rosario

Domingo, 2 de enero de 2011

CONTRATAPA

Cómo acariciar el carozo de un damasco en el 2011

 Por Gary Vila Ortiz

Estaba buscando un ensayo de George Orwell, cuando recordé que mi hijo mayor, que se llama Cristián en honor al desconocido (en Rosario) Cristián Hernández Larguía, me había robado los cuatro tomos de una edición inglesa por lo cual decidí empezar la búsqueda de otra manera. Recordé que tenía una selección argentina de sus ensayos con el título de uno de ellos, "Cazando un elefante", pero tampoco la pude encontrar. En ese momento me interrumpió una documental sobre Bob Dylan que estaban dando por la televisión. De allí, pero no sé de qué manera, me encontré abriendo la heladera y sacando unos damascos bien maduros. Comencé a comerlos y mi costumbre es que luego de que empiezo a comerlos voy juntando los carozos, que me resultan muy bonitos, y los acaricio de una manera particular a cada uno de ellos. Fue entonces que para el próximo año, que aparentemente lo tenemos allí cerquita, hay que pedir cosas que puedan ser realizadas y terminar con todos los sueños imposibles que solemos pedir en estas ocasiones.

Lo primero, que es necesario enseñar cómo acariciar los carozos de los damascos, comprendiendo de entrada que acariciar el carozo de un damasco no es lo mismo que acariciar el de una damasca. Aún cuando son parecidos. Incluso casi idénticos. A los del damasco hay que acariciarlos con cuidado y en silencio, aunque se puede poner alguna música de fondo. Luego deben ser colocados sobre una servilleta de papel, de preferencia amarilla, formando un dibujo que no quiere tener ningún sentido, un garabato de carozos, que no signifique nada, como si cada uno de ellos fuera aquel actor que recorría el escenario, de extremo a extremo, contando una historia llena de sonido y de furia, que no significaba nada. Para alguien eso era la vida.

Pero con las damascas hay que ser mucho más tierno y mientras se los acaricia se le deben decir palabras amorosas, de ser posible alguna traducción de algún poema chino o japonés, que los hay tan bellos y tan lejanos de nosotros y de todos los que quieren imitarlos. A las damascas le gustan esos poemas, no le importa que estén mal o bien traducidos y entonces se entregan, se abren a quien en ese momento daría el mundo por seguir acariciándolos. También eso carozos deben ser puestos sobre una servilleta de papel, de ser posible roja, con pequeñas flores aquí y allá.

Si aprendemos esto, pues podemos iniciarnos en qué hacer con los carozos de los duraznos. Sobre todo la enorme diferencia que hay entre los duraznos priscos y los pavías, que son muy diferentes. Cuando aquel que está dispuesto a acariciarlo comprende esa diferencia, entonces dejarse llevar por el entusiasmo que el sabor le ha producido a su boca.

Los gatos no tienen carozo, los perros tampoco, y por lo que he leído los elefantes, las panteras y los caballos carecen de carozo. Pero todos ellos son animalitos que desean ser acariciados con verdadero amor. Que el que pueda lo haga, en lo posible recordando aquel dicho, creo de origen oriental: de garabato en garabato camina el gato. Y hay otro, pero creo que es una invención de Kipling quien decía que de pera en pera caminan las panteras.

Otra enseñanza es cómo deben tratarse las sillas de la casa, en especial aquellas que se encuentran alrededor de la mesa. Las sillas, siempre y cuando sean de madera, tienen una particular manera de vivir que finalmente trasmiten a quienes se sientan en ellas. Si usted está comiendo unos riñoncitos con arroz y le he tocado la silla que le gustan que se sienten quienes comen lengua a la vinagreta, es probable que por la noche sienta como un peso en el estómago. Así pasa con todas las sillas. En esta que estoy sentado mientras escribo acepta mi escritura, pero la corrige y en ocasiones me hace tirar lo que acabo de escribir.

¿De qué manera acariciar un disco?. Por empezar es muy distinto acariciar un disco de 78 rpm, que uno de 45, un long play o los actuales CD. A ninguno le gusta demasiado ser acariciados, pues su propósito es darnos a conocer la música que guardan para nosotros y los dedos de nuestra mano pueden dejar irreparables huellas en el disco si se los toca. O sea, que en realidad se les puede hablar y ponderar la obra que hay en ellos, pero recomendamos no acariciarlos en absoluto aunque nos tiente hacerlo.

El tratamiento de las lechuzas de distintos tamaños y materiales, requieren una amplia sabiduría. Se puede o no ponerlos nombre, pues eso no afectará nuestras relaciones, pero hay que tener cuidado donde se las ubica y cerca de qué libros están en los estantes a las espaldas de ellas. Son muy sensibles a la literatura en general y no hacen diferencia con los géneros. Para ellas un libro de historia puede ser lo mismo que uno de poemas. Son un tanto ariscas a las obras científicas y solamente aceptan algunas dedicadas a la filosofía.

