rosario

Jueves, 16 de marzo de 2006

CONTRATAPA

RUTINA

 Por Jorge Isaías

Es como una trama lejana, casi evanescente contra la memoria que se vuelve, empecinada como una gelatina que no se puede uno, por más que quiera, despegar.

Primero es un cielo: alto, casi límpido, solo habitado por un grupo no muy grande de nubes grisáceas, que a esa hora prima de la mañana tienen como una cresta rosada por la acción de los rayos del sol que sobre ellos asoma.

Después están los árboles. Coposos, como emergiendo de un sueño profundo, con sus hojas verdísimas, con una luminosidad sobre ella que no es otra cosa que fruto del rocío nocturno. Esas minúsculas gotitas, que al conjuro de la leve claridad solar irán desapareciendo de forma imperceptible, y que dentro de muy breves minutos habrán de desaparecer sin dejar rastros, como si nunca hubieran existido.

Y por último, los pájaros. Mejor dicho su impreciso y multitudinario gorjeo en principio, y luego, sí, el vuelo espontáneo desde las copas donde han dormido toda la noche, arrebujados entre sí, dándose el calor unos a otros, con sus cuerpecitos pequeños y temblorosos.

Es la señal para que el mundo comience de una vez a andar.

Durante la noche, un largo y lento tren carguero cruzó, hondo, interminables las casas aletargadas del pueblo y las golpeó con un angustioso pitar ronco que dejó flotando unos minutos, al principio, una zozobra desconocida y que al ser luego familiar a los pocos oídos que la oyeron entre sueños, multiplicó el placer entre sábanas oliendo a azahares, naftalina y a misterio.

Al alba casi, cuando una luz indeterminada no se decide despegarse de las sombras de la noche, el grito agudo de una gallo cruza como un látigo el silencio y prontamente es respondido por un canto aislado primero y luego por un concierto díscolo que asordina todo el aire y al que responden pronto y parsimoniosamente una jauría dispersa de perros, no se sabe bien si vagabundos.

En las casas se comienzan a encender las luces primeras, se oyen algunos motores y en las ventanas con sus primeras luces tímidas, tintinean las pavas de acero inoxidable donde se calienta el agua para el primer mate de la mañana.

Algunas chatas, con las luces bajas, enfilarán por las últimas calles buscando los caminos rurales, algún callejón que tiene plantas de retamas orillando los zanjones hondos y se irán metiendo lentamente en ese mundo de trabajo donde el cereal espera porque es tiempo de cosecha.

Los gallos, los perros, las camionetas y las chatas irán haciendo punta para que el pueblo entero ﷓como una malla que estuvo mucho tiempo quieta﷓ se ponga en movimiento. Pronto los negocios irán abriendo sus puertas, lentamente de uno en uno sus persianas y, sus dueños, con los ojos aún maltratados por el sueño desde donde emergen, se irán preparando para la jornada que ya se inicia, o mejor, que está por iniciarse, cuando ingrese el primer cliente de la mañana, algún madrugador que seguro será un chacarero listo hacia el trabajo o alguna vieja jubilada harta del insomnio y del mate que tuvo que abandonar porque se le lavó la yerba. Ésta será la razón cuando salga y no la magra compra casi innecesaria que hará hasta por un motivo de trueque social, de charla, de chimento mañanero que dará sentido a su vida por un día más sobre la Tierra.

El pequeño pueblo se ha ido poniendo paulatinamente en movimiento, con sus pequeñas historias casi intrascendentes, con sus vidas siempre iguales donde su rutinario accionar cabe exactamente en los límites de sus calles como si ellas formaran un pañuelo y sus preocupaciones y sus sueños, que tal vez no quepan en el mundo.

Todo este modesto movimiento que pronto insumirá todos los avatares de la pequeña comunidad no tendrían sentido, tal vez, si no se viera por sus calles el andar despreocupado del loco del pueblo, que irá bordando todo el entramado deshilado con su megáfono infaltable, promocionando la actividad artística del fin de semana en alguno de los tres clubes donde se definen las parcialidades locales en lo futbolístico, pero en lo social se rotan para no quitarse público.

A esa actividad social irán a recrearse las almitas soñadoras de las niñas que leen novelones tras las persianas bajas o miran las telenovelas brumosas y absurdas con que la televisión las bombardea sin cesar. Ellas, recluidas entre los sueños y las tortas de naranjas que amasarán amorosamente para comer entre amigas mientras ronda el mate dulce, o, entretenidas con las frituras de una parva de pastelitos dulces para la kermese de la escuela o la rifa mensual de la parroquia, ya que como todos saben, el señor cura siempre necesita comprar velas porque las almas de tantos penitentes están bajo su entera responsabilidad y es por eso que, furiosamente toca la campana llamando a misa, justo en este momento en que yo termino de atar estas palabras y miro hacia el cielo donde un blando casal de tacuaritas busca posarse en las ramas del orondo ibyrá pitá que se mece bajo la brisa terca del Otoño, este Otoño que ya se llevó todas las hojas de los otros árboles que le hacen compañía.

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