CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
EL SOCORRO
A veces hago algunas cosas bien. Es mejor tener el vuelo y no el pájaro. Yo podría decirle, "vamos, hombre, deje todo eso, no lo piense más", pero a mí no me gusta imitar el tono bonachón de las crueldades humanas. En cambio, soy hábil para la duda y la mirada pensativa. La pérdida de sus trajes, a mí me tiene sin cuidado. Prefiero que se arroje desnudo e ignorante contra el indescifrable brillo del presagio. Sé también que usted busca el socorro en mis palabras.
SUAVIDAD NOCTURNA
Yo sirvo un vino más alto que la tormenta. Cuando usted viene, cerramos las ventanas porque el día despelleja la carne trémula de las sombras.
Yo nunca le hablo con la voz del cielo, porque ese desgarrón de blancura no ennegrece mi suavidad nocturna. Tampoco le hablo de amor, porque su corroída raíz se conjuga con una doble mueca de verduga.
DERRUMBES
Usted es encantador cuando está de pie sosteniendo el peso de su ahogo. Inclinado hacia una confesión de un tiempo agonizante. Encantador también cuando se derrumba sobre sus silencios. Le ruego, por favor, nunca se deshaga de ellos. Mi carne también se alimenta del suspenso. Está claro que el mundo es una vieja tabla obvia y carcomida. Haber sido lo que fui, hace que escriba lo que escribo.
LA SOLEDAD DE LAS PAREJAS
En cada pareja, la ausencia de amor es diferente. Puede ser amarga y pérfida pero crocante, con cierto aroma de lirios fatuos. En ocasiones, se vuelve lenta y suspirante, como un alma afligida que hierve en su cadalso. A veces se soporta con largas horas en el cuarto de baño, con la complicidad del jabón y el caer del agua. Y el cuerpo se vuelve huella del propio desamparo. Es el leviatán expulsado del magnífico infierno, obligado a vivir en la yerma santidad del cielo. El cuerpo se vuelve un ídolo cautivo que se debate a ciegas desde su raigambre hasta la mínima nervadura del último nervio. Haber vivido lo que viví me hace decir que la ausencia de amor asfixia los poros sabios del sexo.
ALTAS TRANSPARENCIAS
Siempre que pienso en usted, lo besaría. Es mi manera de no traicionar nuestra confianza alegre. Cuando el deseo de besarlo es más violento, no lo devoro, sino que escribo sobre libaciones ajenas. Un poco más acá de lo visible, debajo de este paladar que celebra el silencio, rememoro el acceso a las altas transparencias. He jugado a perderlo, a desconocerlo, a no esperarlo, pero al acecho tengo un trozo de incomparable eternidad. Nadie me va a convencer de que un abrazo sexual pueda ser prescindible, esporádico, superfluo.
LA LUNA
La luna no tiene miedo y se sostiene solitaria sobre la impersonalidad del mundo. Baja la cabeza sólo para besar el río. Es la amante que no teme porque sabe que volverá a tenerlo todo. Cada día mastica la tragedia de su esperanza.
SOPLOS Y ARPAS
Una infinita sucesión de sueños vivos y muertos pasan lentamente. Son miembros de mi raza. Son la visión luciente con la que me conduzco en la niebla mundana. Cuando usted viene, su soplo hace sonar mis arpas. Cuando no viene, mi soplo hace sonar mis arpas. Yo lo espero como un resplandor azul que cae sobre los agapantos. Cuando pienso en usted me acuerdo de la eternidad. Me acuerdo de la noche con sus alas anaranjadas.
EL GRAZNIDO
La jaula del pájaro se rompe en el aire. Desde la ventana del baño se escucha el graznido salvaje. En el baño, quien se sabe solo no está perdido. Una hora, un mes, un año allí metido, urdiendo el secreto de no estar muriendo adentro de sí mismo. De mí no escuchará ninguna verdad. Todas han muerto. Excepto mis besos rotundos.
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