Domingo, 13 de febrero de 2011 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
La frase del título es de un escritor húngaro que acabo de conocer gracias a Susana Imbern, que me lo regala para las últimas navidades. El escritor húngaro es Sándor Márai, que nació en 1900 y se pegó un tiro en 1989. A partir de 1948 se había radicado en los Estados Unidos y si bien en algún momento había sido conocido y admirado, recién comenzó a conocerse en español en estos años iniciales del siglo XXI. Es en 1984 cuando toma el camino del exilio, ya que los comunistas habían prohibido su obra. En el quinto tomo de sus memorias, que es el que motiva estas líneas, apunta en enero de 1984 que si bien no todos los vaticinios de George Orwell se habían cumplido, Márai siente que la realidad diaria es la del terror nuclear. El concepto del título se completa con otra frase: "No es bueno dejarse envejecer por la vejez, pero es peor mantenerse por artificios".
La censura impuesta por los comunistas está impuesta no por qué Sándor Márai fuese un fascista sino porque se trata simplemente de alguien que se califica como burgués. El estado espiritual del escritor se pone en evidencia en la siguiente anotación de 1986: "El exilado que no regresa a su hogar se convierte en una figura grotesca, en un santo estilista que se acuclilla en lo alto y espera que los cuervos le traigan comida". Esta sensación de inmensa amargura comienza cuando el 4 de enero de ese mismo año ha muerto su mujer con quien compartió casi toda su vida, pues vivieron juntos más de sesenta años.
Ella es incinerada el 14 de enero y sus cenizas son arrojadas el 8 de febrero. Ese texto tiene una dignidad y una calidad humana poco común. No se deja llevar por ningún tipo de sentimentalismo, no hay ningún tipo de expresión religiosa, ni tan siquiera una oración cuando el funcionario arroja las cenizas al mar. La persona que lleva a cabo este acto es llamada por Márai el Caronte actual "que transporta a los muertos a través de la laguna Estigia, en este caso a través de la bahía, para llegar al reino del Hades". Y sobre la muerte nos dice que es misterio y realidad a la vez y que tenemos que guardar silencio ante ese misterio "incluso arrodillarnos" ante el mismo.
Es severo con los médicos mientras van llegando las "desorbitadas facturas del hospital, del laboratorio, de los médicos. Una cama en una habitación doble, trescientos dólares diarios". Dice que a su mujer esto la hubiera puesto muy mal pero que a él "me tienen sin cuidado, el dinero ahorrado es para eso". Agrega que el "robo descarado de la medicina y sus compañías es asqueroso".
Cuenta con toda sencillez la compra del revólver con el cual finalmente se matará. En esos momentos, sin embargo, no pensaba en el suicidio. Ese año de 1986, nos parece central para la lectura de ese quinto y último tomo de su diario. Es el mejor autorretrato de ese hombre tan claro en sus actitudes. Habla de la furia, nada de enternecerse, de meditar, sólo "bramar de pura rabia".
El 29 de marzo recuerda una cena a la que fue con su mujer, hacía, en ese momento, cuarenta y dos años. "...ya se había promulgado el decreto que obligaba a los judíos a llevar la estrella amarilla. La señora de la casa, judía, colocó una estrella amarilla junto a cada plato, como regalo para sus invitados. L. (su mujer, que era judía) también recibió la suya. Poco después comenzó la matanza demente y bestial de los judíos. La huida, le necesidad de esconderse, la humillación. El padre de L. trasladado a Auschwitz. Hace cuarenta y dos años la sociedad mostró su verdadera cara. El frenesí del odio, de codicia, de crueldad. Es algo que nunca se podrá olvidar ni aceptar".
No son muchos los escritores contemporáneos que menciona. Nombra a Gide con motivo de una carta que este le envía a Paul Claudel. Y el 15 de junio de 1986 hace la siguiente entrada en su diario: "Ha muerto Borges a los ochenta y seis años, éramos de la misma quinta. Falleció de cáncer de hígado en Ginebra, donde según el periódico había elegido morir. Fue un escritor genial, un talento original de este siglo. Ya no quedan muchos de esta cosecha, creo que Ernst Junger aún sigue vivo. Todos los escritores húngaros de nuestra edad están llegando al final del camino. Tampoco a mí me queda mucho. Sólo puedo moverme lo justo, no doy para escribir. Borges observó al hombre argentino con la dedicación de un ontólogo y descubrió en él al animal religioso".
