Domingo, 28 de febrero de 2010 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Creo que la obtención del premio Nobel de Literatura no fue el mayor de los reconocimientos alcanzados por William Faulkner. Cuando lo ganó ya se sabía, al menos algunos lo sabían, que era uno de los más formidables escritores del siglo veinte. La lección del maestro estaba más allá de haber obtenido ese curioso premio que reparte aciertos con errores descomunales. Saber de la admiración sin reparo que le tenían Juan Carlos Onetti y García Márquez, es otro tipo de premio a contabilizar. Y si la lectura de su obra se comienza, digamos, por Las palmeras salvajes traducida por Borges, no sólo aprenderá de Faulkner sino que descubrirá de qué manera era el sistema de traducir de Borges, que sin traicionar al autor, podía llegar hasta enriquecer su texto. Era Borges quien decía que él ímpetu alucinatorio de Faulkner suele ser no indigno de Shakesperare.
Leerlo sería muy necesario por los más jóvenes pues de esa manera no verían demasiadas novedades, originalidades, donde no las hay. Y comprender que ser original tiene que ver poco con la literatura. Además, por mi parte, lector voraz pero profano, uno puede releer a Faulkner y volver a quedar sin salir de algunos laberintos que nos presenta. Alguna vez, hace tiempo y a lo lejos, conversé con Jorge Riestra sobre las páginas iniciales de Absalón, Absalón. En este caso la autora de la traducción hablaba de esos largos paréntesis que abarcan varios párrafos o páginas y empiezan y acaban en las formas más impensadas. Así es el mundo de Faulkner. Uno puede leer sus relatos sin cansancio alguno y, claro, tiene sus preferencias: "Una rosa para Emily", "Humo", "Con cautela y diligencia".
Pero hablemos ahora de esa pequeña victoria póstuma de Faulkner de la que han dado cuenta algunos diarios. No todos, solamente algunos. Hacia 1950, el creador del mítico condado de Yoknapatawpha hizo una campaña para que en la localidad de Oxford, condado de la Unión, Mississippi, se pudiera vender cerveza públicamente, lo que estaba prohibido. Como comenta El País: "Ahora, por fin, por un 54 por ciento frente al 46 por ciento, los seres humanos de normal desarrollo intelectual han conseguido poner freno al puritano disparate".
La cabeza visible, el comandante en jefe de los abstemios, un pastor calvinista, achaca que muchos de sus feligreses han dejado de ser abstemios y han votado a favor del desenfreno cervecero. Una aclaración o quizá dos me parecen necesarias. La primera es que quien escribe estas líneas, está lejos de ser abstemio y mucho más lejos aún de todo pensamiento puritano, esos que llevan encima tanta ponzoña. Pero debe confesar que nunca le gustó la cerveza y que comprendió, cuando la probó, que la cerveza y él, nunca tendrían nada que ver. La otra es que Faulkner ha vencido en Oxford, pero todavía en un tercio de los condados de ese estado se mantenga la prohibición en vigor. Toda prohibición me ofende. Como la censura. Sobre todo porque aquello que sí debería sacarse de circulación es lo que sigue circulando. Lo que se censura o se prohíbe es lo más fácil, aquello que debería corresponder a una decisión individual y no a una cuestión del estado.
Es probable que la cerveza tomada en abundancia sea nociva; es posible que el cigarrillo, el cigarro, la pipa, sean malos para nuestra salud. Pero una gran mayoría lo sabe, por lo cual ni se toma ni se fuma desconociendo sus consecuencias. Sin embargo hay más muertos por accidentes automovilísticos y nadie toma medidas serias al respecto. Los intereses en juego son demasiados altos para que se haga algo al respecto. Prohibir la cerveza es algo simple, no dejar fumar lo mismo, es sencillo, pero pienso que ambas cosas son un ataque a la libertad individual. Se me ocurre pensar que Sartre, se encuentre donde se encuentre, inicie una campaña a favor del cigarrillo, Churchill a favor de los cigarros de hoja y Raymond Chandler de la pipa.
Por otra parte, los sistemas sociales que predominan en el mundo son perversos, lo cual es el origen de tanta delincuencia, de tantos hechos de crueldad inusitada de los cuales tenemos noticias todos los días. Las diferencias entre aquellos que tienen más (que en realidad son siempre los que tuvieron más) y los que tienen menos o no tienen nada o tan solo el difícil oficio de sobrevivir, se hace día a día cada vez más abismal. ¿Se hace algo para poner fin a tal situación? Sí, se hace algo: se miente todos los días o lo que resulta más grave es que se dicen verdades a medias, tan peligrosas. Vivimos rodeados de los cultores infames del hecho consumado; somos objeto de una constante falsificación de los hechos históricos. Que se deje tomar cerveza o se deje fumar no resolverá nada, pero tal vez sean cosas menos graves que matar a quemarropa o quemar a una mujer durante una pelea. Además, sobre todo en algunos países como Estados Unidos, hace desastres la nociva influencia del puritanismo y del calvinismo. Puritanismo y calvinismo que al parecer nada tiene que ver con guerras interminables, con actitudes de odio contradictorias con aquel que fundó el cristianismo en nombre de actitudes hoy olvidadas.
Si en las otras religiones monoteístas existen algunas prohibiciones que llaman la atención, ellas no contradicen el pensamiento de quienes las fundaron. En cambio el cristianismo tuvo en las palabras de Cristo aquello que sí es traicionado, y no sólo por los puritanos o los calvinistas. Fue por eso, bueno es recordarlo una vez más, que alguien como Jaques Maritain, se opuso con fuerza a la presunta cruzada franquista. Qué matara si había elegido la guerra, pero que no lo hiciera en nombre del cristianismo pues era una blasfemia. Me gustaría, no prohibir, que se evitara que todavía haya quienes se alimentan de los sofisticados contenedores de basura; que haya tantos "pibes" que para limpiar los vidrios de los autos cuando estos se paran en un semáforo ponen en riesgo su propia seguridad. Como dije, eso no puede ser prohibido por la sencilla razón de que si lo prohíben habrá muchos que se quedarán sin comer. Mejor que las cosas sigan como hasta ahora porque atreverse a un cambio sería pagar un precio muy alto por hacerlo.
Mientras tanto, los austeros, abstemios y castos señores del poder en casi todas las naciones del mundo, hacen gala de todo lo contrario y viven en ese status tan desagradable que pregonan las revistas a todo color para aquellos que pueden acceder a esas cosas, desdeñables en sí, pero que terminan siendo deseadas por aquellos que tan sólo pueden comprarse un familiar de mortadela y no eso que las revistas pregonan y algunos programas de televisión nos dicen que todo eso es para vivir mejor, para lograr una felicidad que de ninguna manera se consigue de esa forma efímera y trivial. Y en el caso de ciertos programas de TV, proclamadas desde una profunda estupidez de la que parece no tener cura.
En el mismo número del diario donde leemos lo de Faulkner se hace el elogio de la prensa impresa. Su autor es Gustavo Martín Garzo. Es para leer. Un pequeño fragmento: "Pues un periódico es antes que nada un espacio moral, un espacio de responsabilidad y compromiso. Y, para lograrlo, el periodista se sirve del más delicado de los instrumentos, las palabras". Hace más de cincuenta años que hacemos periodismo pero no sabemos si en algún momento miramos el mundo con tanta tristeza como la de Gregorio Samsa transformado en un monstruso insecto.
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