Jue 09.12.2010
rosario

CONTRATAPA

Caballos de menta

› Por Homs

La quietud estalló en un estrépito orgánico. Sin ruidos del exterior que ayudasen a la confusión, sin fe y sin dolor, un relincho persistente llenaba al espacio de una increíble potencialidad contenida. Pero, ¿de donde provenía ese suspiro de bestia? La mesa, que temblaba y daba pequeños saltos, parecía pronta a comenzar a cabalgar. Un olor animal impregnó la habitación y del cajón del agitado mueble saltó un pequeño número de caballos plateados.

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Caballos en la intención de las palabras de quien escribe.

Caligráfico dolor de una palabra astillada por la inquebrantable rectitud de un renglón. ¿Qué se rompe y qué se restablece en ese salto de caballo hacia el abajo? ¿Pueden dar coces las palabras?

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La distancia nace cuando, en lugar de caballos, la gente entre sí se envía cartas a modo de rescate.

Flotando te vas sobre un caballo que con el horizonte reverbera.

Caballos que vuelan. Oriente y Ariosto.

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...Y el laberinto escribió con moho sobre una de sus paredes: "Siempre he sido lo mismo. Un plano en blanco, un enorme vacío donde Este y Sur dan lo mismo que Oeste y Norte. Un escollo débil cuyo atemorizante rugido no es más que el agobio de un centauro engrillado. Una recta que de tan neta atormenta".

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El instinto de un caballo salta desde la luna a la nada para no ser más una bestia doblegada.

...

Caballos ciegos en el resplandor del salitral, desesperados en sed, de los vergeles expulsados por probar la roja fruta del árbol de la sabiduría.

Caballos condenados a la guerra, o a ser parte de la policía.

Caballos al servicio del Estado.

Caballos de montaña incrustados en la llanura, añorando el sabor hosco de las plantas que existen a más de tres mil metros de altura.

Caballos de helio.

Caballos de hielo.

Caballos de calesita en el celo de la aurora.

Caballos raza Wellcome, alados, sumergiéndose suicidas en la furia de los jugos gástricos.

Caballos epilépticos adictos a sus ecuyeres.

Caballos de agua atravesando el fuego.

Estirpes que batallan en el confín de la estructura.

Bestias exultantes de furia en el colapso de la entidad.

Redondeces que enseñorean tanto más allá de los que creemos cielo.

Caballos de líneas bordeando el contorno de los ecuadores.

Caballos selenitas mitad gris mitad bario, envestidos en la sutileza que adquiera la sustancia cuando la tinta que la traza es plateada.

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La polvareda que los antecede es seña inminente. Están llegando.

El caballo con el último de sus alientos y sobre la bestia, el hombre, por fin y para siempre libre de la guerra. La nube de polvo crece. Perros salen al encuentro de la maltrecha comitiva. Y cuando el mártir, más muerto que vivo, está a punto de llegar al hogar, alguien, seguramente algún empleado de poca monta de este emporio del electrodoméstico, cambia de canal.

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