CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Desde la primera línea del primer poema de "Ultimos movimientos", de Rodolfo Fogwill, nos sentimos reconfortados: "Se necesitan malos poetas. / Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas / se necesitan para que estallen / las diez mil flores del poema...". No tengo dudas de cumplir con el primero de los pedidos de Fogwill: pertenezco a la categoría de los malos poetas, más grave aún, a la de los poetas mediocres. Lo que no puedo asegurar, ni se me ocurriría hacerlo, es que sea una buena persona. Trato de serlo: a los 72 años, el libro de Fogwill me incita a intentarlo en aquello que me quede por vivir.
Rodolfo Fogwill, para los que hayan dejado pasar su presencia, distraídos, escribió los poemas de "Ultimos movimientos" entre el 2002 y el 2004, y mostró en ellos el valor de su poesía. No quiero aquí utilizar adjetivo alguno, pues para calificar la poesía habría que inventar un adjetivo. Debería, ése es mi impulso, incitarlos a que compren este libro de Fogwill, que no es muy caro y solamente tiene 89 páginas. Que lo compren aquellos que todavía se interesan en el poema y lo lean y lo vuelvan a leer, y que sigan viviendo la vida que tienen que vivir hasta que un día detengan ese movimiento del trabajo y se entusiasmen con los poemas de este pequeño libro de tapa azul y un dibujo, "Salto sobre la cabeza con interferencia de paloma", de Eadweard James Muybridge, que data de 1885. No conozco a este pintor, ignoro si puede ser un apócrifo, pero ese hombre saltando en busca del buen poema no puede encontrarlo por la interferencia de la paloma, la misma que se equivocaba, según cantaba Serrat el poema de Alberti, la misma que pintó tantas veces Picasso, aquella que luego de otras mandó Noé para saber si había algún lugar libre del diluvio y no volvió o volvió con una rama de olivo. Pero el hombre que salta y no puede encontrar el poema que desea encontrar se ha equivocado porque no ha leído a Fogwill: lo que hay que buscar es aquel poeta que no sea un buen poeta, que sea malo a secas y sin disculpa alguna. Y que sea, además, pero eso es más difícil, o trate de ser una buena persona.
Empezando por casa, sé lo que son los malos poetas pues abundan; no sé bien, en cambio, qué es ser una buena persona, aunque el libro de Fogwill ayuda a trazar su retrato. Una buena persona, empiezo por creer, es aquella que sabe que "se dice que una vaca no vale nada / sin saber que hace setenta años sus ancestros / valían como un Ford". Una buena persona es aquella que no ignora que "sentaron a la belleza sobre sus muslos y ahora se sientan en una mesa de este café de moda" (...) "están viejos" (...) y entonces "ahora han sentado a la fealdad sobre sus hombros".
Cada uno de los poemas de este libro de Fogwill (son 63, sin contar el primero, que es el llamado por los malos poetas) contiene la esencia de eso que puede llegar a ser un poema. Ignoro si con intención o sin ella, Fogwill ha escrito un tratado sobre las posibilidades de la utilización de las palabras por el poeta y su resultado, que es más que nada impredecible. Cualquier poema puede salir si seguimos sus consejos y podemos, entonces, escribir de esa manera un buen poema o un mal poema o no escribir ninguno y quedarnos escuchando la nada mientras miramos los techos sin demasiada gracia de los edificios vecinos.
Hay, sin embargo, otras posibilidades. Fogwill nos cuenta que fuma en pipa y no debe hacerlo, y curiosamente eso hace que busquemos alguna de nuestras pipas y la encendamos, aún sabiendo que nos hace mal. Después enumera sus actos antes del amanecer, todos esos actos que ahora son hábitos que seguramente habremos heredado con algunos genes (esto lo afirma quien escribe esta nota, no Fogwill): lavarse los dientes, afeitarse, tomar un té caliente y amargo, fumarse un cigarrillo, ir al baño, ducharse, vestirse, verse flaco en un espejo, elegir la mujer del prójimo (hasta aquí Fogwill), la mujer del prójimo, ésa que no hay que desear, no, no, de ninguna manera, y todos los que son buenas personas la desean, vaya a saber por qué mecanismo de la mente.
Como soy un mal poeta, Fogwill me impulsa a sentarme frente a la máquina de escribir, una vieja Olympia no sé de qué año, y escribir, antes que nada sobre su libro y después acaso intente algunos poemas. Antes, busco otras líneas del poeta. Algo me lleva, la memoria que cada vez está más independiente de mi mandato, a repasar el diccionario porque la memoria, empecinada, acaba de recordar a Muybridge. Era, ante todo, un fotógrafo que vivió entre 1830 y 1904. Fue el primero en fotografiar animales en movimiento. Hacia 1881 inventó el zooparxiscopio, proyector de imágenes animadas. Pienso que en realidad lo que está en la tapa del libro de Fogwill es una paloma casi invisible interferida en su vuelo por los absurdos saltos el hombre, sin dudas un buen poeta pero una mala persona.
Leemos a quien nos dice "no hay que leer, no hay que pertenecer / al tiempo ajeno. No habría que haber / caído en la tentación / de tanta música citada. No/ debería pensar en eso...". Y más adelante nos aconseja: "Habría que saber más sobre esto / que mitiga el dolor de los muslos, / el miedo a la muerte / y la decrepitud".
Hemos llegado tarde a Fogwill. Con dolor en las piernas, en el corazón herido, leyendo como si siempre se tratase de un último libro, escuchando a los saltos de John Coltrane a Cootie Williams, de Gardel a Goyeneche, de Bach a Mahler y a Alban Berg. Tarde o no, escribiremos los malos poemas que debemos escribir. Alguien un amigo nos pide que lo hagamos. Y lo hacemos. Con seguridad seremos esos malos poetas que Fogwill reclama.
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