CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
"The Crack Up" es el título de una narración de tono autobiográfico que Francis Scott Fitzgerald escribió en febrero de 1936, es decir cuatro años antes de su muerte a los 44 años. No es fácil traducir al español ese "crack up". Se suele titular la narración como "El derrumbe" y en otros casos como "La grieta". Fitzgerald se refiere a esos golpes que se van recibiendo a lo largo de la vida y que constituyen un proceso de demolición. Y habla tanto de esos golpes que vienen desde afuera como de esos otros que vienen desde adentro. Dice el escritor que los primeros se perciben de inmediato, pero los otros tardan en llegar y aparecen repentinamente.
Fitzgerald hace una observación que nos parece atinada: es aquella que se refiere a que él considera que la prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad de retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir conservando la capacidad de funcionar. Por ejemplo, comprender que las cosas son irremediables y sin embargo estar decidido a que sean de otro modo.
Si me siento identificado con Fitzgerald no es porque me considere un escritor de su talento y tampoco porque mi inteligencia sea de primera clase. Tengo, sin embargo, o creo tener, aun a mis 73 años, una particular sensibilidad para percibir algunas de esas inteligencias de primera clase y experimentar hacia ellas sentimientos confusos. En algunos casos (y eso desde siempre) hay algo que parece indicar que tenemos que ponernos en guardia.
Por otro lado, Fitzgerald era muy joven cuando pensó que por su modo de vivir tendría tiempo para evitar la demolición hasta los 49 años. Pero fue diez años antes que se dio cuenta de que se había "desmoronado prematuramente". A diferencia de otros escritores y poetas, Scott Fitzgerald no eligió el camino del suicidio, como lo hicieron, entre otros, Dylan Thomas, Cesare Pavese o Alejandra Pizarnik, pero su camino fue bastante parecido. Eso, aun cuando ellos ni hayan sentido la esencia amarga del fracaso.
Si alguien a los 73 no entiende los distintos golpes que ha recibido tanto desde afuera como desde adentro es simplemente un imbécil o está absolutamente corrompido. Lo que ocurre es que se puede tener un instinto de supervivencia que nos mantiene pese a que en muchas oportunidades hay como una soledad angustiante aunque de ninguna manera estemos solos.
Dejando de lado el rencor que me produjeron actitudes de quienes se decían mis amigos, fueron los amigos de verdad los que me fueron ayudando a salir de cada sensación de "crackup" que experimentaba. Uno puede descubrir, como lo dice Fitzgerald, que estaba muy cansado y que me podía quedar durmiendo las horas que fueran. Lo que hace que cada tanto sienta la necesidad de estar despierto y hacer las cosas que quiero hacer (aun cuando a veces no pueda hacerlas) es tratar de cumplir con un trabajo que es el que siempre hice. No hablo de la poesía, pues si uno de mis sueños fue ser poeta me he conformado con haber escrito unas cuantas líneas que, al menos para mí, valen la pena. Me refiero al periodismo, oficio en el que he estado más de cincuenta años. Un ejemplo para mí muy claro: las líneas que semanalmente escribo para este diario desde hace cerca de quince años y todas aquellas que escribí en otro diario durante más de treinta. Para hacerlo no es necesario tener una inteligencia de primer orden sino el no importarme, en algunos casos, no siempre, caer en el ridículo.
Me doy cuenta, por otro lado, de que en este oficio, desde hace unos cuantos años, existe una especie de mediocridad que recorre todos los grados de su dominio. Es posible que uno caiga cada tanto en ella, pero se sigue en la medida que una mano franca de amistad me lo permite, teniendo en cuenta que esa mediocridad es la que ejerce un mayor atractivo y la que moviliza a los medios.
Por cierto, hay otros sinsabores. El "crackup" siempre se asoma sobre nosotros. No podemos vencerlo porque la lucha indudablemente es despareja, y nos enfrentamos a una sofisticada ausencia de nobleza, o por lo menos de cierta franqueza.
La recopilación realizada por Edmund Wilson, incluso el orden en que los textos se encuentran puestos, en una cronología que no es la que podría ser la más común, hace que se comprenda mejor cómo alguien como Scott Fitzgerald se dio cuenta, hasta en los pequeños detalles, que iba camino a ese "crackup" en que terminó sus últimos años y que acaso nunca estuvo ausente de su vida. En realidad todo el libro es una historia de por qué (a la edad que sea, en el momento que sea) se llega a experimentar ese proceso de demolición y la demolición misma.
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