CONTRATAPA
› Por Patricio Raffo
Para V.C., que me prestó palabras tan bellas como necesarias.
Uno:
Hemos pasado la noche juntos. No hemos hecho el amor. Hemos pasado la noche juntos, ahuecados el uno en el otro y ambos en uno. Nos hemos dormido abrazados y hemos hecho que nuestros aromas se unan haciendo un aroma único. Nos hemos dormido ocupando los espacios de nos faltaban. Fetales al amor en nosotros. Hemos sido el gesto de lo completo en la noche de verano con la brisa llegando desde el ventanal.
Dos:
Al despertar ya no estabas. Con la suavidad de tu andar descalzo seguramente te fuiste sin hacer siquiera el menor de los ruidos, sin siquiera hacer que el aroma de nosotros se agite en el aire. Al despertar ya no estabas: Estaba ese aroma tibio en la habitación como un rey suave descansando en la permanencia de lo perdurable. Al despertar ya no estabas: Abrí los ojos y me quedé inmóvil tratando de no alterar el orden de los aromas construidos. Deseaba que nada cobrase movimiento. Deseaba que todo quedase así, inmóvil para siempre. Volví a cerrar los ojos para respirarte solamente, para respirar el cercano recuerdo de la noche, para hundirme en nuestro aroma una y otra vez hasta ahogarme definitivamente en esa soledad iluminada.
Tres:
Una vez, sentados frente a frente, mientras charlábamos casi en susurros, mientras nos mirábamos hablar, dijiste que tenías docenas de relojes en los que guardabas momentos mínimos, maravillosos. Y uno lleva tu nombre, dijiste. Te acaricié. ¿Porqué recuerdo esta fantástica frase tuya ahora que estoy recién despierto con la soledad que quedó de nuestra noche, con los ojos cerrados intentando detenerlo todo?
Cuatro:
En ocasiones pienso en irme. Dejar todo: irme. Romper el útero de la vida y nacer hacia la muerte que todo lo sella. Nacer hacia una muerte blanca en la que se petrifique la memoria como un mármol tan tibio como inalterable. Nacer hacia lo perenne del haber sido, de la belleza de lo que hubo de transcurrir. Desvanecerme en el aire como un humo de la vida entre las llamas, un humo que huela a lo que amé. Irme sin aviso. De pronto pero suavemente. Irrefrenablemente perfumado. De ser así, de ocurrir el irme, es probable que algún periódico se ocupe de la desaparición, que se hable del tema, que se especule con razones que irían desde lo económico hasta los fracasos de amor como si existiesen esos tipos de fracasos por los que brinda tanto mi amigo Eugenio Previgliano cada vez que descorcha un buen vino. Inclusive, estaría en algunas bocas considerar, como un motivo válido de la desaparición, cierto estado de melancolía que me es reconocido por quienes están cerca de mí: habrán de especular con que no supe controlarlo: que los jazmines de diciembre fueron el fuego que hizo de mí el humo en el que inexorablemente fui convirtiéndome hasta desvanecerme. Nada creas. Nada de eso habrá de ser cierto.
Cinco:
Cuando me vaya, cuando sea el humo de lo que fui. Cuando deje de ser yo para ser mi memoria de una vez y para siempre. Cuando ocurra que ya no esté habré de haberme ido para retener definitivamente nuestro aroma, para que siempre quede en mí el abrazo paridor de los perfumes imprescindibles. Habré de irme respirándote como quién respira la infancia o los lugares amados. Habré de irme para que ya nunca te vayas. Habré de irme para quedarme para siempre.
Seis:
Hemos pasado la noche juntos. No hemos hecho el amor, hemos pasado la noche juntos en el abrazo de los aromas compartidos. Al despertar ya no estabas. Me pregunto si has estado en algún momento o si todo es un simple juego de los amores, de las pérdidas, de las soledades y de los roces y las noches. Tal vez sean solo destellos en el medio de los sueños. Vaya uno a saber. Es todo muy extraño, ni siquiera conozco tu nombre y sin embargo podría nombrarte.
Siete:
¿Hemos pasado la noche juntos? Tal vez no, sin embargo al despertar he respirado aromas de cuerpos hermosamente abrazados. Es posible que vengan desde atrás o es posible que vengan desde los días por venir. De todas maneras es tan bello el aroma y tan placentera la sensación del respirar que pienso que podría irme en este instante con la levedad de una caricia suave, con la levedad de una delicadísima caricia que te invente para siempre.
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