Márai no era un hombre religioso. Expresa, con rabia diría, que "las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y los filósofos es una completa mentira. No existe ni un propósito ni un sentido. Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco". Es allí donde cita la carta de Gide: "El señor Claudel piensa que se puede llegar al cielo en coche cama".
Durante esos últimos años, sobre todo a partir de 1986, todo nos va avisando que la hora del suicidio se encuentra cerca. Sin embargo no tomará esa decisión hasta febrero de 1989. Es en 1987 que de Budapest lo visitan para ofrecerle la publicación de sus obras completas. La rechaza diciendo que "mientras el ejército invasor ruso siga en Hungría no dejaré que editen un solo de mis escritos".
Escribe sobre la muerte: "A veces resuena el eco de las palabras de aquel obispo moribundo: No me despido, sólo os adelanto". Luego agrega: "Vivo totalmente solo, es decir, no me aburro". Y una línea después: "Temer a la muerte. Lo que temo es que la muerte sea aburrida".
El 27 de agosto de 1988 escribe en su diario: "No protesto por la muerte, pero no deseo para nada morir". De 1989 hay una única anotación: "Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora". Esta es la última anotación del diario y la única que se encuentra escrita a mano. En la carta enviada finalmente a su editor escribe: "Lo siento mucho, ya no puedo más. La debilidad no desaparece y, de seguir así, pronto tendrán que ingresarme. Quisiera evitarlo. Gracias por vuestra amistad. Cuidaos mucho. Os deseo todo lo mejor. Sándor Márai". El escritor se suicidará el 21 de febrero de ese 1989 de un disparo en la cabeza.
A lo largo de este último volumen de su diario habla de algunas de sus obras y hace algunas reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre la literatura. Habla de un poeta húngaro que no conocemos o no recordamos conocer, Béla Jatzko. El libro se llama "Amor", y está editado en París en papel biblia. Son 184 páginas, publicadas póstumamente, y son poemas de amor. Es entonces cuando anota: "Una persona enamorada no escribe poemas y si lo hace desde luego no serán buenos. El poeta más bien está enamorado del poema que escribe sobre el amor".
En esos días el recuerdo de su mujer es recurrente, incluso escucha su voz durante la noche. Lee y relee algunas páginas. Señala sus lecturas de Bacon, de John Dewey, de Aristóteles, Descartes, Locke, William James, Bertrand Russell, Henry Bergson, André Gide, Claudel, y como ya dijimos Borges.
Un par de aclaraciones que nos parecen necesarias, tal vez no lo sean. El índice onomástico es curioso. Menciona con alguna excepción, creo que la de Jünger, solamente a políticos, amigos, narradores, poetas, periodistas de origen húngaro. No los otros nombres arriba mencionados, y faltan agregar algunos, no se tienen en cuenta. Es un mal índice.
Márai sólo tienen un hijo con su mujer, que muere al mes de nacer. También un hijo adoptivo, János Márai, quien es una presencia constante en el diario y cuya muerte, en 1987, le agrega tristeza.
Algo final. Estas líneas son apuntes porque el escritor que termino de conocer me asombra y su lectura me proporciona placer. Pero apenas sé de su obra y es bastante lo que hay que leer de él. Elegí los diarios y ahora estoy leyendo las Confesiones de un burgués, obra temprana. De sus obras de ficción tan sólo El último encuentro. Tal vez me ocurra como con Gide. Me iluminan más su "journal" y sus escritos sobre temas políticos, que sus obras de ficción. Puedo equivocarme, pero creo que en estos dos casos los textos personales, como lo son estos diarios, son imprescindibles para conocer la parte de ficción de la obra. Tal vez otro caso sería el de Jules Renard, pero menos trascendente que en el caso de Gide o Márai.
Sin embargo, la lectura de El último encuentro, nos parece un texto donde lo autobiográfico pese lo suficiente para reconocer a los protagonistas. Es un bello texto y todas las reacciones de cada uno de ellos responden a los conceptos que hacen a la vida de Márai. La forma de experimentar, el pudor en expresar el dolor y la tristeza, todo es igual que en su vida. Todo va con sobriedad hacia los extremos que por otro lado no tienen nada de sobrios. Pero eso no importa. La presencia de Márai, como la de Gide, se impone a toda situación y la transforma con una admirable sobriedad, con espléndido enfurecimiento si es que este aparece en algún momento.
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