Con los tenedores el problema es casi imposible de resolver. Son muy celosos de las cucharas como de los cuchillos y no hablar de la mano, si en alguna ocasión comemos con la mano una pata de pollo. Es difícil tratar a los tenedores y que ellos se sientan contentos, si bien debo reconocer que me son más simpáticos los cuchillos y las cucharas. Reconozco tener una tendencia inevitable a comer ciertas cosas que algunos comen con tenedor (tal vez un tenedor más chiquito) hacerlo tomándolas con la mano. Un trozo de queso y uno de salame adquieren otro gusto si son los dedos que los toman y los llevan a la boca.

Cómo mirar las cosas en general y algunas en particular. En realidad vivimos sin mirar, sólo vemos de refilón. No digo si vamos a un museo, aunque reconozcamos que muchos van a los museos y no saben mirar. Quedan muy pocos buzones, pero los que quedan deben ser mirados con mucha atención y verlos como una reliquia. Se puede pensar en la historia mirando los buzones y ese trabajo suele ser muy productivo. En realidad andando por la ciudad no miramos para arriba y menos aún para abajo, lo que es una pena. Pero así somos y no de otra manera.

Tratar a los libros no es fácil, pero no me refiero a su contenido sino al libro como objeto, sobre todo los libros más viejos. Salvo algunas colecciones, que tienen el mismo tamaño, los libros son objetos muy diferentes. Pueden tener las tapas duras o blandas, pueden estar bien o mal encuadernados, pueden tener tal o cual altura, pueden ser altos y verticales o más pequeños y horizontales. Estos últimos suelen molestar a los poseedores de bibliotecas. En el estante más próximo a donde estoy escribiendo cueto 21 libros y sólo tres son iguales. Estaría bien el aprendizaje de cómo conviven los libros entre sí, pero es un tema que escaparía a estas enseñanzas que queremos sean cosas posibles de lograr. Ubicarlos como objetos puede aprenderse, pero hacer que convivan ciertos autores es mucho más difícil, en realidad cada vez se hace más dificultosa esa convivencia.

Hay muchos, yo entre ellos, que nos gustan coleccionar las botellas y los frascos vacíos, las piedras y los caparazones de algunos moluscos, las tuercas y esos objetos que se suelen encontrar en las veredas y que me siento obligado a levantarlos. Las botellas suelen tener el destino común de servir para poner agua, pero algunas otras son recipientes de otros objetos. Por ejemplo tengo una llena de corchos y otras con piedras que están sumergidas en agua pues forman, de esa manera, un paisaje casero encantador y que tenemos siempre a mano. Tengo un frasco que alguna vez tuvo dulce de leche pero que ahora contiene tabaco de pipa. En realidad son dos cosas que tengo prohibidas, pero siempre es buena una trasgresión pues si hay algo detestable es eso de la obediencia debida.

Algunas enseñanzas las hizo de una vez para siempre Cortázar, y esas instrucciones son únicas. Pero implícitamente, casi sin decirlo, nos enseñó, a través de una gran fotografía de Lezama Lima, con un cigarro, que esa es la forma ideal de fumarlos: ser poco menos que obeso, tener asma, apenas moverse y agregar como condimento un puro. ¿Habrá contado alguien cuantos habanos fumó Churchill mientras le ganaba la guerra al cruel vegetariano que era Hitler. ¿Y cuántos Lezama Lima mientras escribía sus Tratados en La Habana? Sabemos sí, cuánto alcohol tomó Raymond Chandler para terminar uno de sus guiones cinematográficos.

Tengo una tendencia que no reprimo a coleccionar cosas. Por ejemplo cajas de fósforos, que finalmente se terminan tirando. Es cierto que todo termina tirándose, hasta uno mismo sabe que se lo tirará, con mayor o menos cariño, y los gusanos esperando ansiosos el momento de dar cuenta de ese cuerpo. Pero son preferibles los gusanos a ser devorados por una boa, pues entre los gusanos siempre habrá un gusano loco que ordenará la tarea.

He aprendido a ver cine de una manera diferente a la común. Ya de por sí ver un film por televisión es harto diferente a cómo los veíamos en los viejos cines de barrio. Pero hay algo que podemos hacer de innovador en la televisión. Y es algo que está librado al azar. Es ver un film por fragmentos empezando por dónde sea, el medio, el final, rara vez comenzar por el comienzo. Se puede tardar bastante en armar ese rompecabezas cinematográfico, pero contamos con la buena voluntad de la televisión que repiten tantas veces las mismas películas.

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