Dom 31.10.2010
rosario

CONTRATAPA

El dolor de los humildes

› Por Gary Vila Ortiz

Decía Montaigne que él prefería, sobre ciertos asuntos que no había vivido y otros sí habían tenido esa experiencia, la opinión de los más simples, de los más humildes a la de aquellos otros que podían ser más ricos en la expresión literaria, en un decir que acaso no pasará más allá de lo retórico. Ante la sorpresiva muerte de uno de los protagonistas esenciales de la vida política argentina del siglo XXI, nos ha pasado lo mismo que a Montaigne cuando se refería al testimonio de aquellos que hablaban del continente que había sido descubierto cercano a su tiempo. América era ese continente y de él hablaba el creador de los ensayos. Ahora, por razones de salud que me obligan a pasar el tiempo enclaustrado en el lugar dónde vivo, viví la noticia de la muerte de Néstor Kirchner a través de la televisión y en la lectura de los diarios que pude conseguir al día siguiente de ese hecho, dedicados casi de manera absoluta a esa muerte, la de un hombre joven en la plenitud de su acción política. No pongo en duda la sinceridad de quienes han hablado acerca de este triste suceso, tampoco la calidad literaria de la mayoría de los que he leído, pero nada me ha conmovido tanto como poder ver, por la televisión, la tristeza de gente más humilde, y escuchar sus expresiones mucho más directas en su lenguaje ajeno a cualquier tipo de retórica literaria.

El dolor de los más humildes, observando sus caras, prestando la atención que se debe a la parquedad de sus palabras, y por cierto con un profundo respeto, me pareció mucho más valiosa que todos los artículos que he leído en los siete diarios a que he pasado revista en esta ocasión. En el dolor de los más humildes no hay ningún tipo de pensamiento ajeno a la manifestación de algo que les ha dolido tan hondamente. Era sencillamente dolor, un dolor que nacía del profundo agradecimiento de quienes entendían que, quien los había dejado, era el hombre que les había posibilitado modificar gran parte de sus vidas. Alguien decía: "Ahora tengo trabajo y quienes me rodean también lo tienen. Vivo de otra manera a partir de lo que hizo quien ha muerto. Estoy aquí para despedirlo y decirle que nunca lo olvidaré". No manifestó ningún tipo de simpatía política ni hizo preguntas sobre el mañana. Esa persona estaba allí impulsada por el dolor que la muerte de Kirchner le había causado y en medio del dolor no hay preguntas, y si las hay, no están hechas para los otros seres humanos que de ninguna manera pueden contestarlas.

Todos los artículos que leí eran, lógicamente, polémicos y más que expresar el dolor simplemente, expresaban de una u otra manera, su retrato del político muerto, sus preocupaciones con el futuro del país sin él, algunas reservas con relación a tal o cual otra cosa. Incluso en algunos abundan adjetivos calificativos de dudosa aplicación en un momento como el vivido, en realidad como el que aún se vive, adjetivos como "hipócritas", "traidores" y otros más fuertes aún. Es cierto que se trata de una pérdida irreparable y que debemos pensar en lo que vendrá, pero creo que podría esperarse que se enterrara al que murió, aunque no se lo olvide, y de allí en adelante se comience a pensar, qué es aquello que los argentinos debemos hacer cuando su influencia no se sienta más de manera directa frente a acontecimientos que por cierto son imprevisibles.

El dolor de los humildes, en sus caras que rompían en llantos pudorosos de una evidente sinceridad, en la tristeza que los acaparaba, no había reflexión alguna pues cuando un dolor se siente de la manera que algunos evidenciaban sentirla, no existe otra cosa en ese ser que la angustia, los gestos y las palabras que dicta ese dolor. Y a veces el absoluto silencio, que suele tener más peso que las palabras, al menos en ciertas circunstancias. Un texto en el cual se expresen diferentes opiniones y posiblemente legítimas, puede ser motivo de polémicas. Una cara en la cual solamente se vean las formas de la tristeza es irrefutable. En esa cara se adivina que el tiempo se ha transformado en un presente absoluto, una sombra del pasado y nada acerca del futuro que tanto preocupa a los demás.

