Sábado, 3 de octubre de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
El órgano de Bach va y viene, va y viene, tan dulce va, tan dulce viene. Uno de los cambios más notables en la vida diaria es el órgano de Bach. Y las bocas juntas cosidas por la lengua. Nadie ha vuelto a expresar con tanta luz la música del contrapunto. Aunque siempre hay otro que después nos sigue. Nuevos himnos corales se escriben para proveer un éxtasis, todo sorbido fuera donde siempre si no sorbido no. A beber, y beber la música barroca del instrumento. Se fija a mano suelta el silencio. Palabra y estertor. Temblor y daga. La daga tan adentro del temblor.
En un principio, los himnos eran de naturaleza homófona, entendiéndose por ello a una estructura coral simple cuyas voces interpretaban todas, el mismo sonido: sexo de cortesía y hojalata. Pero en Johan Sebastian Bach el eros se articula a través de un gusto arbitrario, extravagante del amar. Susurros apenas, casi. Cuerpo desnudo blanco sobre desnudo negro. Falo con estrellas. Valva sin gambox. Cuerpos urgidos en colores inacabados. Danza con dedos de malvón. Ascienden al pedestal los aspectos emocionales e impulsivos. Desenfrenada búsqueda de gavotas, gigas, minué. La palabra Bach significa arroyo. No arroyo: mar. No cosquilla de marsopa. Sexo a caudal.
En la música instrumental, así como en la vocal, así como en la sexual, la textura rítmica presente en todas las obras consiste en situar una melodía en la parte superior, y apoyarla con el bajo continuo. Una mosca pisa la torre completamente derecha y cae la fachada del amor. Bach torrente. Bach océano. Bach dado cuerpo fijo invisible en la memoria de Bach que ya no se sienta en otros asientos con el atrás obligado a permanecer. La fachada cae y alrededor, la música.
Bach toma el taxi y las puertas de la ciudad se abren. Los relojes tic tac, los teléfonos rington, burdos sonidos de materialidad mientras las memorias ruedan por el asfalto bailando una melodía de bajo interpretada, con el chelo o el fagot. Armonías que rellenan el laúd, el clavecín, el órgano Bach, y la sobreabundancia es compatible con el doble o triple sentido, y la multiplicidad de ayes y ohes, y el órgano de Bach va y viene, va y viene, tan dulce viene, tan dulce va.
Para Bach, la sed cabe en el cuenco exacto y otros no miran dentro del pequeño cielo de Bach porque no quieren corromper la dicha del dichoso envuelto en ese un harapo deslumbrante de Dios. La melodía barroca del sexo de Bach constituye un gran tramado de jornadas extirpadas de acá y llevadas allá, donde la conservación de especie humana o musical pasa a ser superada.
Siendo la música que transforma la ciudad en limbo, Bach no alcanza nunca una existencia por completo terrena: primero con las quimeras, luego con la torsión y después el movimiento, el ritmo, la melodía obstinadamente marcada por el bajo. Es cierto que adentro de la alumna crecen frutos, pomas rosas, celestes, verdes y un goterón de miel. Pero otro es el caso cuando toma contacto con el órgano de Bach que va tan dulce y tan dulce viene y cómo se para el órgano de Bach para mirar en medio de la precipitación que se avecina. En el periplo de la felicidad bilingüe, el artista ejercita en modo magistral, sus lenguas. En el jardín que su hocico visita hay una flor temblorosa y obscena donde gobierna el estilo vertical del artista. Qué vertical y qué artista el sentido vertical del órgano de Bach que adentro y afuera acuna, menea, asciende.
Oceánica la producción y el clavicordio. Sarabandas, minués, etcéteras, tienen un encanto como para animar a sobresalir a cualquier alumna. Tan fáciles esos pequeños preludios. Cualquier alumna se pone de rodillas siguiendo el orden cromático de la escuela de Do mayor a Si menor, con todas las fugas claves bien temperadas del clavecín, y ejecuta.
Y el clave bien temperado de Bach pone en vilo todos los acordes de la alumna desnuda y blanca como una rana lunar que abre las piernas, clamorosa, para utilidad y uso del maestro, que se complace con esa variedad comestible de flor que vive atenta a los plácidos dioses de la felicidad.
La armonía de los dos se despliega a través de acordes cifrados. Toda la fuerza difusa del sexo pasa de una orilla a otra con la verdad nocturna a salvo de lo ordinario. El maestro precipita los cambios dinámicos, súbitos, ya sea en forma de eco o en terraza o en dominio de la suite y de la habitación doble.
En otros músicos toda la verdad se condena a recoger y repetir a la altura del suelo sus cosechas. Luz calor todo blanco invisible. Encuentros de Johan Sebastian Bach y monumento. Con la alternancia de tiempos rápidos y lentos. Manos firmes, mentes laxas. Vientres juntos como cosidos. Lengua con lengua. Bach tiene esos primores de textura barroca tan polarizada resaltando las voces extremas, la melodía, y el bajo continuo. Abajo, abajo, continuamente abajo, donde se establece el sistema temperado, esa escala de doce sonidos, y los modos se reducen a mayor y menor. Música profana. Uso frecuente de acordes disonantes contra la monótona reproducción de días débiles. Sentido vertical. Rasgos acabados. Uñas rosas acabadas. Vello negro acabado. Ano florido acabado. Bach y el barroco mutante en la aventura singular del sexo en el otro sol.
Como la verdadera naturaleza se ha perdido, hay que inventar una sobre naturaleza. Cabe lo mismo para el amor que tan dulce va, tan dulce viene.
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