Domingo, 19 de octubre de 2008 | Hoy
Por Víctor Zenobi
Charles Sanders Peirce nació en Cambridge en 1834, a unas cuadras de la Universidad de Harvard que, como muchas, desdeñó el concurso de hombres que no se subordinan a sus caprichos jerárquicos o gnoseológicos. Por suerte, el mundo desborda siempre los propósitos de cualquier Universidad, de otra manera no conoceríamos muchas obras de hombres notables. Al menos no conoceríamos la obra de Peirce, puesto que nunca fue aceptado en Harvard. Si la memoria no me engaña, en las postrimerías de su vida fue invitado a dar unas conferencias por uno de sus discípulos más célebres, William James, pero las conferencias debieron realizarse en su casa. El motivo de esa invitación revela aspecto muy curiosos, por de pronto, James le debía a Peirce el término Pragmatismo con el que definió su filosofía; a mi entender le debía mucho más, como tantos otros. Por consiguiente, era "razonablemente ético" que al enterarse de que Peirce estaba sin trabajo y solía dormir en la calle, James organizara esas conferencias. Peirce le agradeció: "He aprendido mucho sobre Filosofía en estos últimos años, porque han sido años muy miserables, terribles más allá de todo lo que el hombre de experiencia común puede posiblemente entender o concebir. Se me ha revelado un nuevo mundo del que nada sabía y del cual no encuentro que alguien que ha escrito, haya sabido realmente mucho, se me ha revelado el mundo de la miseria".
Ese mundo no le fue inhabitual; Peirce tenía un carácter difícil, tendiente a ejecutar actos absurdos; su vida personal, no se ajustaba a lo que su sociedad exigía de los hombres prestigiosos; en principio, no se ajustaba a la moral de ese contexto, (incurrió en el adulterio); no se ajustaba en su vida y mucho menos en su pensamiento, ya que no rehuía el hecho, crucial a todas luces, de que el conocimiento presenta todo tipo de obstáculos e invita a sucesivas desviaciones. Es el precio por tratar de comprender, subordinando la firme convicción de que uno ostenta una verdad inmodificable. No es de extrañar que su febril actividad mental, insistente a lo largo de toda su vida, (murió en 1914) fuera susceptible de sucesivas reformulaciones. En muchas de sus páginas, resalta el reconocimiento de un error o de un sentimiento inapropiado para un hombre dedicado a un fin supuestamente tan noble como la filosofía..."Cuando estaba en la década de mis veinte años, y aun no había tomado plena conciencia de mis propias gigantescas capacidades de pifiadas lógicas ¡con cuanto menosprecio solía pensar en la confusión de Hegel entre el Ser con la nada en Blanco, simplemente porque tenía la forma de un predicado sin su materia! ¡Pero aquí estoy, después de dedicar un mayor número de años al estudio de la lógica exacta del que Hegel dedicó nunca a este tema, repitiendo esa misma idéntica falacia!".
Como se puede apreciar, tal honestidad intelectual descubre una exigencia intransigente en el discernimiento de un tema, que en el caso de Peirce abarca la lógica y la semiótica, (estos términos difícilmente difieren) la matemática, la astronomía, la química, la física, la psicología y la filosofía, temas tan vastos que lo incitaron a escribir alrededor de cien volúmenes de quinientas páginas cada uno. Mencionarlos ya desborda lo que pretende la ambición de esta nota, aunque no me resigno. Es sumamente reconfortante poder insinuar y transferir la pasión que ejerce un hombre con tantas inquietudes y semejante intensidad. Sobre todo, porque ese mismo hombre pensaba que el conocimiento y las verdades del mundo, las que se pueden sostener, nunca son el producto de una mente individual, sino que conllevan la actividad social, hecho por demás de evidente, pero raramente reconocido. Por supuesto, esto no indica seriamente lo que se puede extraer de sus textos; para la mayoría de mis colegas, como para los de Peirce, esos textos adolecen de continuas digresiones y hoy sería común escuchar, (si fuera habitual su lectura) que padecen de un desplazamiento metonímico incesante.
