CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
Me acuerdo como si fuese hoy: era el día del censo y yo me había olvidado que no tenía que ir al cole. Me levanté, mal dormido, refunfuñando y automáticamente me empezé a calzar la ropa azul y roja porque ese día tendríamos actividades físicas. Me estaba lavando los dientes mi delantera parecía la de un auto viejo, toda remendada y con huecos cuando mi vieja gritó la noticia desde el patio: "!Murió Néstor, Murió Nestor!". Lo primero que pensé fue en mi tío, un joyero sátrapa que vivía en una covacha de calle San Luis, estafador, burrero y otros vicios. Me pareció coherente con la vida que llevaba. Pero no: era el otro Néstor. Suficiente para verlo a mi viejo en bermudas agarrándose la frente con una mano mientras en la otra todavía tenía agarrada la manija de la puerta mientras el censista estaba del otro lado, esperando que lo atiendan.
A mi hermana que había vivido en Europa todo le importaba un carajo y siguió durmiendo la resaca de la noche anterior. Mi otro hermano, el que arreglaba motos, estaba en el patio con su novia, ambos como si le hubiese pasado por encima un tren carguero. El que más me impactó fue mi viejo: desde la muerte del suyo que no lo veía así. Tenía los pelos revueltos, el bigote desteñido como caído de lado y andaba por la casa encendiendo televisores y radios a la vez. Recibió un llamado que se lo confirmó, amén de la pantalla en letras rojas de Crónica TV que confirmaban el deceso. Entró Tía Ofelia con la noticia, adolorida por la casa: Lo envenenaron, seguro, le pusieron mercurio en la comida, era la única forma de vencerlo, pobrecito. Y como mi padre, ella también se rascaba la cabeza, en un tic genético, solo que ella lo hacía sobre la peluca, desflecándose la cabeza.
Había un sol parejo que formaba un rectángulo brillloso en medio del patio de tierra: en él, como crucificados yacían sentados y abrazados mi hermano Tony con su novia, llorando. Verlo a mi hermano, un pegador zurdo como pocos, campeón de la Liga, alto, con un tatuaje de Eva y otro de San Lorenzo en el brazo, grandote, buenazo y combativo me derrumbó. ¿Es malo, es malo esto que pasa? le pregunté sosteniéndole la cara. Sí, sí es muy malo- me dijo con mi cabeza entre su axila y la cara de la novia que no paraba de llorar. El censista fue atendido por mi mamá en la vereda. Tenía todavía el mate frío en la mano y estaba blanca como un fantasma. Mi hermana se levantó, se enteró y comentó algo que que estas cosas vienen bien para que las masas se despierten y empiezen ellas a conducir. Pero nadie le llevó el apunte: ya veíamos las primeras manos tendidas colgando flores, pedazos de papel escritos sobre los hierros de la Casa Rosada. Hoy recuerdo aquello como lo que fue. Una pesadilla edificante y señera: por un tiempo no nos enderezamos, anduvimos un tiempo voleados y aparecieron rostros infames, pero en el verano, cuando se anunció la fórmula todo se multiplicó y empezaron a caer las fichas como en el juego de los japoneses donde todas se van empujando y formando geometrías extraordinarias.
A la semana murió el otro Néstor, mi tío, acorralado de deudas y de vino barato, terminó con un balazo debajo de la barbilla, pero no se lo lloró como al Pingüino. Lo enterramos al fondo de la Piedad en un cachito de tierra que mi viejo consiguió de apuro y lo recuerdo relojeando el caminito de piedras rojas por temor a encontrarse con los tantísimos acreedores que tenía su hermano. Con el Néstor nuestro ocurrió todo lo contrario. Elevaron su cara graciosa hasta los cielos y le perdonaron hasta el mínimo error porque, según me dijo me viejo, que la casa, el piso que pisábamos estaba a salvo gracias a Néstor y que el hermano menor, a quien se habían llevado a las catacumbas en la dictadura por fin descansaba en paz, gracias a los juicios que había reabierto. Hoy Cristina Fernández es una ancianita venerada que vive en el sur y casi no habla más. No hace falta. Después de que el Imperio se incendió y gobiernan los chinos con quienes tenemos lazos cerrados y firmes la dirigencia es cada vez más joven y más inteligente. Imaginen: yo piso ya los cuarenta y el Ministro de Planeación y Redes Solares, el del Riachuelo limpio, el de las obras de desagüe y cloacas para todos, el de la restauración ecológica tiene veintiseis. Miro entonces aquellos recortes. Central estaba en la B. Hoy acuña su décima estrella: campeón de la Copa Planeta, que ganara contra el Celtic New. Yo no me casé pero tengo un novio y una novia con quien compartimos economía y la seguridad de que ninguno quedará en la calle. Mi hermana se fue a Londres, donde murió cuando atacaron los afganos, pero eso es otra historia, triste como pocas. A mis padres los hice cenizas y andan por el río Paraná, ya curado de por vida.
Enciendo el antiguo I Pot de radio. Hay un homenaje porque es 27 de octubre del 2040. Habla el presidente, Juan Tupac Ozuma, el segundo presidente toba que tenemos y quien nos honra. Lleva el pelo largo, fuma porros y anda de revolución en revolución sin que nos de vergüenza, ni pánico. Eso si, sin fútbol se hace la vida medio aburrida pero hay libros y pelis gratis. Juan Tupac Ozuma, Néstor III como se hace llamar, ordena proyectar en el cielo la pantalla Ivox donde se oye y se ve al Pingüino en discursos que ya son viejos, es verdad, pero que fueron el camino de piedras y de flores por donde hemos transitado sin caernos.
La casa, hoy mi casa, sigue igual. Mi hermano encanecido y casado sigue con su taller de motos aéreas en el garage de adelante y de vez en cuando escucha en esos cds de la Edad de Cyber los discursos de Néstor a todo volúmen. Y su foto abrazado al pueblo, cuelga en mi llavero de plasma rajado como el mejor de mis recuerdos infantiles.
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