Lunes, 21 de julio de 2008 | Hoy
Por Sonia Catela
Los códigos de mi familia, los Requelme, excluyen preguntas frontales. Hay que armar celadas y circunvalaciones, hasta chantajes y trueques, para obtener alguna información. Pero nuestras madres, maestras en el arte de la dilación, inexorablemente salen victoriosas frente a todo tanteo.
Luego, se viene a descubrir, quizá, algún fragmento mezquino de ese universo secreto. Como el de que una tiene un tío jamás nombrado, recluido en el Borda desde el Génesis, por "amor" familiar. ¿Cómo es eso?
No te metas en lo que no te importa, bloquea mi madre lo que llama mi "indiscreción": ¿Así que sacan de la manga a un tío carnal, internado en el manicomio durante mis treinta años de vida, y cuya existencia se me ocultó? ¿Así que la propia parentela entabló el juicio de internación del pseudo loco? ¿Qué intereses perturbaba el pobre?, me emperro. "Impertinente", me desaira Finita y alza la mandíbula hacia un mar de orgullo.
¿Cómo es la historia? Demoraré en enterarme. Hasta meterle mano a estas cartas vibrantes.
...
En el paquete de correspondencia que primo Lalo encontró entre las pertenencias de la recién fallecida tía Eloísa, y que me cede a cambio de que rubrique mi asentimiento en cierta escritura de dudosa legitimidad, hallo, mezclado a itinerarios de desacuerdos, finanzas, y deudas, un delgado zigzag de esquelas que se mete en la carne del episodio del tío Abel. Llevan las firmas del triángulo femenino Requelme, mi madre y sus hermanas. Detallan fechas, al igual que aproximaciones y retrocesos sobre los hechos, sin economizar juicios y acusaciones.
"Un cuadro imaginado por Brueghel. Tuvo que ser una de nosotras tres. No había otra mujer en la estancia. Ese fue el descubrimiento más penoso: vos, Eloísa, o yo".
"Me niego a creerlo".
"Pero el color de la piel de la criatura, sus ojos tan claros, descartan a los peones y sus mujeres. Quedan en pie sólo Requelmes. Abel con una de nosotras".
"¿Nuestro hermano y una de las tres? Desvarías".
"Por qué no pensar que la que lo parió tuvo una caída con un extraño, alguien de paso por la casa. A tu teoría, Finita, le falta piedad. No acepto que tras dos de mis propios hermanos se oculte un par de monstruos".
"Esa criatura no tenía una sola gota de sangre que no fuera Requelme".
"Hipócritas. Cínicas. ¿Ya se olvidan que marchamos en sigilo a cavar un hoyo? ¿A enterrar un cuerpito? Hubiéramos llamado a la policía, y que se descubriera a la culpable".
"Aún estás a tiempo. Hacelo. Denuncianos".
"Por más reparos que ponga Lucrecia. No hubo visitas masculinas en mucho tiempo. La casa flotaba en el mar de las inundaciones".
"Ni viajantes, ni fiestas. Se lo puedo deletrear. Sólo agua".
"Abel es incapaz de un complot o una maquinación como la que imaginas. Su llanto, por otro lado".
"Oigo una voz de perfidias en su oído. Ablandándolo minuto a minuto. De aquélla que se ocultaba para un juego de trampas".
"Pero son conjeturas. Ni siquiera los tules manchados demuestran que la del niño no fuera una muerte natural".
"Hipócritas. Hablan de castidad y desgracia cuando bien sabemos qué. Tanta pacateria y bondad acartonada me producen vómitos. Más porque proviene de la que lo premeditó".
"Y hasta tirarle pasto encima: regadas de llanto pero apisonando bien. Tapando hasta el último trozo de tul".
"El horror es que entre las tres que entramos y hallamos a Abel como lo hallamos, se hallaba la simuladora".
"Debe amarla demasiado para que no dijera su nombre. ¿Por qué Abel no abandonó el cadáver y huyó, como hizo ella? Para protegerla. Para cargar con la culpa".
"Con la gravedad de lo ocurrido, y te preocupás de cuánto él la ama. Podés irritar a los dioses. El es el culpable, el único, el verdadero".
"Náuseas. Oírlas. Imaginarlas. Virginales y víctimas. Las veo, sí, las veo, secreteando entre ustedes y acusándome. Raza de víboras".
"Hábiles para fraguar, e intrigar. Capaces de irse a nado al pueblo y volver antes de que el amanecer las pusiera en evidencia. Capaces de enloquecer a sus propios hermanos. De envolvernos en mentiras. Astutas".
"Es como digo yo. Será que la malparida se escurrió. furtiva, al pueblo. Allá habrá tenido un amante. O el amante se llegó hasta la estancia. Pero no con el propio hermano".
"Fábulas. Se miraba a esos patanes pueblerinos con desprecio. Y veinte kilómetros son demasiados en época de inundación. Sabemos harto bien qué pasó".
"Pero cuál es la que parió, en una casa donde éramos vos, Lucrecia y yo. Cuál la que disimuló desde un principio, fajándose hasta perder la respiración. La que sustrajo sangre de las faenas de animales para manchar las toallas de la regla. La que las mostró, quejándose por los dolores del mes. La que bromeó, doncella, como si no llevara un hijo aberrante en las entrañas. La que espió, calculó, fingió y copuló en ese desván. La que habrá intentado, andando a caballo, corriendo muebles pesados, deshacerse del mal engendro. Cuál la que no se animó, con la aguja de tejer en la mano, a hincársela en el vientre y evitar el nacimiento. La que convirtió a Abel en padre y cómplice. Y finalmente, quién, la que se encerró en soledad y parió. Y el crimen".
"Nadie sabe otra cosa salvo que ahí estaban Abel y el contenido de los tules manchados".
"Yo lo sé. Yo lo sé".
Y siguen. Y se acusan. Filicidio y relación incestuosa. ¿Cuál fue? ¿Mi madre? ¿Una de sus hermanas? Descuento la inocencia de Abel, Abel convertido en víctima de esas mujeres. Mujeres a las que conozco demasiado bien. Eloísa ha muerto. Ninguna de sus hermanas hablará. Abel no recuerda lo que sucedió y se ha fregado la existencia. Secreto sellado.
Sobre la tabla del banco, a mi lado, las cartas podrían confundirse con papeles de envoltorios deshechos. Son algo así. Con ellas, el viento arma y desarma máscaras y pañuelos, las abandona contra los troncos, sobre el empedrado. Las aleja y mezcla con bolsas vacías y trozos de diario.
Un hombre de bastón, encorvado, se agacha: con lentitud junta dos o tres y las arroja en el canasto anaranjado que tiene un cartel. El cartel dice: "Por una ciudad limpia".
*Fragmentos de la novela inédita "Pez en la noche".
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