Vie 26.12.2008
rosario

CONTRATAPA

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› Por Bea Suárez

La semana intermedia entre navidad y año nuevo parece no existir. La transitamos rápido, imperceptibles, un aposento de tiempo donde mueren las botellas.

Las calles de Rosario comienzan a no ser, el calor se incorpora como un cáliz al aire, una corona de renegados va por las avenidas modificadas, estos días son entregados a las penas como si ellas fueran a dar el cimbronazo.

¿Por qué será que las fiestas no le gustan a nadie? Parecen perros vacíos por dentro, peluches del año que muchos unen a la obligación y al compromiso, como si estas noches la gente pudiera no hacerse responsable de sus actos y una razón sucinta y frágil no fuera suficiente para ponerse contento.

Un poco de religión no toda, balances que hacen chirriar las ruedas y mientras que esas señoras (a las que llaman brujas) hacen el clericó, la navidad pasada sube por los edificios como líquenes a recordarnos en su maraña que algunos se han ido para siempre, justo ahora.

Vuelve a volver la nochebuena, es una libélula con poca luz que vuela flojo sobre la mesa ascendida por algo que no tiene nombre.

Caemos en la panza de la memoria antes de haber sido oscurecidos por la falta, un hermano que sitia la ciudad con el escándalo de no estar, un padre que se ahuyentó con pretextos, esos amigos que no saldrán de cacería a La Florida en la penúltima lágrima del 2008.

Esta semana insensata en la que parece todo todo terminar, entra sin pasaporte por el año flotando por el río Paraná. Hacia cualquier parte.

Muchos hacemos un funeral elevadísimo en diciembre y en confederaciones de sidra pensamos el enigma de la ultima cena.

La urbe asume apariencia ficticia, hay que charlar con los fulanos invitados y el agua del malestar empieza a darnos en las rodillas, amenaza con un ahogo que al final nunca llega.

La gente irá rápido este viernes, movida por horas bancarias chiquititas, carbonizando ojotas en calle Santa Fe, cheques como malezas, presos entre lianas de débito y crédito.

Encima este año cayeron mitad de semana, corta todo, apaga temprano al comercio; tanto que esperábamos descansar y sin embargo la Navidad se come al año nuevo y el año nuevo se traga la pasión.

Esta semanita media nos cruza de año entre barro político y desiciones en ceniza, extraviados entre repeticiones auguran huracanes de desempleo y árboles de pobreza.

No se que decir con una despedida así, el horno espera para cocinar al todo, asar los sueldos, hervir el aguinaldo, por eso esta semana es difícil, complicado pensar que el puerto no es seguro y que se viene un descorche a nuestro cotidiano (necesitar felicidad, cebar un mate, volverse viejo).

Este final de mes no ocupa volumen.

Preocupados, nos iremos por balcones a la Argentina ínfima, la del veintiséis como chuchería.

Rosario y sus renglones.

Rosario y sus cacharros.

Rosario y la pena en un gran arco sarraceno.

Rosario, con vírgenes cambiadas lleva en penumbra la orilla de dos mil ocho.

Me despido con las orejas puestas, soy tobillo, ingle, nuca, seno, uñas para usted, lector.

Soy escucha, palabra, Palacio de los Leones soluble en crisis.

Soy, en el cielo fijo del mes doce, una calandria que escribe sin poder hacer otra cosa.

Rosario revolcada en un poema.

Mientras un verbo ladra, en diminuto frenesí, le digo adiós.

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