Lunes, 28 de marzo de 2011 | Hoy
Por Marta Ronga
El sábado vino Marta a conversar sobre el borrador de mi libro, Seda Cruda. Primera charla después de veinticuatro años.
Ella, al igual que yo, tiene una profesión, una familia, una casa, una vida sostenida contra viento y marea, una vida que no puede (¡ojalá pudiera!) desatar el nudo en la garganta, el nudo que evidentemente estará para siempre ahí, quebrándonos la voz y agitándonos el cuerpo. Cuestan los reencuentros.
Le leo el pedazo de su vida que recuerdo, que describo, empieza con ella llegando a Unidad 5 con su beba recién nacida y su cesárea.
Ella aclara: Alejandra nació de parto natural. Yo insisto en esos puntos que percibo nítidos, obstruyéndole el movimiento, en ese dolor tirante que imaginé durante el traslado a Villa Devoto (¿por qué hará bien pensar, cuando a uno le pasa algo grave, que hay quien está peor?).
Ella hace memoria y dice que quizás yo me confunda con otros puntos... unas suturas que reunieron la carne desgarrada durante la tortura inclemente de sus partes pudendas. Ella recuerda, yo también recuerdo: su cara pálida, lánguida, de cachetes sumidos en dos hoyos grises, sus ojos claros desbordando pena, miedo, espejando horrores.
Quizás me contó entonces que venía de veinticinco días de tormentos en el Servicio de Informaciones de la Jefatura, quizás también me dijo que poco antes de ser madre, fue viuda, que a su amado marido lo torturaron hasta la muerte que sobrevino probablemente después de esa agonía que ella presenció hasta, quiere creer ella, el final, que presupone fue cuando él le dijo: siento que me muero... y después no lo vio más. ¿Ella me lo contó entonces como ahora, o sólo lo adiviné en esa mirada que era el modo como comunicábamos lo importante, lo indecible?
Sí, ella tenía un yeso en la pierna, ahora lo recuerdo, y debajo una fractura que sobreexcitó la crueldad de ellos, ella y sus ocho meses de embarazo, ella con su hijita comiéndole las reservas a falta de otro alimento. Ella resistiendo cuando creyó que la vida se le iba, ella pariendo sin fuerzas, ella pariendo esposada con una esposa en cada extremidad, cerradas con las llaves que tenía el custodio parado en San Luis y Balcarce, ella pujando en la pieza (¿quizás la misma donde estuve?), con la ventana tapialada y sin embargo dando vida aunque supiera, se lo habían advertido, que era sólo un desocuparle el vientre, que la criatura no sería para ella, y que ella volvería a los interrogatorios inmediatamente.
Ella traía, supongo, eso dibujado en sus pupilas claras e inolvidables a pesar de que las vi sólo en los recreos de diez días. Me acompañan desde entonces en un recuerdo que mi amnesia protectora redujo a una cesárea. Su biografía, su historia, su nudo en la garganta. Y el mío.
El patio de la Unidad 5, su sol a cuadritos, la bebé rozagante, sana, milagrosamente vital, ya tenía su nombre: Alejandra.
Ella toma café en mi living, mira las plantas, recuerda, se apoltrona, intenta, intentamos mantener el tono risueño que debieran tener los reencuentros.
Ella habla de un millón seiscientos mil glóbulos rojos que le recorrían el torrente sanguíneo cuando la conocí, y me explican ahora su blancura cerosa, cadavérica, de entonces. Ella recuerda el guiso de lentejas que cenamos esa noche que llegó a Unidad 5, el resto en los platos que las otras tres habitantes de la pieza dejaron y ella devoró desaforada... Ella no recordaba el patio, y sin embargo Marta ahí estuvimos... Vos hablás de aquella noche de tiroteo cuando ustedes, cuerpo a tierra encima de sus hijitas, cobijándolas entre los brazos y el suelo, se afanaban en protegerlas, vos recordás que todo temblaba, que se caían las cosas... vos tenés la sensación de que en las celdas fue más grave, y aparece un retazo de antaño. Parecía Trelew, dijiste, sí, eso lo dijiste al otro día, claro Marta, debió haber sido porque en las celdas entraron... Contesto sorprendida de que ella ponga en mi boca mis palabras olvidadas.
Ella se llama Marta, también yo, ¿quizás eso confunde el relato? Y sin embargo en la confusa, sentida, rememoración de esos momentos, ya no importa quién dijo. Simplemente, los puntos de Marta eran los puntos que a mí me dolían imaginados, de tanto que me dolían, cerrando la herida por la que nació Alejandra.
Acá estamos, son las dos y media de la tarde y nos despedimos. Ella dice: "Es fácil corregir el texto; donde dice cesárea poné tortura".
Ella dice que me autoriza a que la nombre.
Y yo, que recién hoy sé por qué la he recordado vívida durante veinticuatro años, la nombro, la nombro, la nombro.
* Este texto fue escrito entre septiembre y octubre de 2000. Seda Cruda se publicó en septiembre de 2003, por Laborde Editor. La otra Marta a la que alude el texto, Marta Bertolino, y su hija Alejandra Manzur declaran esta tarde, desde las 16, en la causa Díaz Bessone. Marta Ronga declarará mañana.
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