Viernes, 22 de mayo de 2009 | Hoy
Por Bea Suárez
¿Adonde van los rápidos? ¿Adonde se dirigen? ¿Tienen la vida blanda, el corazón duro o la moneda presta?.
Corren, rajan por calle Córdoba mientras la vereda les oficia de cárcel, les vuela la vajilla en el almuerzo, les come las venas un picapedrero comercial.
Los rápidos, personas de cántaros bancarios, comunes cualesquiera, señoras de su casa que no pueden esperar el tiempo del pollo; pretenden mas que un dios, una antorcha de esperanza.
Van con sus rostros torcidos por el viento que su pasar genera, buscan, se engalan con presagios y oleajes de lo que ha de venir; laten en pretextos mientras se crucifican en relojes, tienen puertos de aire y zonas tenebrosas para transitar.
Son los rápidos, los más que uno, los que se queman con el café, en el confín de un mundo acelerado. Existen de ida nada más y se atrincheran en la audaz geometría del deber.
Son los rápidos, así nomás, ellos, ellos solos, no alcanzan a brillar porque la luz los lleva, los alambra, no tienen tiempo ni para ir a mear. Pisan baldosas siempre flojas, pierden carpetas, equivocan llamadas, gritan y amenazan con que van a dejar todo. O a dejarnos.
Cumplen, guían, condenan, discuten, agolpan verdades, y sobre todo: saben.
Tienen el hombro derecho caído de tanta carterita llena por que no falte nada, crían con celular, hacen mensajes largos y si ven una plaza lloran.
Se les escapa la sombra y el sombrero, los rápidos viven entre vecinos mucho más lentos; tienen obligaciones, nunca les queda otra, marzo siempre les llega como un cardigan nuevo.
¿Qué no daría yo por frenarlos? Por hacer un retruco a sus botitas de gamuza sucias por un hollín desesperado, por fusilar sus razones de autódromo, sacarlos del mercado, fundarles un presente puro.
¿Qué no daría por cambiar a los rápidos por comités de poetas que proveyeran instantes de palabras y así intentar detenerlos?
Pero ellos no, van a batallar hasta gastar la vida y dejarla finita como a un caramelo Media hora.
Media hora les pido para destruir todo y beber más boleros en botella chica.
Los rápidos, que señalan misiles en escritorios y colas de impuestos, que si canta un colibrí no lo saben, que en el viaje no cuentan con ángeles verticales oficiando de límite.
Un rápido es domador de otoños, apisona adoquines, devora pan; en él el verbo es un cachorro y esta nota un buen papel para pisar en la humedad de rosarios.
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