Sábado, 31 de octubre de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
EL SABOR DE LA AUDACIA
Lo atractivo del mundo es su incansable propósito de prodigarnos audaces maneras de contrarrestarlo. Nos da la diabetes, pero concede la insulina. Instaura las verdades, pero como excepciones. Ostenta la vulgata abstinente pero nos propone el salvoconducto del cuerpo y el lenguaje. Nos manda el esposo, pero nos regala el amante. Crea al que escribe pero nos concede el lector. Establece a Dios pero nos redime con el poeta. Nos impone la prosa y nos otorga a Mallarmé. Vende novelas y nos inspira minificción. Nos ata la esposa, pero nos libera con la amante.
El mundo sabe que por sí solo no va a ninguna parte. Por eso está pendiente de resplandores extraordinarios: nos da el acontecimiento contra el estado de cosas; la libertad contra la naturaleza; la literatura contra la historia; el amor contra la familia; la noche contra el insomnio.
EL SABOR DEL NOMBRE
Entonces, en sueños él murmuró el Nombre suave, tan delgado que pudo eludir el cíclico argumento de lo imposible, pudo franquear el oleaje púrpura de la noche, pudo atravesar la memoria, penetrar la maraña de silencio hasta despertar al Nombre que salió del letargo y atravesó paredes, eludió semáforos y precauciones, subió al ascensor, rasgó sin ruido el pollerón negro de la amargura y penetró sin ruido dentro del volar del cuerpo donde anidan los sobresaltos.
EL SABOR DE LA CICUTA
Entre veinte cerros nevados, lo único que se movía era el ojo de un ave. Luego del sorbo último, el bebedor sentenció ?un gallo para Esculapio?, y en todos los gallineros del mundo sobrevino un estado de extrema lucidez y fragilidad. Un diálogo de ecos acompañó el suave vaivén de las sombras. Ninguna vida pudo ser medida con la vara de otra vida. La realidad proterva habló por boca del gallo que ignoraba el banquete que vendría después.
EL SABOR DE BADIOU
En cambio, pensemos en la rueda y otros episodios venideros. Ya deshojada el alma del primer hombre, pensemos en el ágora de Pericles: dos creaciones absolutas. Amarillos trances del sol ante el sol solo. Luego pensemos en ideas y amantes que no dormitan en sueños separados. En el anhelo rapsoda que entreteje criaturas en travesía. Pensemos en ese poeta reacio a la astenia, al retraimiento en la familia, al consumo infinito y tendremos algo más que el cotidiano resumen de cenizas.
EL SABOR DE ORION
Ritmando lunas con tempestades, vemos surgir mundos singulares según quien los viva o los imagine. Y aunque el tiempo prometa la primordial devoración de lo infinito siempre va a surgir el instante proteico de la inminencia. Y eso no es todo. Otras pequeñas obras maestras fulguran bajo el sinfónico rayo de Orión, como es el caso de esos dos organismos ardientes que tienen un papel muy breve en la pantomima del verano. Un hombre y una mujer son uno. Un hombre, una mujer y Orión son uno, antes y después del verano.
EL SABOR DE LA PALABRA VIVA
En más de un sentido mi amante, con sus momentos intensivos, encanta al mundo. Y no me refiero a que eleva la ironía hasta el pleonasmo cuando reescribe en su vida cotidiana a Valery con El cementerio marino.
Al despertar cada mañana en compañía del miedo, trata de ver algo de poética a su alrededor y repite para sí mismo, con el corazón y sexo en la mano: ?¡No, no! ¡De pie! Corramos hacia la ola saltarina, viva.? Y pone toda su esperanza en la palabra viva.
EL SABOR DE OCTUBRE
La potencia máxima del sol de octubre es un tipo de vigor análogo al brío de los sujetos amoroso. Tanto éstos como aquel remiten al entusiasmo por una genitalidad que no reniega del encanto y la felicidad existencial del gozo.
A punto de alzar vuelo, el mirlo sabe que no hay ascenso sin arpegio ni derrame. Y cuando el viento desnuda las resumidas horas, el rayo de octubre augura la ceremonia frontal de los que beben y son bebidos. De los que azulan y son azulados.
Influidos por las minorías poderosas y radiantes de los amados, los amantes vierten belleza sobre todos los crímenes del hambre. Y octubre disemina la esférica extensión de un sol espléndido en la porfía amorosa del banquete sin fin que tiene por destino ser escritura levitante.
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