CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Ha llegado la entusiasta promoción del catálogo de abril: el "Arnés Neo" se recomienda para principiantes. Si bien yo no entro en esa categoría, me llama la atención porque es de fácil aplicación para mujeres y hombres a los que les gusta el cambio de roles. (Escribir hoy es un poco más complicado que otros días, porque el centauro que me gobierna no puede con el hombre ni con la bestia, y sumemos a esto una complicación mayor: soy un centauro hembra).
Los juguetes del catálogo estimulan los vellos erógenos de la bestia. Lo humano que hay en mí propone lecturas más académicas pero el cuerpo se doblega. Entre las páginas del libro de Lyotard, por razones del azar que nos tutela, encuentro "Gustos y colores", poema de Boris Vian. Veamos: "Hay sexos cortos", dice el joven oriundo de Villed'Avray, "y otros cuelgan hasta las rodillas". Sólo por inoperancia del centauro, lo humano que hay en mí desvía su atención posmoderna hasta el caos que se ha dado en llamar mi propia vida.
La bestia que me constituye corrobora los dos primeros versos del poema. Hay sexos cortos. Nunca me ha interesado participar en cuestiones tan anodinas como el tamaño de los sexos. Esta falta es la excepción del interés que me regla porque demás está decir que tengo una inclinación especial por las cuestiones anodinas, sobre todo si son afrodisíacas.
Lo humano que hay en mí, me ha hecho notar que esta actitud lleva consigo el riesgo de la crítica desde los más diversos horizontes porque estos horizontes diversos deben tener opinión formada al respecto, a saber: los horizontes de sexos cortos, dirán que el tamaño es lo de menos. Los que tienen su materia colgando hasta las rodillas estarán a favor de las medidas. Por otro lado, las mujeres horizontales hablarán del buen uso del ingrediente por encima de las proporciones. Las mujeres verticales dirán que hay un mínimo imponible. No tengo claro si a esta altura del texto mi opinión es necesaria, sin embargo, por las dudas digo que, según mi modesto sentir de mujer oblicua, para el gozo no hay catecismo, libreta civil ni receta.
Pero he dicho que ratifico los dos primeros versos porque también he visto aquello que puede llegar hasta mitad de pierna. De sólo recordarlo otra vez me sorprendo. Vuelvo a quedarme muda. Trato de recordar si elogié las dimensiones en su momento, cosa que estaba a la vista se esperaba que hiciera. Pero me parece que no encontré las palabras adecuadas y simulando ser una poeta de vanguardia, fui a los hechos. ("¡Poeta, no hables de la lluvia, sino que haz llover!). Y con mis tendencias barrocas, fue una tempestad.
Como he dicho, el eterno Vian se superpone a la lectura de ciencias y dice que también hay sexos "rayados de amarillo y violeta/como la sombra del sol a través/de la reja." Si lo humano que hay en mí me lo permitiera, diría que, como afirma Hegel, el poeta no existe en potencia sino en acto. Avalada por la bestialidad que me determina al haber nacido hembra bajo el signo del arquero macho, digo que lo mejor de esos versos es la indocilidad respecto de las certidumbres del lenguaje y del sexo. Los rayados de amarillo y violeta, como la sombra del sol a través de la reja, están abiertos a los nódulos del amor que no admiten el cliché ni las prudencias.
Pero este mínimo y expansivo poema (perdón por la redundancia), todavía tiene razones para abolir mi humanidad y ensalzar la bestia. Con sólo tres versos más completa el universo social y estético que refracta y venera: "Y las mujeres, algunas huelen/ a caldo de conejo salvaje. / Con tostadas es rico."
A esta altura del texto les confieso que estoy tan cerca del catálogo de abril como de la cuestión posmoderna. El yo en el mundo puede ser explicado por una repulsión a la heterosexualidad y al matrimonio compulsivos, así como porque nuestra mirada sobre el sexo brinda información profunda de cómo percibimos y habitamos el mundo. Todas las enmiendas y valoraciones que le quepan a estas frases corren por su cuenta, peligroso lector. Estoy harto convencida de que sus competencias lectoras superan con creces mis intervenciones escritas.
Pero hoy especialmente, le ruego tenga a bien dejar pasar mis aberraciones elípticas, porque es un día de nostalgias verdinegras. En vez de estar escribiendo esta página yo debería estar estrenando, con quien corresponde, la "boca de Hanna", del catálogo de abril, que tiene la misma textura y dimensiones de la reconocida actriz que lleva su nombre (aquí también, por favor, haga usted los descargos y deducciones pertinentes).
Y puesto que estoy en tren de confesiones, admito que no tengo la más pálida idea de quién será la actriz que merezca una boca tan rosada, tan enriquecida por turgencias colagenadas. Pero no reconocerla no se debe a que yo no sea una cinéfila bizarra (nada más lejos de mí), sino a que esas obras hiperreales, en las que un puñado de individuos juega un rol con el que sueña la humanidad completa (y quién no lo sueñe, muy agriado debe estar) me conmueven hasta la ignorancia. Como espectadora estoy tan en otra cosa que no presto atención al reparto ni a la ficha técnica.
Este texto llega a su fin y yo veré qué hago en lo que resta del día. Podré ver algún film con Anthony Hopkin, o buscar en DVD las destrezas de la boca de Hanna, o retomar la lectura de ciencias, o bien llamar a mi mejor amiga y disfrutar de unas tostadas. Pero eso será después. Ahora suena el timbre. Es mi nuevo alumno de lenguas muertas. Mi clase de latín será magistral en un día tan pertinente.
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