Domingo, 11 de abril de 2010 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Hace ya tiempo, un entrañable amigo, ya muerto, me trajo de un viaje a Nueva York, una bella edición de los "Last Poems" de A.E. Housman. Un volumen pequeño editado por The Richard Pres, 5 Royal Opera Arcade, Pall Mall. Escribimos sobre este libro, de tapas duras, de tipografía chica, aún cuando posiblemente no tan chica como la de Juan L. Ortiz. Un libro de bolsillo, pero totalmente diferente a todos los otros libros de bolsillo que conozco. Tal vez un poco más pequeños que los Penguin que creo que nacieron hacia 1934. No tan grandes, dentro de lo pequeño, de los libros que formaban la colección "La pajarita de papel", cuya primera edición fue "La metamorfosis" en 1943. Y un poco más grande que esas ediciones que hizo "Sur" hacia mediados de los cincuenta, "El verano" de Camus (1954), por ejemplo.
Me agradan particularmente los poemas de Housman (1859 1936), que escribió poca poesía. Se hizo famoso como el humanista de su tiempo y sobre todo por sus polémicas, que alguien ha calificado como ardientes. Era pesimista, homosexual reprimido, ateo, tímido, reservado, dotado para el afecto y la amistad. Sostenía que la poesía, tanto al componerla como al reconocerla, la emoción que eso hacía sentir era sobre todo algo físico que guarda poca relación con el "sentido" del poema.
Con respecto a muchos poemas uno cree que puede tener razón, no tan sólo en poemas por él escritos sino de otros autores. Su "Epitafio para un ejército de mercenarios" es un bello poema: "Estos, en aquel día que se caía el cielo / la hora en que los cimientos de la tierra escapaban, / siguieron su ejercida vocación mercenaria / recibieron su paga, y están ahora todos muerto. / Sus hombres sostuvieron el firmamento en alto; / por no huir, los cimientos de la tierra perduran; / lo que abandonó Dios, lo defendieron ellos, / y salvaron la suma de todo por dinero". Housman tenía, además, un particular concepto sobre las leyes. "Las leyes de Dios y las leyes humanas: que las respete quien quiera y pueda. Yo, no. Que Dios y los hombres establezcan leyes para ellos y no para mí". Y si "mis acciones no son como la de ellos, que se preocupen de sus propios asuntos. A sus actos los juzgo y repruebo con fuerza. ¿Cuándo les he dictado por mi parte leyes?".
He recordado a Housman por la lectura, un día de estos, de varios diarios y la visión de algunos programas informativos de la televisión. No tengo la menor idea, pero si la sospecha, que deben ignorar a Housman de manera cabal. Sin embargo podrían conocerlo porque suele ser recurrente el tema de las leyes, tanto las de Dios como las de los hombres, y no solamente se pone en evidencia una obstinación digna de elogio en no conocerlas sino el deseo muchas veces expuesto de que muchas de esas leyes deben ser cambiadas. Un panorama de lo que ocurre en el mundo en general muestra que con pocas excepciones se pone en evidencia que tanto de parte de los poderes como de quienes comentan sus actos no parecen tener muy en claro que significan las leyes dentro de un sistema democrático y republicano y por qué las mismas se supone deben ser cumplidas.
Salvo los especialistas, a quienes de vez en cuando se consultan y en ocasiones no se ponen de acuerdo en lo elemental, le ley, en general, se parece a un pelota de foot ball (o de fútbol, o de fobal, como se quiera, ya que se trata de un juego en vías de extinción) donde veinte y dos individuos hacen lo que les antoja, menos jugar al deporte que deberían jugar, dirigidos por alguien que aplica las leyes de tal juego como a él se le antoja demostrando una verdadera imaginación. Borges lo describiría mejor, claro, y ya lo hizo en su oportunidad o en varias oportunidades.
¿Qué relación es la que observo entre Housman, Borges, el fútbol y la política? Se trata de una mera iluminación, o una epifanía o un satori, si el lector lo desea, eso que se hace patente en nuestra mente después que alguien nos propina una cachetada o nos pegunta como es qué suena un aplauso de una mano sola. Algunas descabelladas declaraciones hechas creo que en Italia o en Francia, de ninguna manera en nuestro país, acerca de ciertas cosas que parecen pertenecer al nuevo estilo político, me recordaron una de las viejas crónicas de Honorio Bustos Domecq, nacido en Pujato y más conocido por sus relatos policiales, tan bien comentados por Ernesto Sábato, en una de las cuales (me refiero a las crónicas) nos descubría el secreto que hasta aún hoy se mantiene sin que nadie lo sepa a ciencia cierta pero muchos ya hayan comenzado a sospecharlo, que el último partido de fútbol que se jugó en la Argentina fue el 24 de junio de 1937. A partir de ese momento todo sucede de otra manera. El que le cuenta a Bustos Domecq lo que pasa le explica: No hay score, ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. La falsa excitación de los locutores ¿nunca le llegó a maliciar que todo es patraña?. Desde aquel histórico 24 de junio de 1937, desde ese preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.
El paso de la inexistencia del fútbol a pensar, cómo en una obsesión, en la existencia real de la política era también fruto de lo que leíamos en los diarios, veíamos por la televisión o escuchábamos por radio, era lo que pasaba en realidad, no las circunstancias políticas de otrora. Las desopilantes declaraciones de políticos de tantas partes del mundo, los horrores con que matizaban el aburrimiento que tales declaraciones provocaban, la clara intención de falsificar pasados históricos inexistentes creando nuevas historias eran pura imaginación de quienes, venidos a menos, se ganaban la vida inventando semejantes dislates.
Es decir si el fútbol dejó de existir en junio de 1937 ¿cuándo fue que ocurrió un hecho político de trascendencia? ¿Cuándo hubo un debate político que mereciera ser recordado por las generaciones posteriores? Teníamos la impresión de ser un nuevo Bustos Domecq que recibía de alguien enterado que eso había ocurrido, pero era tan anciano quien nos hablaba que la fecha exacta de ese postrero acontecimiento era algo muy lejano.
¿Lo habíamos vivido por nuestra parte? ¿Lo habíamos vivido aquí o en las noticias que nos llegaban de otra parte del mundo? ¿O teníamos la impresión que esos hechos que habían cambiado la historia del hombre solamente lo podíamos encontrar en los libros de historia? Tal vez, y hasta lo pensábamos con cierto grado de optimismo, se trataba de que las cosas que ocurrían se parecían tanto a una pesadilla, que debíamos volver a creer en algo para poder seguir actuando, discutiendo, viviendo en paz en un mundo donde lo que se tuviera en cuenta fueran las ideas, los principios, el futuro de un hombre que no nos haga pensar en que su último destino será un abismo.
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