decía el viejo sabio, y buscaba alguna complicidad con la historia del Sha y Farah Diva. Nadie sabía nada de nada de eso. Bariloooooo...El seguía. Manes creía que todo podía explicarse por la presencia de dos fuerzas que se enfrentaban permanentemente. El bien y el mal regían el universo. Manes creía en la posibilidad de explicar todo siguiendo las ideas de la divinidad y de lo demoníaco. El bien es la luz. El mal, la tiniebla. Silencio. Bajito, con una barba de prócer portugués, ya blanca, sabía revolear sus ojos y hacer silencios. A mí me seducía escucharlo, te lo tengo que confesar. No me odies. A los dieciocho daba pudor reconocer que te interesaba la historia de la filosofía. A los cuarenta, para algunos, da pudor no haber aprovechado aquel tiempo para bucear en ideas de otros, pensamientos distintos. Y esos tiempos, de verdad, no vuelven.
La luz del sol entraba por la ventana del aula. Yo pude ver el bien de Manes y del profe de Filosofía. El reino de la luz tenía, claro, un rey. Rey del paraíso de la luz. Padre de la Grandeza. O simplemente, Dios. Ese mundo está expresado en cinco atributos. ¿Podés creer que me acuerdo de esto?. La memoria me sigue sorprendiendo más que la desmemoria. Se olvida menos de lo que se cree. En el reino de luz viven la razón, el pensamiento, la intuición, especulación y reflexión. Enfrente, en el otro polo, estaba el reino de las tinieblas. Acechando a la luz, rodeándolo, los demonios de este reino usan el humo, fuego, viento, agua y tinieblas. Son las armas del mal para oscurecer la luz. ¿Será que este tipo, Manes, digo, explicaría a Katrina y Rita en este reino del mal?. ¿O sería el presidente de una nación que invade, mata, miente es la tiniebla?.
Todo, decía Cristóbal, maestro de nuestra filosofía secundaria, es la pelea del bien y del mal. De la luz y de la oscuridad. Entonces, el maestro ponía el tono de que iba a contar un cuento. Allí, ahora me doy cuenta, estaba su secreto. Quien sabe contar un cuento, sea el de antes de dormirte, el de un país, el de la misma historia de la historia, es que el sabe enseñar. Nada puede ser tan inasible, incomprensible, como para no transformarlo en cuento. Nos han contado tanto cuento, me decís con deprecio. Y yo no te hablo de esas chapucerías, de esos versos sin poesía. Te hablo del relato que nace para atrapar y muere con su presa rendida. Manes creía, decía nuestro Cristóbal, que conducidos por su agitación inherente, la horda de las tinieblas llega al borde del reino de la luz y comienza, llena de celos, a pelear contra él. Los celos. La oscuridad, cela a la luminosidad. Mi ignorancia, te lo juro, cela esa luz del maestro para saber ese cuento y saber decirlo así.
Esta es la ocasión para la segunda etapa: la de la mezcla de los dos principios. Y la pelea para que venza uno u otro. El profesor ya casi arengaba. Porque no hay empate, no hay tercera opción. Es local o Visitante. Éramos del tiempo del Prode, disculpame el gesto de vejez. Manú funda su Iglesia, recibe a los fieles y vomita a los herejes. No hay lugar para los grises. Ser maniqueísta era ser blanco, elegido, justo, racional. Los otros, negro.
Bien y mal. Blanco y negro. Primitivo, total. Y sin embargo, decía Cristóbal, hace nacer el germen de lo femenino dentro de la luz y de la ecología por su extremo respeto a todo animal o vegetal creado por el Rey del Paraíso.
El cuerpo del hombre, su alma es luz. Sus miserias, las sombras. El padre de la luminosidad, Dios, insistía el Profe, enseñaba el camino para la liberación que el mismo Manes imaginaba con poesía y creatividad como la cópula de la inteligencia con la tiniebla, derramando un semen que germinaba mejor luz si el razonamiento era más fuerte. La simiente sería oscura si los vientos, los fuegos demoníacos, eran mejores. Yo recuerdo cuando Rogelio, uniforme ya firmado por todos como recuerdo del quinto B, turno mañana, dijo: al final el Manes este era como los griegos de Sócrates. Todos fumados. Y la carcajada. La trasgresión del silencio filosófico era motivo de risa. Cristóbal dijo. Para entrar en el éxtasis de las drogas o en la ironía del humor es imprescindible prescindir de la idiotez, alumno. Caso contrario no lucirá como enajenado o gracioso. Apenas será un bobo. Blanco y negro.
Tres: No creo que vos, yo y todos seamos mucho que Manes. Hoy, otra vez, nos estamos prestando al juego. Hartos de fingir de que decidimos algo, peleamos porque hacemos dos horas de cola en la estación de servicio para disputarnos los últimos litros del combustible que nos van a llevar hacia la nada. Al menos, a la nada decisoria. Porque, ojalá entendiéramos, de ésta, de los camiones, del campo, de gobierno, quedamos afuera. Triste lucha de los que vivieron del poder toda su vida y se hicieron ricos a costa de eso, los mismos que piden a los gritos redistribuir lo que en sus casas no conocen ni por asomo, enfrentados con muchos de los que se importan nada de la madre tierra, del derecho justo en los tributos, los mismos que se juntaron con el garrote de facto para apoderarse de lo que no les correspondía, deberíamos recordar que estamos observando desde el cordòn de la vereda. Es cierto que no es lo mismo. El servidor que voluntariamente quiso ser el poder debería recordar que gobernar es evitar el caos. Nada más. Nada menos. Al menos en estas pampas. No alcanza con hablar con plañidero tono desde el atril que no admite preguntas que ironizando sin tener con qué a la hora de jugar a la casa en orden (la casa, señora, está en pavoroso desorden. Y es usted la responsable, también, de solucionarlo) cuando en su hora no pudieron ni con la diversidad del viento. Es más: provocan vergüenza ajena cuando lo hacen. Que a ellos los condene su conciencia, visto que la Patria y Dios no han comparecido. Pero ¿a nosotros? La peor de las sentencias es jugar a ser Manes sin haber leído el manual básico del poder y resignar el derecho a pensar que son ellos, los inquilinos con mandato nuestro, los que tienen ganancia en este río cada vez más cerrado de pescadores diezmados. No es verdad que combatan al enemigo de sombras.
Manes murió a los sesenta años, descuartizado por sus opositores. Ya te lo conté: Separaron tronco de miembros y comprobaron que los extremos podían tocarse. Sus pies y su cabeza, se juntaban. Partidas, es cierto. Cristóbal, hace muchos años, frenó su pasión y con gesto de luz dijo: fue uno de los padres de los autoritarismos que no saben de opiniones diversas. Manes fue una reverenda desgracia. Y sonó el timbre.
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