Viernes, 7 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Bea Suarez
No alcanzo a entender al viento sur. ¿Cómo puede ir contra el río? ¿como puede?.
Lo enfrenta, se cruza con la corriente y lo levanta, lo despierta a baldazos, se le opone, lo frena. ¿Cómo puede?. ¿Cómo osa siquiera pretender disgregarlo, elevarlo en su cauce, provocarle hendijas, elaborar marea en su arcilla tremenda, transformarlo en limón que no se bebe?
Dios andaba enamorado y dejó que el viento sur se criara solo. Es un pájaro forjado a fuerza de aires especiales, al que no lo ubican nunca a la vera de un nido.
Viene de Buenos Aires, el río se angustia, sabe que en su soplar existe un cactus.
Alguien al viento sur no lo quiso del todo.
Son los días plomizos, las veletas apuntan hacia el pico del gallo, el Paraná parece frente a él dejar su cuerpo; es un viento sin fotos ni álbum de nacimiento, está hecho de níquel, se le han restado mariposas, no tiene calma ni conciencia de que el agua es más.
Una vez Rosario se deshizo, chocaron tanto que salpicaba leche sucia ya, una guerra, ramitos de la costa iban y venían.
Viento ancho y violeta le silbaba al ras, el río subía y bajaba e intuía su propio desastre. Era un Apocalipsis, culminaban navíos, timones y niñas de noviembre.
La sudestada no entiende que descalza no puede traer semejante urgencia y, embreada en los muelles de los clubes de pesca, muchas veces se pierde.
Los días en que el sur llega no coincido conmigo, empiezan a proliferar en mi pecho crucifixiones y balas, me mezclo con el Paraná de tal manera que la agresión es personal y gimo herida y provocada. Son jornadas perdidas en las noches, malos presagios, se mueven plantas, la barranca no existe.
Erase un viento insolente que viene para echar a los peces, con él todo es triste, triste como un duende quemado.
Vos me pedís el río y no lo doy porque está chueco por sus malos encuentros. Todo acaba de ser y de nadar. Una vigencia de costanera me envuelve.
Queda desnudo y sus palabras irresueltas. Quedamos todos locos.
Y cuando cesa el viento el río se desmaya.
Yo entonces sueño que tengo quince años y mi silencio claro lo navega. Y en su cauce sereno encuentro a mi abuela, la mujer del maíz, que me entrega sus choclos, su polenta, sus bifes a la criolla, la navidad y las nueces quebrantadas, la paz lila, una ultra luna que riela como si todo hubiese sido muy sencillo.
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