Mié 08.10.2008
rosario

CONTRATAPA

Preferiría no hacerlo

› Por Gary Vila Ortiz

En 1851 Herman Melville (1819﷓1891) publicó Moby Dick, lo que para algunos es la obra maestra por excelencia de la literatura norteamericana. Resulta difícil encontrar argumentos de peso para discutir esa opinión. Si bien Melville murió olvidado, Moby Dick le concedió esa inmortalidad, tal cual la conoce el ser humano. Pero no es esa novela la que motivó estas líneas, sino un relato que se publicó cinco años después: Bartleby, texto que fue incluido en los Piazza Tales (1856). Se puede encontrar en estos días una nueva versión de dicho relato en una edición bilingüe a la que podría hacérsele algunas observaciones. La esencial es que tanto la versión en inglés como en español están cortadas. El que llega por vez primera a ese Bartleby no lo llegará a conocer en su sentido más profundo. ¿En realidad quien lo conoce?

Ignoramos cuántas son las versiones realizadas a nuestro idioma, pero recordamos (en realidad no podemos olvidarla) la primera que leímos. Apareció en los Cuadernos de la Quimera (1941) y fue el primero de una colección que estaba dirigida por Eduardo Mallea. El prólogo y la versión directa del inglés estuvieron a cargo de Jorge Luis Borges. Borges dice que "el observaría que la obra de Kafka proyecta sobre el Bartleby una curiosa luz interior". Es decir que con esa obra Melville define un género que "hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas...". Como la de casi todo gran hombre el futuro ha decidido para Melville una grandeza sustantiva, pero su gloria es nueva". Creo que, acaso, ahora Melville es más desconocido que antes. Borges se encarga de decirnos que la Enciclopedia Británica (no recuerdo en cual de sus ediciones) lo considera mero cronista de la vida marítima, error, pensamos, que ensancha la grandeza de Melville y achica esa fe sin racionamiento alguno que prueba que la mencionada enciclopedia es capaz de un error. De graves errores.

He revisado algunas páginas que tengo sobre la literatura norteamericana y he observado, no sin cierta curiosidad y al mismo tiempo sin sorpresa, la ausencia de Bartleby en ellas. Es una lástima, pero es de suponer que debe ser de tal manera para que poco a poco se vaya comprendiendo. El mismo Borges dice que Melville parece haber escrito que "basta que un hombre sea irracional para que otros lo sean y también para que lo sea el universo todo".

Que es suficiente que haya un hombre irracional para que todos parezcan serlo y hasta el universo tienda en general a lo irracional es algo que no debe sorprendernos. Es suficiente revisar la historia y los actos de irracionalidad aparecen con harta frecuencia. Cuando hacia el siglo VI aC aparecen seres que significan todo una modificación en el pensar del hombre que se manifiesta inquieto frente a lo espiritual, esos hombres y su influencia no parecen durar demasiado. Cuando H. G. Wells se refiere a ese siglo dice (y que el lector permita la cita en inglés): "Every where were waking up out of the traditions of kingships and prest and blood sacrificas and asking the most pens trating question. It is as if the race reached a stage of adolescente, alter a chidhood of 20.000 years".

Fue así, pero pronto el hombre volvió a su infancia destructiva. Una metáfora digna de tener en cuenta: el hombre primitivo arroja el hueso con el cual acaba de matar y el hueso llega a un espacio donde unas naves espaciales combaten con otras.

Bartleby se encuentra en lo esencial de todo esto, aunque prácticamente lo único que dice es "preferiría no hacerlo". ¿Cuántas veces me dije a mí mismo que preferiría no hacerlo y sin embargo lo hice? ¿Cuántos seres humanos dirían lo mismo que Bartleby, pero cumplen con ese mandato de años que ha servido solamente para derruirnos, al menos moralmente. Y para esclavizarnos.

Más me llama la atención que abundan los Bartleby. Aquellos que sin saberlo pertenecen a esa categoría de ser humano. Yo me siento a veces como un Bartleby, deseando poder contestar "Preferiría no hacerlo". Pero más de una vez, muchas más de una vez, he actuado como no quería actuar. Y son muchos los que, sin ser Bartleby, son una mera copia de ese protagonista excepcional de Melville. A lo largo de la vida, sin ser escribientes como Bartleby o como el Bouvard y Pécuchet de Flaubert, ejerciendo distintos oficios, sentimos que en ocasiones nos saldría del alma un "Preferiría no hacerlo".

Sobre todo, cuando vivimos en una sociedad donde las condiciones son impuestas, salvo contadas excepciones; y siempre hay como un grito silencioso que dice "Preferiría no hacerlo". A veces no queda otro remedio que hacerlo. Y hay ocasiones que pueden ser heroicas, y a que no decirlo, significan la muerte para el que permanece callado.

Dicta estas líneas, como dijimos, una serie de libros que aparecen los martes, con excelentes cuentos. Bartleby, el último que hemos adquirido. Es muy barato y se consigue en casi todos los kioscos. Eso sí, para quien se sienta interesado por Melville, debe conseguir, por cierto, otra edición del Bartleby pues la que ha aparecido se encuentra, como otros libros de la colección, inteligentemente cortados. Hay párrafos enteros que no figuran en estas ediciones. Al menos podría haber puesto ese signo ortográfico (...) que implica que hay un corte pero después se retoma el texto original.

Pero es posible que quien tenga a su cargo las ediciones me conteste con un "preferiría no hacerlo", y no tendrá fuerza alguna para hacerle comprender lo que debería hacer. Lo que no impide que esa persona pase a engrosar la lista de los Bartleby que en este país hay para dar y regalar. Pero parece que nadie advierte su existencia. En 1970 apareció un film dirigido por Anthony Friedman que en inglés se titulaba "Bartleby".

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