De hecho, Peirce no desdeñaba nada cuando se trataba de dilucidar un tema; digamos que no propendía a la actitud de recorte que siempre caracterizó a la ciencia clásica; tampoco propendía a creer en el pensamiento como un estado o el producto de un estado, por el contrario, creía que el pensamiento debía seguir las mismas fluctuaciones cambiantes que padece la realidad, ya que "es parte integrante de la realidad misma". Esto, no obstante, no constituía un obstáculo para que Peirce pergeñara un asombroso sistema. El ejemplo más notable, que yo he frecuentado durante muchos años, es su sistema de signos. En el decurso de ese trabajo monumental y a raíz de sus constantes desvíos, Peirce suministra uno de los dos principios de inferencia estadística. La teoría de la inferencia probable. Por de pronto basaba la lógica inductiva en la estabilidad estadística; traduzco: una ley científica es sólo una predicción de lo que suele suceder la mayor parte del tiempo. En sus consideraciones, el azar ocupaba un lugar importante, quería decir que lo consideraba presente en todas las leyes de la naturaleza y por lo tanto estimado en toda inferencia inductiva racional. Es sumamente conocido su ejemplo de la naturaleza general de la inducción: "De un saco de judías blancas y negras saco un puñado y cuento el número de judías blancas y el número de judías negras y entonces presumo que las blancas y las negras están aproximadamente en la misma proporción en todo el costal" Los efectos y las retroducciones, para utilizar una palabra de Peirce, implícitas en su manera de pensar son de una gran complejidad, baste citar una premisa de sus principios, para comprender lo que bosquejamos anteriormente, la premisa de que el Universo no obedece a una causa primera que evolucionó, una causa necesaria, no, es obra de un azar que paulatinamente se va determinando. Esta creencia es la que hoy subyace en la compleja teoría de Caos... De allí, la explicación de algunos de sus parágrafos, que leídos superficialmente suelen parecer obscuros: "La ley existe dentro de una variedad limitada de acontecimientos y tampoco ahí no es perfecta porque un acontecimiento de espontaneidad pura se mezcla, o debemos suponer que se mezcla..." o "la ley requiere que se la explique y como no puede ser explicada por ninguna ley, la explicación consiste en demostrar como se desarrolla a partir del azar, la irregularidad y la indeterminación..." y este otro: "tres elementos están activos en el mundo: un primero azar, segundo una ley, tercero una toma de hábito...".
Esta relación triádica es la característica fundamental de su pensamiento: progresivamente modificada, define su noción de signo. Para no ser excesivos, daremos una de ellas que puede ser fácilmente comprendida. "Un signo o Representamen es algo que tiene lugar para alguien, en relación a algo o en virtud de algo. Se dirige a alguien; es decir, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o más desarrollado. A ese signo que crea, lo llamo el Interpretante del primer signo. Ocupa el lugar de algo, que llamaremos su objeto, no bajo cualquier relación, sino por referencia a una clase de idea que he llamado área o fundamento del Representamen". Cada término de esa terceridad está en correlato con otra terceridad donde encontramos que un primero responde al universo de la posibilidad; un segundo responde a la existencia y un tercero a la ley. La relación de un primero con un segundo determina al tercero que sería la ley de la relación, susceptible de transformarse en un primero que mantiene con otro segundo, otro tercero.
A diferencia de la Semiología, nacida en el seno de la concepción estructuralista, el signo Peirciano opera con una movilidad susceptible de múltiples transformaciones, enunciada como proceso de semiosis infinita, que ha sido mal comprendida y presurosamente criticada. Peirce pensaba, lo dijimos, que el Universo evoluciona desde el caos azaroso en un sentido favorable; ya que no nos conforma explicar la evolución por puro azar. El mediador o productor de semejante evolución podría ser Dios. Yo he creído entrever allí, una magnifica idea de la cábala, la idea de que Dios no es, sino que está produciéndose o determinándose por nuestras acciones, pero probablemente sea un exceso de mi parte, que tiende a inferir relaciones desatinadas. Lo cierto es que Peirce también creía (es difícil no seguirlo en esa creencia), que la mente mantiene correspondencias con los hechos; incluso, con aquellos que no se perciben concientemente, o al modo de una revelación, según la influencia de Duns Escoto. Uno de los ejemplos más notable consta en un libro de los Sebeok: "Sherlock Holmes y Charles.S. Peirce. El método de la investigación" Peirce viajaba en un barco, cuando le fueron sustraídos un abrigo, una cadena y un reloj.
Hizo venir a todos los camareros y sin tener la menor idea de quien pudiera ser el ladrón, los hizo poner en fila: "No tengo ni la más pequeña luz hacia la que dirigirme...Pero entonces , mi otro yo (pues los dos están siempre dialogando) me dijo, simplemente tienes que señalar a un hombre. No importa si no aciertas, debes decir quién crees que es el ladrón...". La elección resultó acertada y Peirce infirió que debió haber recibido "indicios inconscientes" que lo condujeron al ladrón. A ese proceso (que lo creyó predominante en las mujeres), lo llamó abducción, indispensable para el desarrollo científico puesto que señalaba una afinidad subyacente entre la mente y la realidad. La vida de un hombre suele depender de cómo piensa; en Peirce esa dependencia fue notable. Murió en la indigencia y su cuantiosa obra sirvió para pagar el cajón de su entierro. Tal vez lo infirió, ya que en un lugar de su obra leemos: "Proud man. Most ignorant of what he's most assured, His glassy essense" ("hombre soberbio, tanto más ignorante cuanto más seguro lo hace sentirse su esencia vítrea"). Se refería por supuesto, a su concepción de transparencia en el hombre, considerado un signo en sí mismo.
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