Miércoles, 3 de marzo de 2010 | Hoy
Por Eugenio Previgliano*
Me uní dice al primer grupo de observadores de ovnis el año 1972, cuando iba todavía al Politécnico y desde entonces agrega no he dejado de un día de investigar estas cuestiones.
Yo lo escucho, miro el mar, aseguro mi paso y veo las plantas de hojas grandes que se levantan en la ladera donde enseguida empezaremos a subir, pero él sigue hablando
Cuando estuve en Nueva York cuenta en el año ochenta, quise bajar por el ascensor del Midtown Manhattan pero no hubo nadie que quisiera señalármelo y la policía me impidió seguir mi camino agrega con un leve tono de decepción .
A pesar de que su monólogo viene contando de cuestiones subterráneas, lo que más llama mi atención durante esta caminata es que el paisaje medio selvático de la mata atlántica brasilera a veces se confunde con el de la zona seca, con el sertao: unos arbustos de caatinga pinchuda aparecen entre las plantas de hojas grandes, algún deslizamiento de tierra arcillosa entre las rocas peladas recuerda la sequedad del sertao, de vez en cuando una mirada dirigida al mar desde lo alto permite pensar en las películas de Glauber Rocha y ciertas veces se puede, sin embargo, evocar la memoria de Virgulino Ferreira da Silva, que desde los veinticinco años en adelante se convirtió en Lampiao, un bandido legendario que asoló varios estados durante muchos años a principios del siglo XX.
Anduve sigue diciendo caminando por todo Manhattan en la búsqueda del ascensor, aunque donde sí pude ver pruebas palmarias es en una reunión de observadores de ovnis que hicimos en Ponta Grossa, donde hay varias entradas, y las visitamos, y yo te digo dice que para mí fue una experiencia extraordinaria.
Yo lo oigo hablar sobre entradas y túneles, pero no puedo apartar mi mirada del mar mientras vamos subiendo por unas rocas antiquísimas que afloran a causa de la deriva de los continentes en cuyas anfractuosidades se acumulan detritos de todo tipo tapizados de una vegetación al principio rala, que poco a poco se va haciendo más tupida a medida que subimos. Más alto estamos, más lejos vemos, y no sólo los techos colorados de las tejas del pueblo sino más allá los palmares, los coqueiros verdes y la playa, cada vez más raleada de gente hasta llegar a una parte de playa donde no se ve a nadie.
Muchas entradas dice están en lo alto de montañas de difícil acceso, es el caso de Mount Hayes en Alaska, de Mont Perdu en los Pirineos entre Andorra y Francia, o de monte Inyangani en Zimbawe, Rhodesia explica pero otras están casi en la costa como las de Gaspar, acá nomás, en Santa Catarina, dice señalando a ningún lado no muy lejos de Blumenau y de Camboriú.
Yo lo escucho decir estas cosas cada vez más difíciles de creer pero no puedo apartarme del recuerdo de María Bonita, quien una vez fue la esposa del zapatero en un pueblo del sertao y supo aprovechar una ocasión en que estaba esperando transporte a la vera del camino después de una fuerte discusión con su marido y con su consentimiento, Lampiao, que pasó a caballo en ese momento, la raptó y desde entonces y por muchos años fue su compañera de andadas, su mujer y su socia, participando tal vez en más de doscientos combates contra fuerzas regulares e irregulares, dedicándose junto a él al saqueo de notables tesoros cuyos restos derramaban entre la gente común y a una vida de aventuras donde dicen no faltó poesía ni música nordestina.
Yo te digo retoma que éste es un lugar muy singular me agrega porque en esta justa parte es que se partió el mundo y se quedó allá el Africa y acá América. Hay un lugar me aclara donde está la roca que se partió en dos pedazos y una se quedó en el africa y otra se movió al Oeste para constituir este continente y los ovnis me dice deben tener seguramente una base subterránea en un lugar tan singular como éste.
Yo lo escucho seguir diciendo estas cosas pero no puedo dejar de distraerme cuando llegamos a la parte más alta, a la sombra de unas plantas de grandes hojas, y puedo ver desde ahí la ensenada abajo, los restos del fuerte en una explanada alta y la casa del farolero ya en ruinas en una parte muy visible desde el mar.
Bajemos dice hasta esa parte donde la roca quiebra hacia el mar y veamos propone si no hay una entrada a las cavernas base de los extraterrestres; sería una confirmación de lo que el vidente Atwater predijo hace como cuarenta años.
Yo lo miro de una mirada furtiva, callo, y siento bajo mis pies lo duro de la roca que se extiende por todo el sólido macizo que sostiente al continente, recuerdo entonces las fotos que he visto de la caleta, una playa rodeada de acantilados donde hay mesas y sirven cerveza helada, me imagino los barcos anclados al refugio, pero finalmente le contesto; "bajemos" y a él se le hace una sonrisa enorme tal vez brotada de su imaginación, quizás movida por los espíritus extraterrestes, o en una de esas inspirada por los fantasmas de Lampiao y María Bonita, galopando a los tiros por el desierto seco en un amor de eternidad que nadie podrá nunca dejar de lado al pensar en estas rocas.
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