Sábado, 22 de mayo de 2010 | Hoy
Por Miriam Cairo
Las ocurrencias vienen del ocurrir aunque es difícil encasillarlas. Lo que ocurre debajo de la ducha, tiene múltiples orígenes. En esto, las ocurrencias, se parecen a los sueños. Son sus hermanas menores. Lapsus calami que sacan al transcurrir de sus casillas.
La desnudez y el agua son amigas del imprevisto. La desnudez y el agua se conjugan como hermanas no sanctas. Y es natural que esta fraternidad pos homérica prospere, porque bajo la ducha, los pezones se dilatan, se fortifican, se yerguen. Pero, aunque habitual, el acontecimiento no deja de ser nuevo. Yo sé que este tema no es muy importante. Todo lo contrario. Debe ser el último tema del mundo. Pero alguien debe ocuparse de las intrascendencias. Ya hay demasiados bedeles de epopeyas.
Mi retraso no habría sido suficiente. Como suele decirse, yo corría hacia atrás, iba hacia una prórroga que veía cada vez más lejos y hacía todo para demorar un poco más la llegada. Evidentemente una rosa no es una rosa desvelada como un hombre no es un hombre revelado. Pero lo que he estado a punto de decir, lo que todavía no he dicho, es que yo nunca fui ajena al tiempo derribado. Al camino reversible. A la rosa amotinada. A vivirme en palabras. Y aunque no he sido de aquellas que le tiran pájaros a las piedras, nunca fui ajena a la experiencia imposible.
Sin ir más lejos, por ejemplo, anoche, bajo la ducha, el ocurrir del jabón trajo a mi retina los pezones de las chicas que nos deleitan en los kioscos de revistas. Esto es algo de lo que quiero decir. Los pezones. Hice comparaciones porque sabido es que una ve un pezón e inmediatamente se refracta. A las pruebas me remito.
Para ilimitar la insuficiencia, nada mejor que negar la espalda a la rosa y ofrecerle la mirada. Bien es verdad que hay saltos y saltos. Rosas y rosas. Gustos y gustos. A mi atraso le gusta trepar por las laderas y por lo tanto, a mí también. Para desplegarse elige las pendientes más empinadas. Y no sé si hay algo sexual en esto. Todo, gracias a la flexión de las rodillas que resulta siempre encantadora.
Para salirme de las casillas, se me ocurrió medir mis pústulas salaces. Tema menor, por supuesto, la ocurrencia. Ojalá que algo tan diminuto nunca deje de salir en las tapas de las revistas. Creo que esos botones de Dios, podrían ilustrar también el panorama político. A puro pezón las contratapas de los diarios.
Para poder gozar de la demora, de vez en cuando me ayudo con un espejito redondo. Si multiplico los rodeos y las contorsiones es porque desde siempre he intuido un horizonte. El hecho es que, en el espejo, aparece con bastante frecuencia la rosa amotinada. Ella es yo. Yo soy ella.
Distinto sería exhibir el grandilocuente cogollo de los hombres. Eso sí sería un gran tema. Sería un tema grosso. Habría que tomar medidas. Tremendas medidas, aunque el tamaño no importe. No se puede mostrar el tamaño de un hombre por ínfimo que sea. Los hombres tienen prohibido exhibir el brote romo para no producir felicidades descontroladas.
Qué es una rosa amotinada: una existencia que duda de sí misma. Un sorbo de sexo en una taza de café. La rosa insurrecta es una especie de atraso originario, pero nada precede a esta respuesta. Es la cuestión más desnuda, la más desarmada, tratar de decir lo que no debe ser dicho. La rosa amordazada.
El atraso se deleita en la pendiente. Hablo de las consecuencias de la rosa. Del grifo. De los rodeos. Del éverets. En cuanto a la pintura, el arte de ocurrir señores aconteció poco y para siempre. Sólo hubo un Egon en la vida. Sé que siempre ando por territorios oscuros. A veces creo que no he hecho otra cosa más que confundir las cosas y caer por la pendiente.
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