El genuino dolor no admite especulaciones de ningún tipo. Que nadie se las otorgue, pues sería una falta de respeto. Que eso pueda tener, más adelante, connotaciones políticas es previsible. En una democracia con seguridad debe tenerlas.

Es probable que los articulistas de los distintos diarios, cada uno con su bagaje de opiniones, deben opinar, deben adelantarse a lo que suponen puede ocurrir. Es así, pero sería interesante incluso como estudio periodístico, leer todo lo dedicado a Kirchner al día siguiente a su fallecimiento, dentro de un mes, aún cuando tal vez no haya que esperar tanto. Y ver de qué manera todo anticipo fue o no acertado. El juicio que se haga un día después de su muerte es, necesariamente, apresurado. Falta el tiempo necesario, ése que otorga la historia y no podemos ni tan siquiera vaticinar.

La cara del dolor seguirá siendo siempre la cara del dolor. Y entre esas caras, por cierto, la de Cristina Kirchner, quien expresaba esa tristeza tan honda de quien se despedía no sólo de un compañero en la militancia sino de la persona que amaba. Circunstancias como ésta ponen en evidencia que la soledad del ser humano, esa que todos llevamos encima, no puede ser eliminada ni aún por una multitud que quiere demostrar que se encuentra al lado de la persona que ha sido afectada. En este caso, solamente Cristina sabe qué es lo que fue experimentando mientras estaba recibiendo las condolencias de tantos: su cara, con sus anteojos negros, parecía tallada en piedra y sus gestos fueron los mínimos. Era evidente el esfuerzo que le costaba levantarse y saludar a parte de los que iban llegando, se abrazaba con mayor serenidad con aquellos que fueron llegando de otros países, pero su rostro, en un solo momento (al menos el que nosotros percibimos) apenas esbozó la sombra de una sonrisa.

Las otras expresiones de dolor, mostraban tristeza, sorpresa, una profunda congoja, padecían otro tipo de soledad. Aquellas que nos parecieron más desgarradoras eran aquellas que partían del anonimato y el hecho de estar ajenas a cualquier hecho protocolar, sobre todo esas presencias espontaneas que no fueron llevadas por nadie. El dolor no tolera organización alguna, pues en el mismo momento en que se lo organiza deja de ser dolor para transformarse en un acto de carácter político que puede ser analizado desde cualquier perspectiva.

Si se pregunta si esa presencia multitudinaria puede llevar a una lectura política, sin duda que sí, pero es ajena a la existencia del dolor. Se tratará de verla como una demostración de popularidad en relación a las elecciones del año que viene, si bien nadie puede prever qué es lo que puede ocurrir, de qué manera se moverán las piezas en el tablero y de qué forma ocurrirán esas cosas, como la muerte de Kirchner, que no dependen de la voluntad de los hombres.

Para el legítimo deseo de aquellos que han sufrido de manera exclusiva el dolor, no habrá, por lo menos hasta que pase el tiempo, ningún tipo de comentario sobre si esa expresión multitudinaria, y no solamente la de Plaza de Mayo, tendrá la misma proporción en el momento de elegir otra vez a quienes van a gobernarnos. En todo caso habrá un deseo que nadie los defraude y que cada vez más se les otorgue todo aquello a lo que tienen derecho a tener y no tienen.

Por otra parte ¿no será esta la oportunidad de lograr una unión que permite de una vez por toda una convivencia que mantenga las diferencias que pueda haber pero sin que se manifiesten el odio que siempre han mostrado a lo largo de la historia argentina? Esperemos que sí. Aunque para muchos se trataría de algo milagroso.

(Al escribir estas líneas, siento que comento una contradicción. El sólo acto de escribirlas. Es mi oficio hacerlas, pero tengo conciencia de que una gran fotografía de quienes sufrieron en verdad y sin palabras la muerte de Kirchner, las haría innecesarias. A lo sumo un comentario al margen de esas imágenes. Un anhelo que por una vez lleguemos a volver a tener el país que alguna vez tuvimos. Sin las injusticias que tuvo pero contra las cuales algunos pelearon con firmeza. Es desde el dolor de los otros, de aquellos que simplemente sufrieron, que surge este deseo de que eso ocurra. Tal vez lo merezcamos).

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