CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
"...Yo podría ser la hija que usted nunca tuvo, usted me podría llevar a la plaza y hamacarme, tomarme la temperatura cuando me enfermo, darme golosinas y que se me pudran los dientes, peinarme toda esta cabellera y por sobre todo darme amor amor amor..."
Guión de la obra "Criadas para nada". Dirección Cristina Carozza, con las actrices Mary Sojo, Claudia Simón y Claudia Piccinini. En Rosario 2008.
Ahí vienen las madres.
Todas juntas. Rodando, haciendo una bola enorme por el mundo, suscitando patronazgos de cobijo pero además densidad de vida.
Se acercan en meandros, caminos, en el aire, trayendo alteridad en forma perdidiza, sin guardar proporciones ni medidas, dando en baldes, quitando aire o lloviendo. A imagen y semejanza de lo que recibieron.
Ahí vienen las madres del dolor, madres solteras, de desaparecidos, de febrero, de mayo, madres gays, adoptivas, madres, madres incluso sin hijos; madres que le parieron algo al mundo, que descubrieron arte detrás de cada árbol. Madres de un escrito, una obra, un poema que las ha hecho: madres.
Cuando las veo así, amontonadas, en cúmulo, madres continentales, que han cruzado el océano por creer en el amor embrión, en una idea fija, siento mis fibras íntimas vibrar y me animo a abrirles las puertas.
Ahí vienen volcánicas, desmesuradas, a ofrecer guisos y teoremas centrales, con ellas se arquea el discurso y la verdad es un muñeco de nieve que nuestro cantar derrite.
Lucharon con el partero de las soluciones, la televisión las trae para vérselas con los continuadores de violencia, ellas se agrupan al borde de caminos, el congreso, con pañales de sostener sangre derramada.
Vienen madres en deriva, mujeres sin remilgo, en selva negra que, desbocadas, nos imantan como autores, para transformar en permanencia nuestra naturaleza errante.
Son las madres, las locas, las que gritan y a Eros lo dejan chiquitito, las que al odio lo tienen en formidables gimnasios para ver si adelgaza; las madres agridulces, las que nos quieren igual aunque seamos harina y no oro blanco y escriben cartas problemáticas cuando no sonreímos.
Vienen expuestas, a mirarnos vivir, a poner pecho y muslo, a proveer contorno, a alumbrar una playa en la que atracar el botecito, el pobre bote en que nos convertimos por la molestia del tiempo.
Ellas también son hijas, vienen enrolladas como momias de economía estricta, criadas para poco o para nada, por otras hijas de la historia que sembraron esperanza y prejuicio, cuando el sexo no se movía en patinetas, cuando el hombre era flaco y los pensamientos polvo para olvidar.
Viene el pelotón de abuelas, de bisnietas errantes que levantan la luna filiatoria y enarbolan la gélida familia, la raíz de ser, cuando la fraternidad cerca de cerca.
Llegan propulsadas por suspiros, en el muelle del llanto acumulan su gracia, son madres en sobrecito, en caja, que saludan brumosas la extrañeza del hijo.
Y la calle se alarga porque no les canta Luciano sino un grillo, cada vez que lo inexplicable se les vuelve en palabras o sombras.
Cuando vienen las madres en hilera, en falsos sextetos, parece que el desenlace fuera rápido; alguna vez la carne indolente nos mantuvo pegadas frotando sus orejas y otro día nos fuimos en amores difíciles lejos lejos.
Estamos creciendo encima de ellas, adueñarnos del universo fue el gran desafío, hacer ese granito puntiforme que es nuestro nombre. Hemos aceptado sus denuncias y les echamos la culpa para socorrernos mientras los ladrillos crecen.
Hablan por teléfono gratis y nos preguntan qué hicimos. Les respondemos que limpiamos la casa, barrimos el patio o educamos a Lucas. Y entonces existimos.
Y entonces existimos.
En esa operación irreal entonces existimos.
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