CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
I.
Uno de nosotros es la pata de la silla que se escapa para vivir su vida. El resto del mobiliario lo condena: dice que destruyó el asiento tan necesario para que el mundo descanse de su propia nulidad. Pero la silla no ha dejado de ser silla, sino que es silla de tres patas. La pata que quiere vivir su vida, ha decidido no sostener más el pesado trasero del mundo. Todo aquel que se siente sobre la butaca de tres patas caerá, se fracturará el tronco y las monedas se le caerán de los bolsillos. Uno de nosotros sentirá el alivio de no formar parte ya de ese living tapizado de gris oscuro.
II.
Este cielo me desmiente, me obliga a recordar al inocente amado fugitivo que se recostó más allá de cualquier zona prohibida en la arena roja de mi alma.
III.
Una de nosotras raramente ve alguna cosa sin experimentar ese sentimiento tan especial de haber sido alguna vez lo mirado. Pero las experiencias no le sirven para nada, esa es la razón por la cual a una de nosotras le gustan tanto las pinturas de Matisse.
IV.
Hay un espejo donde sabios animales nostálgicos visitan nuestra flamante transparencia de cuerpos calientes, doblados en una hoja nervada, donde los amantes comen lentamente su corazón de medianoche hasta pulverizarse el sexo.
V.
Uno de nosotros ha de volver con sus huesos a la memoria del cuerpo y dejará que su crepúsculo esté lleno de sudores. La noche temblará llena de contentos. Nada de fotos íntimas en la portada del diario. Uno de nosotros cree que debieran estar prohibidas las noticias y entrega a la señora de al lado sus ahorros y su sangre. El alma humana es una bomba de tiempo. Pero en tanto haya carne viva de uno de nosotros para que la señora de al lado camine sobre el sangrado parquet y pague los impuestos, habrá paz en el living de su casa aunque no haya amor en el mundo.
VI.
Doblemente iluminado ciega sus miembros con ensalmos de luz. Dice que abolirá la mañana ostentosa. Dice que las colosales intimidades lo abrigan de las hogueras frías de sus noches. Dice que se ahogó, como Sansón, en un rodete de su propio pelo. Dice que como una reina loca aulló desnudo y solo. Dice que su fornicación de misántropo esposo no le trae ninguna gestación humana. Dice que ya no es un espejo incendiado. Dice que sobre sus hilos rígidos se duerme y se llora en sus propios funerales.
VII.
Una de nosotras podría morirse de una vez, pero como siempre pasa, una de nosotras juzga que merece una vida nueva y no obstante, una de nosotras no hace más que meter la pata y conducir la nueva vida hacia la más deslumbrada perdición.
VIII.
En sus horas profanas de bestia eternamente anónima, ejerce el oficio de sonámbulo y de transparente. Desacostumbrado ya del aleteo que para su orgullo lo llevaba a sucumbir como un hombre, apenas si logra rememorar aquellos momentos en que gozó a la luna tanto como quiso.
IX.
Uno de nosotros dijo vos y yo pero se refería a un silencio perfecto. Qué broma cuando uno de nosotros dice vos y yo, pero nunca se decide a hacerse hombre. Uno de nosotros tiene que ser sutil, tiene que reservarse los calificativos porque de lo contrario uno de nosotros sería tan ínfimo que ni siquiera podría emparentarse con el último aullido del último lobo.
X.
Alguien lo come y lo bebe. Alguien es fiel a un lecho malo en la noche buena. Alguien es el oceánico amante solitario. Alguien tiene miedo de ser el animal liberado del laberinto. Alguien trata de despertar sus atontados sentidos. Alguien no quiere ver que la estrella lo aguarda solitaria y móvil. Alguien es un barco que parte de sí llevándolo dormido. Alguien está a punto de entrar por el umbral de la noche que cae sin nombres.
XI.
Una de nosotras acepta trocarse siempre en animal que duerme en el país del viento, y no habla. No es abortadora de silencios, ni de niños, ni de esperanzas. Una de nosotras desapareció con entusiasmo. Y cuando todo ya andaba dorándose al sol, se le ocurrió pensar que la otra era una oveja encapuchada que da órdenes al carnero del rebaño. Aún antes de pensar esto, una de nosotras, como quien no quiere la cosa, desapareció con entusiasmo.
XII.
No entres dócilmente en mi memoria. Estos recuerdos como piedras preciosas, como huesos que brillan en la oscuridad, tienen que dejar de ensartarme relámpagos, tienen que dejarme dormir dentro del cerebro de las flores pequeñas.
XIII.
Uno de nosotros está parado sobre un mundo paralelo. Que el otro, pues, lance un suspiro de alivio. También hubiera podido ser que uno de nosotros fuera un sonámbulo en pleno día. Eso explicaría por qué uno de nosotros no ve que la jornada es un campo de maniobras donde los hombres aprenden a estar muertos. Uno de nosotros está parado sobre su propia amargura. ¿Qué puede hacer el otro? ¿Pompones de urutaú? Uno de nosotros es blando, más blando que el agua blanda y tiene un corazón de oro, una libación de oro, un galope de oro, un chorreo de oro. Uno de nosotros no leyó a Krishnamurti o bien lo leyó pero lo ha olvidado, o bien lo ejercita con matices raros. Para uno de nosotros no hay espíritu más bello que un cuerpo desnudo.
XIV.
Por un minuto caerá la lluvia y borrará los pesares conyugales. Ya que la luz relampagueó primero en la tormenta, estás a tiempo de cuidarte de la sed y del silencio. A tiempo de ver la tristeza de lo que no nace. Por un minuto tu hebra de agua, tu estrella polar, te traerá la memoria de la puntual amazona iluminada por un sol de tu propio mundo. Por un minuto tirarás de los rayos y distinguirás un enemigo entre muchos.
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