Jueves, 2 de octubre de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Ya en otra ocasión, en esta misma página, nos habíamos referido a ese perverso registro del dolor que nos aflige. El hombre del siglo veinte yo soy alguien del siglo veinte, pues sesenta y cinco años los viví en ese siglo y solamente ocho en el que escribo estas líneas decía que nunca quisimos resignarnos a aceptar que ese perverso registro del dolor fuese tan perverso sofisticadamente y falsificara de manera tal los hechos históricos. Algo, dicho sea de paso, que hace que tenga tanta actualidad la obra de George Orwell. Por ejemplo, si la fotografía había podido dejar testimonio de la Guerra del 14, de los tiempos de entreguerras y de la Segunda Guerra Mundial, es decir de 1939 a 1945, no había ocurrido, hasta el presente que en muchos casos tenemos los discutibles beneficios de ofrecer en "vivo y en directo" las circunstancias de diferentes horrores. Los testimonios de todo lo que ha venido ocurriendo desde el año 2000 son de una cantidad que resulta, al menos para nosotros, inabarcable. Libros, artículos periodísticos, series de televisión, cine, pinturas, todo puede encontrarse. Lo grave es que ese todo, con pocas excepciones, no tiene la menor inocencia, es fundamentalmente siniestro en el sentido de tratar de hacer creer que el dolor no es lo mismo si lo sufre un ser humano de tal país o si ese dolor se le produce a uno de otro país. Vemos lo que ocurre como si pasara en otra galaxia.
No creemos en la objetividad, ya que frente a lo sinuoso esa objetividad se hace cada vez más cómplice. ¿Podemos repetir aquello que hemos dicho de un texto de Marguerite Duras que compartimos con plenitud? Expresa la autora de Hiroshima, mon amour: "No hay prisionero sin moral". Todo periodista es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira el mundo, su funcionamiento, que lo vigila cada día desde muy cerca, que lo ofrece para que vea, que ofrece para que se vuelva a ver el mundo, el acontecimiento. No puede llevar a cabo ese trabajo y a la vez no juzgar lo que ve. Es imposible. En otras palabras, la información objetiva es una trampa total. Una mentira. No existe el periodismo objetivo, el periodista objetivo...".
Lo que en estos momentos nos parece más preocupante es que existe ahora otro registro de ese dolor que es producido no solamente por la violencia explícita sino por muchos actos de los hombres, como seguir mintiendo frente a una mayoría que está cansada, que tiene miedo y que no sabe bien que hacer con su propia vida. La desorientación es uno de los signos de este camino ensombrecido del hombre del siglo XXI. Todo puede esperarse en todos los aspectos. Y al decir todo me refiero a esa sensación que invade nuestra sensibilidad de que cosas atroces ocurren a la vuelta de la esquina y el autor de lo atroz es un vecino que siempre fue tan bueno, tan cariñoso con los niños, tan amable al saludar.
No tenemos un registro de las manipulaciones del dinero porque es tanta la malversación, es tan frondoso el número de los delitos económicos en general ocultos que es un tema que parece escapar al análisis de aquellos que lo sufren. Y quienes tienen los instrumentos para poder hacerlo, mienten con absoluto descaro. Hay, aunque no se sepa (a veces ni ellos mismos lo saben) un dolor íntimo provocado por la gran cantidad de barbaridades que nos rodean. Urgidos por la imperiosa necesidad de sobrevivir (y no exageramos) no pueden detenerse, esas víctimas que incluso en ocasiones ni saben que lo son, detenerse a tratar de comprender como tal cantidad de disparates son posibles. Anestesiados por una cultura de masas que no deja espacio a expresiones que podrían al menos hacerlo pensar, al hombre común se lo anestesia de una manera que podría calificarse de inteligente en la medida que quienes la manejan saben que es buena para sus propósitos, que son infames pero los ayuda en persistir sin objeciones serias.
El panorama general es perverso en la medida que se supone que existen cosas que en realidad no hay: son meras ilusiones con las que muchos se conforman. ¿Hay, por ejemplo, libertad de prensa en su sentido más estricto? Si, por cierto, dicen con inocencia, la hay de manera absoluta. ¿Existen las mismas posibilidades para todos? Si, contestan, si bien hay diferencias y siempre las habrá. ¿En una democracia un elemento esencial es que la justicia se aplique con todo su rigor, se trate de quien se trate el potencial autor de un hecho delictuoso? También se contesta afirmativamente. Las apariencias de que es así son castillos en el aire. Y hay quienes creen, no dejan de creer.
Un ejemplo de este oficio. Existe una tendencia a sostener que hoy se privilegia al periodismo de investigación. Salvo contadas excepciones, el periodismo de investigación parece bambolearse con facilidad y la investigación no sólo es interesada sino que nunca llega al final.
Es cierto, Ariadna le permite a Teseo que entre en el laberinto y mate al Minotauro. La historia no dice que es muy posible que Ariadna en realidad ame al Minotauro y no a Teseo, y que con seguridad que Teseo la traicionará de la manera más cruel y sin remedio. Que fue lo que ocurrió. Se dirá que lo de Ariadna y Teseo no pertenece a la historia. No discutamos. Puede ser. Pero nosotros vemos casi todos los días a Teseo y a Ariadna. ¿Alucinaciones? También puede ser. Pero entre tantas cosas que pasan ¿no sería preferible que fueran alucinaciones?
Sobrevivimos en la medida que pasamos de una ilusión a otra. Y tenemos atadas las manos por la edad que tenemos y creo que nada, o muy poco, es lo que podemos hacer. Esto que apunto ocurre en todos los órdenes. Alguien me pude decir que vivo con la obsesión del laberinto. Puede ser, pero lo que siento es que estoy en un laberinto y en él están todos los demás.
Sólo que a veces tardamos mucho en comprender el registro de los dolores ajenos. Y cuando lo comprendemos, ya es tarde. Entonces transitamos por ese laberinto que todos hemos ayudado, de una u otra forma, a construir. Sin salida posible, sin nadie que venga a liberarnos.
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