CONTRATAPA
› Por Sonia Tessa
Cecilia Nazabal dejó un recuerdo indeleble en todos los que compartieron alguna parte de su vida con ella. Su sonrisa, su calidez, eran lo más notorio para quienes la conocían poco. En la noche del 5 de noviembre del año pasado, su vida se extinguió después de años de lidiar con una enfermedad que le provocaba intenso dolor. En ese momento, el juicio oral y público contra Oscar Pascual Guerrieri y otros cinco represores estaba en pleno desarrollo. Ella llegó a ver el comienzo del proceso, por el que tanto batalló y al que tanto aportó. Tenía ganas de dar testimonio de todo lo que había averiguado durante más de 20 años sobre el circuito represivo en la zona, pero la salud no la dejó. "Fue una luchadora incansable para que se hiciera justicia, no sólo con su compañero sino con todos los compañeros. Me dejó muchísimas cosas porque ella pertenecía a una generación que creía en el hombre nuevo y ella nunca dejó de practicar eso de la construcción de una mujer nueva en su propia vida", la recuerda Nadia Schujman, abogada de Hijos, la agrupación a la que pertenece también Fernando Dussex, hijo de Cecilia. En 1977, Fernando Dussex padre fue secuestrado, y ella -con su bebe de 45 días- comenzó a deambular un largo exilio interno que duró hasta 1980, cuando volvió a radicarse en Rosario.
Cecilia tejió con paciencia y tesón una buena parte de las causas de derechos humanos en Rosario. "Siempre la conocí peleando por lo que pensaba, por sus ideas y fundamentalmente por reconstruir el pasado. Ella fue una artífice fundamental de los juicios, sobre todo del juicio anterior, la causa Guerrieri-Amelong, ella siempre estaba contactando familiares, buscando datos, y además tenía una memoria prodigiosa", la recuerda Eduardo Toniolli, también de Hijos.
La mamá de Eduardo, Alicia Gutiérrez, fue compañera de Cecilia en esa búsqueda. "A veces se pasaba las noches enteras maquinando cómo sacar un dato, de dónde sacar un hilito para llegar a un dato. Así no solamente con la causa de la quinta de Funes, también datos que aportó para la causa Feced y en Santa Fe". Cecilia había estudiado Ingeniería Química en la capital provincial, hasta que la represión la obligó a abandonar la carrera. Sólo le faltaba la tesis. Sin embargo, en los 80, cuando volvió a Rosario, donde nació y creció, decidió continuar con su tarea de maestra jardinera que le permitió sobrevivir durante la dictadura. Fundó junto a su hermana Uma el jardín La Nube, un espacio pedagógico luminoso, donde el valor de la solidaridad y la construcción colectiva eran fundantes. "Ella conocía los detalles de todos los alumnos. En su cabeza guardaba los nombres, los sobrenombres, aparte de la percepción de lo que le pasaba a cada chico y la búsqueda de una solución", recordó Oscar Moore, su compañero de 29 años, que lleva su desconsuelo a cuestas. Cecilia murió pocos días antes de cumplir los 60 años.
En el proyecto pedagógico participativo que alumbraron en La Nube, desde el principio hubo lugar para cualquier niño o niña. "Sabía cómo lograr que los chicos superaran las dificultades. Tenía mucha paciencia con los que más la necesitaban. Hacía mucho esfuerzo por cada chico", la recordó su pareja.
Como padres de niños que concurrieron a La Nube -un lugar donde se respiraba arte y creatividad-, los militantes de Hijos resaltaron la coherencia. "En ese jardín pude ver la construcción de los valores de solidaridad, de respeto hacia el otro, como un pilar fundamental en la educación de los seres humanos. Ella me enseñó muchísimas cosas justamente por practicar la tolerancia, el respeto, el afecto. Cecilia creía en todo eso y lo traducía en su vida en hechos cotidianos permanentemente. Y todo lo hacía dejando el cuerpo, la cabeza, el corazón", rememoró Schujman.
Edu Toniolli también mandó a su hijo a ese jardín. Recuerda una anécdota: el niño tenía tres años cuando pasó por una reunión de maestras. Cecilia tenía una revista en sus manos, con una foto de Evita. El niño dijo: "Mirá, Evita", y todas festejaron. Al rato, Cecilia llamó al padre para contarle, divertida, que su hijo ya sabía quién era Evita. La relación con Alicia Gutiérrez se remonta a la primavera democrática. "La conocí en el año 86, a través de una amiga común, que me contó que mandaba sus hijos a La Nube y que Cecilia tenía también su compañero que estaba desaparecido y que había estado en la quinta de Funes. Nos conocimos, e inmediatamente hubo algo que nos unió, que era la militancia del pasado, que era común, del mismo proyecto político, y tantos años de búsqueda de justicia, eso nos unió, y de ahí en más no nos separamos", cuenta emocionada.
La amistad, la militancia, la apuesta por la vida. Cecilia siempre fue coherente. "Es una de esas personas que no pueden pasar por tu vida sin dejarte marcas porque realmente era tan humana, tan solidaria, tan observadora del otro, que dejaba huellas", apuntó Schujman.
Alicia Gutiérrez recordó que siempre se hacía un lugar para preguntar por el otro, y jamás se quejaba de sus padecimientos, que en los últimos años fueron muy intensos. "No llegó a declarar, pero vio que empezaba el juicio y los vio a los represores sentados ahí. En cambio, no alcanzó a ver que les dieran prisión perpetua", lamentó Gutiérrez. El 15 de abril de este año, cuando se leyeron las condenas contra Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo, ella no estaba, pero había hecho tanto por conseguirlo, que su presencia fue inevitable. "Dejó un vacío enorme, es de esas personas que ocupan mucho espacio. Ella sostenía el mundo a su alrededor", dijo su compañero de vida. El 18 de noviembre le harán un homenaje en el Concejo municipal. También la recordarán el lunes, a las 17, en el cantero central de Oroño, en el aguante al juicio contra represores.
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