CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
El primer recuerdo que tengo de Justito Pezzino está ligado a un balde lleno de granadas que llevaba mi padre. Yo tenía entre tres y cuatro años porque aún mi abuela materna --la dulce nona Elisa- no se había mudado a Rosario con mis tíos.
Esa tarde mi madre había recogido un montón de granadas de las tres plantas que estaban frente a la casa en el lugar que hoy ocupa el majestuoso ibirá pitá. Puso todas las que entraron en ese gran balde y emprendimos los tres el trayecto hasta la casa que mi abuela ocupaba con sus dos hijos varones, en el extremo del pueblo frente a Domingo Fusco, don Félix Maestri --luego infortunado--, y pegada a la mansión de los Zinny.
Ibamos por el medio de la calle y debimos pasar por la calle de don Pablo Santacruz, porque allí vivía Justito con el papá. Esa casa --todos me lo dicen, pero yo no lo recuerdo- estaba sombreada por el eucalipto más alto y más verde de aquel tiempo.
Frente a esa casa nos rodeó un grupo de chicos --varios años mayores que yo- , entre los que puedo colegir a los hermanos Suárez --Víctor y el Negro- , Lorencito Miranda, los más grandes de los Correa y tal vez el mismísimo "Pileta" Rodríguez o a Roberto Escudero. Al vernos con ese botín de esa fruta seductora se nos apiñaron y le comenzaron a pedir a mi viejo, que llevaba el dichoso balde repleto. El tomó un par que ya explotaban con sus granas queriendo salirse de la cáscara y se las dio a Justito, solo a él. Cuando nos hubimos alejado algunos pasos le comentó a mi vieja:
Pobre, a este chico se le acaba de morir la madre.
Por primera vez yo oía que un chico podía no tener mamá, un chico entonces debería estar siempre triste y además las madres --comprendí- se morían.
Mi prima Gladys, me ha referido en una anécdota reciente de la crueldad inconsciente de los chicos compañeros de grado de ella, y de Justito, ya que hicieron el cursado juntos. Huérfano de madre reciente, en la escuela la Directora retiró de la clase a Justito porque el grado debía trabajar para el regalo que le harían a la mamá.
Para evitarle el dolor lo llevó a la quinta y se pasó todo el tiempo con él, en un acto de amor para que el chico no sufriera y se pudiera distraer regando la huerta que hacían entonces todos. Luego del recreo regresó a la clase donde un compañerito le dijo:
¿La directora te llevó a la huerta?
Supongo que Justito habrá asentido. Entonces el otro remató:
No lo hizo para premiarte, lo hizo porque nosotros hicimos el regalo de la madre y como vos no tenés, te sacó del grado.
En algún momento que no puedo precisar se mudó con el padre a las habitaciones del "Sindicato viejo", es decir en esa construcción que era (y es) de los Correa, es decir, sus parientes. Allí ocupaban las últimas habitaciones, detrás de un aljibe y un par de limoneros, junto al garage donde guardaban el automóvil del gremio. La primera parte de ese caserón había sido acondicionado para que funcionara el Sindicato de la Fatre. Al entrar había un salón que se había formado por medio de una pared que tiraron abajo y que separaba dos habitaciones grandes. Allí, en esas paredes desnudas resaltaban dos retratos gigantescos. Dos fotos mejor, enmarcadas en vidrio: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. "Dos mártires obreros", me aleccionó mi padre cuando muy niño le hube preguntado.
Más atrás había una habitación pequeña donde funcionaba una peluquería, atendida por don Hilario Villarreal (siempre y cuando no estuviera de cosecha) y adonde nos uniformaban con "la cero": bien rapado todo niño hijo de obrero que apareciera por allí. Y en rigor éramos todos, porque la solidaridad es así, sin tapujos. Así lo entendían aquellos hombres taciturnos que olían a cigarrillo y a agua de colonia los sábados, usaban grandes bigotes y pañuelos "Gardel" al cuello. Salvo mi tío Juan, que lo usaba bien colorado y por eso se había ganado el mote de "Carpecho", que lo acompañó hasta la tumba.
Con esta mudanza Justito se arrimó al barrio El Jazmín y entonces jugó con nosotros, se integró las inferiores del Huracán, nuestro club que tenía (y tiene) la cancha y la pileta de natación justo enfrente.
Hay una foto antigua, muy antigua, que fue tomada por un fotógrafo anónimo, o tal vez por Florentino Bueno, donde los más chicos acompañamos al equipo del Jazmín: "Tago" Sánchez, Justito, Juanca López, "Chajá" Correa, "Toto" y "Pili" Míguez y yo. Y él, Justito, tiene un gran flequillo sobre la frente y mira para siempre a la cámara con sus pequeños ojos claros, como no queriendo creer que esa probable explosión del magnesio fuera a eternizar ese humilde grupo humano que está allí, apiñado junto al equipo del Barrio que --una vez más -, se había alzado con el campeonato de Baby Fútbol en la canchita de la Cooperativa Agrícola Federal, que hoy es sólo recuerdo de los mayores y eco de las nostalgias.
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