Sábado, 11 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Miriam Cairo
"Si se cubre a la mujer es porque la mujer no
se puede descubrir. Hay que inventarla."
J.A. Miller
Pero, ¿qué es ser una mujer? El pensamiento que guía a la ciencia puede confirmar el desarrollo de un bípedo envuelto en piel humana, con el mito de la castración entre las piernas. La gente disciplinada opina que es un fenómeno de la naturaleza (viril). En cambio, aquellos que tienen motivos ulteriores, sean las marsopas, los pájaros abatidos o los peces perfectamente intactos, enterados de todo cuanto ocurre con los semblantes, tampoco saben qué es una mujer, pero saben que no es aquello que las mujeres viriles acatan.
Una culona fluctuante ha salido del círculo de los errores y resoplando con cuernos de mamut toma una posición imposible. Expatriada de sus callejones sin salida, arranca la hoja del almanaque para echar una mirada al día siguiente. Esta vez no hay forma de ignorar que en el poetizar del poeta y en el errar de una culona se abre siempre un espacio cósmico o una puerta cualquiera.
Ella tiene una gran capacidad de transformación que nadie advierte. Cuántas veces ha imitado a la luna. Cuántas ha caminado con los pies de su sombra. Cuántas veces ha sido más azul que el lirio o tan jugosa como una manzana. Anoche, de regreso a su casa, de haberse visto, ella misma se hubiera confundido con la niebla. La personalidad de la bruma era tan espesa e invisible como una figura humana.
Al producirse las metamorfosis, le sobrevienen, siempre unos arabescos formados por una prolongación fina de palabras.
Los hombres son viriles. Al menos provisionalmente. Sobre todo cuando son jefes. Los hombres jefes son los más provisionalmente viriles. Lanzan una orden para la derecha, un dictamen para la izquierda, un hilo de baba para arriba, una mirada arisca para abajo. Son viriles los hombres con el as del poder bajo la manga. Usan zapatos de cocodrilos o perros destrozados. Siempre hay mortandad de peces a orillas de los ríos que frecuentan y un parloteo de mujeres viriles que baten palmas. A fin de tener el mayor peso posible en la balanza llena de baba, las mujeres viriles clavan el taco aguja en el dedo de la costurerita que da el mal paso.
Existe, en la culona oscilante, un vaivén entre el yo y el no yo, que a veces la hace desaparecer en las mil y una páginas de la noche. Fermentada en sus ungüentos admite que no tiene falo, y por lo mismo se encoge y se recoge repetidas veces en cualquier recoveco de la luna, para temor de unos y esperanza de otras.
Sus ilusiones siempre la han precedido. Abierta desde sus tuétanos se siente un pájaro que permanece tumbado todo el día y gime. Es posible que haya molido diez pastillas de Rivotril y las haya mezclado con jugo de frutilla. Esa somnolencia la hace sentir serena. Varias veces se despierta y se vuelve a dormir. Entre los pájaros tumbados, las arañas destejiendo sus telas y el agujero en la noche que tiembla, ella discierne el sabor de las frutillas.
Por las noches y por la mañana, es imposible que una culona pueda calibrar sus zonas erógenas. No sólo sus efusiones no son deliberadas sino que ni aun en retroceso son capaces de aniquilarse a sí mismas. Se trata de fuerzas muy misteriosas, provenientes incluso de las callejas de Pekín, del Lun Yu. Han sido hombres provisionalmente viriles los que han inculcado a la mujer viril, la falta. Pero una culona desenlazada se desprende de las ínfimas vidas puntiformes y hace que los señores y las señoras viriles retrocedan como el pánico.
No es para los hombres viriles que se ha escrito está página. Tampoco para las mujeres que tranquilizan a los hombres. Una página que no esté inclinada a desafiar a las páginas superiores nunca fomentará la rebelión. Esta se escribe para la mujer que se llena y se vacía como una palabra jamás pronunciada por la boca del mundo.
Toda la verdad sobre una culona quedará como un mito sobre el género humano y el hombre provisionalmente viril se arrastrará por siempre dentro de su propia ignorancia, hasta que no se atreva a dejar atrás su vida puntiforme. Todos los fenómenos específicos de las culonas son intangibles e invisibles en la dimensión viril de señores y señoras, pero existen. Y se reflejan, contra todo pronóstico, en el estado macho físico del mundo puntiforme.
"Inclinada sobre un libro, con el manto de lo prohibido en la cabeza, me he encogido todo lo posible. Los peces perfectamente intactos, son simplemente ideas para el insomnio. Tal vez haya metido la cabeza en el agujero equivocado. Tal vez esté dentro de una nuez. Esas pequeñas conmociones me sensibilizan. De día me confunde el mundo visible, de noche, el mundo invisible. En este aspecto siempre pienso en Pekín, en sus lejanas calles que me ponen en comunicación con todo lo que no he sido."
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