Lunes, 4 de enero de 2010 | Hoy
Por Sonia Catela
Lo buscan con una invitación de almuerzo para no tener que matarlo. Lo encerrarán en el sótano de Sastre a fin de que el Tercer cuerpo de ejército ponga en marcha la sublevación sin ese tremendo obstáculo que es Ivanoski; más tarde, cuando lo conviertan en vencido, quién sabe; sobran los que querrán ajustar cuentas y ejecutarlo, pero no en este momento. Entonces, atraerlo hacia la casa, maniatarlo y enterrarlo debajo de los acontecimientos, lejos de las decisiones, embutido en el sótano.
"Ya sale, apúrense, vayan", ordena el que da las órdenes y envuelve con un paquete de miradas al general Ivanoski emergiendo de la iglesia de Mercedes luego de la misa en honor de la virgen patrona, general que se frota las sienes, se sujeta sin eficacia los martillazos de la cabeza, su desmesura, el haber bebido demasiado la noche anterior, general que atraviesa la calle en diagonal y cuando se le interpone el pelotón de uniformados, devuelve la venia a los militares encargados de conducirlo a las viandas que acabarán con su aprisionamiento. Escucha la oferta de agasajo, palmea al cabecilla de los comedidos, "no puedo, señores, en otra ocasión, quizá mañana"; agrega alguna gentileza mientras desde la vereda próxima el que da las órdenes, Arredondo, gesticula: "insístanle o habrá que llevarlo a su funeral en lugar de un almuerzo", pero el general Ivanoski se sacude el abrojo del convite, anoche se ha pasado de botellas y sólo quiere echarse a dormir y que esa catarata de malestar halle un cauce, se vierta y aleje en orines, "no nos desaire, general", lo toma del brazo con cautela uno de sus subordinados, "lo queremos con nosotros, con todo respeto", subraya Viñales; Ivanoski se espanta las nubes moradas que flotan a su alrededor, "en fin, rechazar esta amable insistencia sería una falta de urbanidad de mi parte, señores. De acuerdo entonces; nos encontramos hoy en lo de Sastre a las dos de la tarde", pero antes hará la siesta, reposará; se desase Ivanovsky de las amabilidades de los que conspiran y busca la fachada de su vivienda. Se mete en la cama. No escucha los campanazos de la una.
En el comedor de Sastre se ponen mantel blanco y copas de vidrio, tenedores y cucharas de postre, botellones. No se presta atención a la comida, se planea el cachiporrazo (a cargo de Martínez), la atadura, el bajarlo por la escalera, nada de palizas ni abusos, lo queremos intacto.
Arredondo corre las cortinillas de la ventana espiando al general que a las dos no se acerca, a las dos y treinta tampoco, ¿ha de ignorarlos? Marcha al telégrafo, acuerda una comunicación de importancia con la capital federal; luego resolverá. "¿Llegó ya Ivanoski?" urge al camarada que aparece corriendo en la oficina. "Todavía no. Me mandan por eso, para ver qué hacemos". "Esperá", lo sosiega. Allá, en Buenos Aires, se juega su suerte y la del general al que se aguarda para almuerzo o muerte. Como cabeza de la conspiración, Arredondo se oculta, se presenta como Ivanoski en el ida y vuelta que mantiene con el presidente de la república.
Recibe la sorpresa de otras cartas invertidas: "Va a haber una revolución", le revela el presidente a Arredondo, "cuídese de Arredondo" le ordena a Arredondo quien calza la identidad del leal Ivanoski, "¿Y con Arredondo qué hago?" inquiere Arredondo, "métale cepo, mándelo al paredón a ese traidor", indica el comandante en jefe.
Recoge las monedas que le tira la suerte. Lo han descubierto.
Llega volando a la casa del convite, el invitado los desprecia con su ausencia. Alguien fisgonea dónde anda el general; éste se ha acostado y sigue de largo, no se levantó para acudir a la cita.
Duerme; entonces, muerte.
Se golpea la puerta del dormitorio de aquel que descansa su borrachera, el durmiente se yergue, olvidado de la comida, se lo amenaza y se viola el límite de la puerta de la alcoba, se tiran algunos tiros al azar, se sale rápidamente del cuarto, se traba el picaporte para que la puerta cerrada quede cerrada, y es oírlo al general Ivanoski gritando desde adentro "no me rindo, no me rindo" y sus pechazos para salir; se hace la seña y que todos disparen a la vez a través de la tabla, se fusila al cuerpo dentro de su féretro de machimbre, caen las gotas rojas de esos "no me rindo", que lubrican, aceitan las ruedas del Tercer cuerpo de ejército a medida que éste echa a rodar el mecanismo que pone en marcha el golpe de Estado. Hay que decir algo, Arredondo vocifera un "por la patria" que se escucha debajo de los "no me rindo" del hombre atrapado en la encerrona. Pero aunque el general Ivanoski no se dé por vencido, el Tercero del Ejército termina de desplegarse, avanza en su sedición y deja atrás el cuerpo muerto de quien no acaba, no acabará de rendirse.
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El texto anterior narra el fusilamento acaecido durante la revolución de 1874. Auténticas la conversación de Arredondo con el presidente (Sarmiento) y la ejecución del general Teófilo Ivanoski. Lo testimonió un general contemporáneo, Ignacio Fotheringahm, autor de La vida de un soldado.
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